'Orange is the new black': todo el mundo necesita una madre y algo en lo que creer

'Orange is the new black': todo el mundo necesita una madre y algo en lo que creer

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'Orange is the new black': todo el mundo necesita una madre y algo en lo que creer

"Rise and shine ladies. Another crappy day in prison"

Megafonía de Litchfield

¿Comedia o drama? Es el eterno debate con 'Orange is the new black'. Sin embargo, después de disfrutar de los 13 capítulos no hay duda de que no puede quitarse la etiqueta de dramedia. La serie de Netflix ha sabido dosificarse bien a lo largo de la temporada entre ambos géneros y tanto nos ha desvelado historias tristes y terriblemente duras, como nos ha ofrecido momentos de dispersión y de carcajada pura y dura.

Entre tanto drama -el que ya traían de serie y el que supone vivir allí- las chicas siguen intentando encontrar su "lugar feliz" a pesar de su situación: una nueva religión, una afición, nuevas amistades o la desconocida sensación de tomar -por fin- buenas decisiones. O, en el caso de Piper, de ser "mala".

La importancia de tener una madre

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A estas alturas la faceta de chicas duras de las reclusas empieza a resquebrajarse. Tantas horas de soledad y de auto-observación dan para sacar conclusiones sobre qué hicieron mal para acabar allí. La reinserción -desde dentro- empieza a dar sus frutos y algunas de las chicas parece que enderezan sus pasos hacia algo: Black Cindy, con su conversión al judaísmo, que empezó por la comida Kosher y terminó siendo su catarsis. Soso, resurgiendo de entre las cenizas -o la sobredosis- para sentirse aceptada en un grupo. O Boo, aprendiendo que nunca debe abandonar su cruzada.

Todo por llenar un vacío. Y ese vacío tiene mucho que ver con el arrepentimiento. Y las madres. "Todos tenemos movidas raras con nuestras madres", decía Black Cindy al final de la segunda temporada. Si de algo se lamentan allí dentro es de haberlas decepcionado como hijas. Y las que además son madres viven con el miedo a que sus hijos acaben como ellas soportando (como pueden) la frustración de no poder hacer nada. De ahí la vena chunga de Gloria para poner a su hormonado hijo adolescente en vereda o la propia Nichols luchando contra su adicción por su madre adoptiva, ya que nunca pudo hacerlo por la real.

La maternidad ha sido uno de los hilos conductores de esta entrega: de hecho, la temporada arranca celebrando el Día de la Madre en prisión. Los conflictos entre madres e hijas han sido un tema recurrente, tanto en los flashbacks en los que hemos conocido la relación de las reclusas con ellas como en las propias tramas de la cárcel, a través de la pérdida (macabro el funeral de Dogget por sus hijos no natos), la ausencia, el remordimiento, las decisiones dolorosas (Daya y su bebé), o las nuevas maternidades, como la que ejerce ahora Taystee con "ojos de loca" y el resto de la prole, que en realidad están deseando quitarse la etiqueta de malotas.

La involución de Piper

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La misma etiqueta que otras se empeñan en colgarse. Porque cuando alguien no ha tenido nunca la sensación de haber vivido una vida al margen de la ley con un pie más dentro que fuera de la cárcel, ni se ha pasado la vida vendiendo caballo, robando bancos o estafando con tarjetas de crédito, sino viviendo entre algodones, universidades privadas y buenos restaurantes, el paso por prisión puede hacer estragos en su blandita personalidad. De ahí que Piper se crea ahora "La Madrina" de Litchfield, como nos demostró con ese beso a Ruby y esa vendetta (y esa escena tan forzada, por otra parte).

Aunque después de todo este tiempo encerrada se haya transformado de aquella pizpireta reclusa que quería cambiar el mundo desde un periódico a este intento de mafiosa al cargo del negocio de las bragas (una de las mejores historias que nos han dado), no nos convence como mala. Y no es que siempre haya hecho las cosas bien o que alguna vez le haya preocupado de verdad la inmoralidad -léase infidelidad, venganza o traición-; es que no está hecha para ser delincuente.

Tal vez la lección que le ha dado Ruby Rose ("No te fíes de ninguna perra") o su cada vez menos conexión con el exterior le hayan endurecido y aunque puede llegar a ser bastante perra, le faltan dotes de liderazgo y una vida complicada a sus espaldas que le haga sentir el suficiente resentimiento para tener mucha más mala baba. Sin embargo, empieza a creer que esa es la única forma de sobrevivir a la cárcel y parece que es la actitud que tenemos que esperar de ella en la cuarta temporada.

Dioses de pan, porno alienígena y dating-shows

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Tan necesaria es una madre como algo a lo que aferrarse, para sentir que no estás sola. Algo en lo que creer. Pero el problema de creer es si caes en el extremismo. Acabar adorando a una rebanada de pan deja claro lo necesitadas que están algunas de alguien que les guíe, y algunas encontraron esa luz en Norma, la ex-hippie (¿guiño a Hair?) protagonista de una de las tramas más disparatadas -y menos creíble- de la temporada. Por momentos ha rozado el absurdo, pese a que sabemos lo perdidas que están y lo mucho que arrastran con ellas: alcoholismo, violaciones, adicciones...

"La universalidad de mis obras une a todas las razas"

Suzanne "ojos de loca" Warren.

A falta de religión o algún tipo de fe otras han encontrado formas más divertidas de sentirse parte de algo. La clase de teatro ha sido mucho más eficaz que "sitio seguro" para hacer que las chicas expresen sus emociones y, en el caso de ojos de loca, las canalicen a través del relato erótico. Por primera vez la hemos visto integrarse, sonreír y hasta ligar. Si pensábamos que no había nadie más raro que ella, bienvenida seas, novia de Warren.

Y otra que se ha divertido de lo lindo -ya le tocaba- ha sido Lorna con su dating-show. Es de justicia kármica que alguien a quien el amor le trastornó hasta el punto de ir demasiado lejos acabe encontrándolo entre rejas. Y todo empezó por divertimento y por efectivo para el economato. Ahora la hemos visto cumplir su sueño y consumarlo, aunque no fuera la boda que siempre quiso.

No nos olvidemos de que en la vida en prisión hay más protagonistas; me ha gustado -y mucho- descubrir al verdadero Caputo. Ya empezó a despuntar la temporada pasada demostrando que había más bondad en sus actos de la que mostraba. Y ya sabemos por qué: por esa necesidad de ser siempre el héroe. Sin embargo, el contacto con la burocracia -a través de la nueva gestión privada de la cárcel -y con Fig -en esos encuentros de sexo pasivo-agresivo- le han contagiado y nos ha sorprendido siendo algo que sabíamos que no era: egoísta. ¿Se cuece una revuelta de trabajadores en la prisión?

Pero sobre todo hay algo que nos preguntamos, tras ese momentazo de la finale. ¿Habrá repercusiones por haber salido, aunque nadie haya intentado huir, que sepamos? ¿Han sacrificado lo que ya tienen sólo por unos momentos de libertad? Supongo que hay que estar privada de ella para necesitarla hasta ese punto.

En ¡Vaya Tele! | 'Orange is the new black' vuelve a la comedia en su tercera temporada

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