'Westworld' 2x03: las puertas a otros mundos están abiertas

'Westworld' 2x03: las puertas a otros mundos están abiertas

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'Westworld' 2x03: las puertas a otros mundos están abiertas

Hay, quizás, tres enfoques por los que se mueve la narración en 'Westworld'. El primero, una trama cada vez más serpenteante y alambicada que -siempre se sugirió pero ahora ya está clarísimo- se desarrolla en múltiples líneas temporales simultáneas. Llena de detalles y pistas falsas para que los detectives de los argumentos rebosantes de trampas y balas de fogueo discutan y se devanen los sesos.

Por otra parte está lo que cuenta, a grandes rasgos, 'Westworld': la rebelión de las máquinas. Un montón de androides perfectos adquieren consciencia y deciden rebelarse contra sus creadores de forma violenta. Prácticamente todos los argumentos y personajes salen de ese tronco. Y finalmente, para los espectadores de memoria regular o que, simplemente, no se obsesionan con los dobles sentidos de los diálogos, está el espectáculo fantástico, lleno de imágenes imposibles, y que resulta del choque entre western y alta tecnología.

Los dos primeros episodios de esta temporada han jugado a lo primero: argumentos intrincadísimos donde se ha puesto sobre la mesa, ya sin ningún tipo de disimulo, que estamos viendo una trama desordenada cronológicamente, incluidas unas cuantas escenas del futuro. Pero ahora, las historias del pasado ya no nos cuentan la vida de los autómatas en aquella ambiciosa narrativa de repetición que caracterizó a la primera temporada, sino la fundación y primeros pasos del parque.

Este nuevo episodio, 'Virtù e Fortuna', incide en el segundo de esos aspectos, por suerte para los que hemos venido a esta fiesta con la promesa (desde que se habló de un remake de la película 'Almas de metal') de ver robots-pistoleros pegando tiros. Aderezado con el tercero: la inmersión en lo imposible (y cuidado: spoilers a partir de aquí). Queda claro, de hecho, en un guiño a aquel descubrimiento del primer episodio de la segunda temporada: el tigre muerto, que parecía sugerir que había otros parques aparte de 'Westworld'.

De hecho, los hay, y esa es la primera bofetada conceptual que recibe el espectador: un lujoso paraje de la India colonial donde dos humanos juguetean con sus personalidades. ¿Son o no son anfitriones? ¿Y si lo fueran, estarían programados para confesarlo? Es un paso de conocimiento más allá de que los anfitriones sepan que son vida artificial: los humanos jugueteando con la posibilidad de que lo sepan. El capítulo ahondará en esa idea con gran fortuna más adelante.

Este fenomenal arranque (también desde el punto de vista conceptual: los parques son un paraíso colonizador, sin culpa, donde una especie "superior" inculca un pasado y unas costumbres a los "nativos; nada mejor para simbolizarlo que el Oeste y la India colonial) también muestra los límites del parque de la India. A estas alturas de la serie, el componente artificial del escenario está completamente desvanecido.

Cruce de destinos

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Pero estos elementos no sirven sino para recordarnos que estamos ante una serie de ciencia-ficción, porque de momento hemos dejado de lado al Hombre de Negro, a la corporación Delos y a los primeros pasos de la construcción de Westworld. De hecho, la historia abandona (en buena parte) sus ambiciosos saltos temporales y transcurre en puntos muy cercanos en el tiempo. Es más: dos de los arcos que sucedían por separado confluyen: Bernard y Charlotte se topan con los rebeldes comandados por Dolores, y vemos por primera vez juntos a Dolores y Bernard, ambos "despiertos".

Esto sirve a la serie para lanzar al espectador unas cuantas andanadas de conceptos poderosísimos. Por ejemplo, se plantea que el padre de Dolores, ahora un anfitrión que no funciona, podría tener una función de llave de un solo uso, como descubre Bernard. Pero a la vez, proporciona un momento altamente emotivo: Dolores destrozada ante el comportamiento errático del que fue su padre, que vemos como un robot defectuoso, pero que fácilmente podemos identificar con el muy humano dolor de una hija ante su padre enfermo.

Este cruce de historias entre Bernard y Dolores también da pie a la fascinante escena del asalto de los soldados al Fuerte donde se atrincheran la ex-anfitriona y los Confederados. No solo es espectacular y define bien las despiadas intenciones de la mujer, sino que es puro cine fantástico, imposible y atrevido: vehículos del ejército arremetiendo, con armamento actual, contra un grupo de prsonajes de western que, además, en manos de Dolores están encontrando una especie de "tercera vía" estética. Enmascarados, mudos y despiadados, parecen más extras de 'Mad Max' que de un western al uso, lo que quizás vaticina, de forma metanarrativa, de lo que va realmente 'Westworld': la extinción de la raza humana a través de un horrible baño de sangre.

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El mejor momento del episodio no se da en un ambiente de western, sino en los sótanos de las instalaciones: el técnico Lee pone en duda los sentimientos que unen a Maeve con Hector, anticipándose a lo que piensa y hasta a lo que siente. Lo que empieza como la típica duda acerca de qué nos hace reales (¿los sentimientos, las experiencias?) da un giro cuando Maeve echa en cara al técnico que muchas de las vivencias parten de su propio despecho, en su vida fuera del parque.

Es decir, Lee, por un desengaño amoroso, "mató" a su ex en los recuerdos de Hector. Todos, humanos y robots, estamos algo programados, y siempre que nos es posible, implantamos nuestras narrativas, las que nos convienen, en las experiencias ajenas. Una reflexión asombrosamente aguda para un episodio que es bastante más que una considerable descarga de acción y una bienvenida simplificación del argumento.

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