'United 93', morir de pie

'United 93', morir de pie
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He de confesar que hasta hace unos pocos meses no me había “atrevido” con ‘United 93’ (id, Paul Greengrass). Es decir, que no la vi en el cine en 2006, y ciertamente que lo lamento. Porque viendo, o más bien sufriendo, el supuesto cine de acción y suspense de tanto director mediocre, ‘United 93’ se erige en una de las más soberbias y complejas películas de tensión sostenida que se recuerdan, una escalofriante propuesta que funde, con pasmoso magisterio, la ficción en el seno de lo real, o lo documental en el seno de la ficción, que atrapa y conmueve con la potencia y lo espeluznante de sus imágenes, y que huye de la espectacularidad de una trama convencional de acción para centrarse, quizá como nunca antes, en la realidad psicológica y anímica que surge cuando vuelas en un aparato que, de pronto, se transforma en una tumba de plástico y metal. Es decir, una película en la que la diferencia entre lo buscado y lo encontrado es mínima o prácticamente inexistente, y que aprovecha al máximo las posibilidades de una historia real para crear algo absolutamente dinámico y cinematográfico, en la que un grupo de personas que percibimos como completamente reales y mortales deciden levantarse ante la cercanía de la muerte, y morir de pie.

Y digo que no me había atrevido porque Paul Greengrass, que había ganado el Oso de Oro con la interesante y potente ‘Bloody Sunday’ (2002), había dirigido la para mí muy gris ‘El mito de Bourne’ (‘The Bourne Supremacy’, 2004), cristalizando ese cine de acción mareante, pega planos y carente de emoción tan en boga hoy día, prolongado luego en otra secuela, aún más mareante y superflua, ‘El ultimatum de Bourne’ (‘The Bourne Ultimatum’, 2007), y temía yo que siguiera los mismos patrones, de cine comercial disfrazado de cine de categoría, para narrar una tragedia que golpeó el mundo entero y que cambió el panorama global, político y social, para siempre. Pero el cine te trae sorpresas, de cuando en cuando. Y esta es una de ellas. Ciento once minutos de cine que no pueden dejar indiferente a nadie, un cine valiente y contenido, con el que Greengrass se mete en un verdadero jardín (el secuestro del vuelo United Airlines 93, el único que no llegó a su destructivo destino aquella fatídica mañana del 11 de septiembre de 2001) y sale no ya con vida de la hazaña, sino como un gran cineasta, con la sensación de no perder el control de tan compleja historia en ningún momento, a pesar de no darse ninguna facilidad. Más bien todo lo contrario.

Dijeron, después de ver en imágenes las horripilantes consecuencias de la demencia nazi en la Segunda Guerra Mundial, que ya no se podía hacer cine como el que se hacía hasta entonces (aún hoy muchos lo siguen intentando, pese a todo…), y después de que el mundo entero se quedara varias horas seguidas pegado a la televisión, presenciando una y otra vez el desplome de dos gigantes de acero, han vuelto a decir lo mismo: no se puede hacer cine como el que se ha venido haciendo hasta 2001. No ya porque, de hecho, la realidad supera a la ficción, también porque los resortes del suspense y de la puesta en escena se quedan obsoletos, narrativamente hablando, para contar la paranoia, la disparidad de puntos de vista, el desarrollo de la tecnología audiovisual con la que se accede a la tragedia (cuando quieren mostrárnosla…) de la guerra y el fanatismo. Un cineasta tiene que estar a la altura, narrativa y técnica, de su tiempo, para poder conectar con un público que lidia cada día con torrentes de información visual, acostumbrado a un nervio y a una energía que están presentes en la película de Greengrass, compatibles al mismo tiempo con una construcción clásica de los eventos y un “crescendo” desolador que te deja clavado en la butaca.

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La imagen total

No creo exagerar si digo que el uso del scope 2.35:1 que el director Greengrass y el operador Barry Ackroyd (que pocos años más tarde firmaría el portentoso trabajo de ‘En tierra hostil’ (‘The Hurt Locker’, Kathryn Bigelow, 2008), y que sería nuevamente nominado al Oscar) llevan a cabo en esta película, es un asombro a la altura de muy pocos cineastas recientes. Para hacernos una idea: el John McTiernan de ‘La jungla de cristal’ (‘Die Hard’, 1988), el Martin Campbell de ‘Casino Royale’ (id, 2006) o el Martin Scorsese de ‘Infiltrados’ (‘The Departed’, 2006). Es una imagen total, de una belleza y una precisión que te atrapa desde el primer momento. La gran fluidez de la cámara, el estilizado uso de la luz y el color, la profundidad de campo, son realmente notables. Pero la imagen carece de vida sin un sonido apropiado, y las mezclas son, también, soberbias, así como el magnífico montaje llevado a cabo por Clare Douglas, Richard Pearson y Christopher Rouse, y el diseño de producción de Dominic Watkings. Y es que técnicamente es cine de primer orden.

Pero dramáticamente también. Ya que es una historia tan reciente (yo creo que nunca dejará de ser reciente) era imperativo un reparto de caras desconocidas que, sin embargo, dieran todas las garantías, porque la película, al fin, es un homenaje a las personas que murieron ese día. Y son ellos los que soportan la carga dramática de una película que se detiene con paciencia, como es lógico, en cada uno de los caracteres. Pero se trata de un casting fenomenal, que incluye no solamente a las víctimas y a los terroristas, también a varios puestos de controladores aéreos, al Centro de Control de Tráfico Aéreo, a la Fuerza Aérea… en un reparto que incluye a varias docenas de personajes, todos impecables. Pero los pasajeros del avión y los cuatro terroristas son los mejores, y cada uno de ellos está dibujado con cuatro líneas pero con precisión, y jamás dejas de creerte su extrema peripecia. Más allá de que eso ocurriera realmente (ya sabemos lo necesitados de héroes que siempre están en los Estados Unidos), o de que determinados aspectos puedan haber sido alterados o inventados, se nos queda la sensación inequívoca de asistir a un documento ficcionado y de formar parte del pasaje, como uno más, compartiendo el terrible destino que todos conocemos de antemano, pero que no por ello, al llegar a él, deja de provocarnos un salvaje escalofrío. De hecho, el último plano, en negro, es el final perfecto, sin concesiones melodramáticas de ninguna clase, con el que sentimos, como pocas veces, la certeza de la muerte.

Es decir, que andamos muy lejos de la blandenguería y la trivialidad de aquella espantosa ‘World Trade Center’ (id, Oliver Stone, 2004), que sí se ponía melodramática y conservadora con un tema que le quedaba muy grande, sorprendentemente, a Stone. Viendo ‘United 93’, da la sensación de que es la película, o al menos el territorio formal, que el mejor Stone habría indagado si se hubiera puesto las pilas (cosa que no hace desde mucho, al menos en ficción). Menos mal que está Paul Greengrass, quien además firma el guión, para hacerlo por él, y regalarnos una experiencia inolvidable y desoladora, que no teme tardar casi una hora en empezar de verdad, mientras va situando las piezas del juego, alargando hasta lo insoportable la tensión del vuelo que por poco se queda en tierra, o la del terrorista que no se decide a comenzar el secuestro, o la de los pasajeros que emprenden la lucha por la vida un poco tarde. Al final, nadie gana, todos pierden, el mundo sigue siendo el peor posible. Pero por lo menos se ha hecho una buena película, que se esfuerza en mostrarlo tal cual. Algo es algo.

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Conclusión

Cine valiente, que huye de lo melodramático como la peste para llegar a su opuesto, la realidad tal cual, con su extrema ambigüedad, con sus aristas apasionantes. Probablemente, la película más redonda de Greengrass y uno de los filmes sobre una historia real más espeluznantes que han podido verse en los últimos años. Pero también cine libre, lleno de energía y pasión, que no se deja digerir fácilmente y que exige al espectador una lucha feroz con sus propios sentimientos. Cine grande, en definitiva.

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