'Un dios salvaje', carnicería

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¡Qué titulo más sonoro y sensacional tiene la obra de teatro (y esta película que lo adapta) de Jasmina Reza en inglés! ‘Carnage’, carnicería. Uno ya sabe a lo que asiste: a una comedia sin contemplaciones. Hace un año estrenaron un montaje estupendo en Barcelona, por cierto. Escribe el mismo Marcos Ordóñez, cronista y héroe, que en las obras de Yasmina Reza todos los personajes se equivocan y todos tienen razón. Estoy de acuerdo. La adaptación del texto que ha firmado y coadaptado Roman Polanski es estupenda, coincido con mi compañera Beatriz Maldivia.

La película empieza con un incidente que reúne a dos parejas. El incidente ha sido entre dos niños y uno de ellos ha terminado herido. La idea de los padres es, claro, resolver el conflicto civilizados, haciendo gusto de su educación. Los padres del crío herido son John C. Reilly y Jodie Foster, una pareja relajada y aparentemente liberal, me refiero al sentido anglosajón, diríamos mejor o más adecuadamente en este castellano en el que pregonáis vosotros, lectores y tigres y foreros, que progresista. Los del niño revoltoso y agresor son Christoph Waltz y Kate Winslet, un atribulado abogado y su esposa. Enseguida empieza el conflicto. Empieza con una simple invitación a pastel, pero la tensión acontece.

La película se mueve feliz siendo una comedia ligera, no parece nunca apartarse de unos diálogos desternillantes, de un ritmo rápido y conciso y la única concesión a la obviedad que hace está en esos planes de apertura y final, en los que Polanski subraya lo idiota del conflicto viendo como resuelven los propios un par de infantes en un parque, jugando, olvidando, peleando y finalmente sellando la paz. La carcajada está asegurada, aunque uno sospeche que ese plano es del todo innecesario, que prefería mantenerme en la catarsis y en el olvido, que no quería tener otra prueba de que el mundo que habitan esos personajes es un poco memo y bobo.


Una lectura banal de la obra teatral nos hace pensar que su tema es que todos somos iguales. Esta es una idiotez que algunos respaldan. Pero no, no es esa su lectura. Otra, un poco más sofisticada, es que los abismos a los que se sumerge la edad y el matrimonio son inclementes. Otra, incluso mejor, es que no debe olvidar uno desde donde habla y desde donde se puede hablar para repartir cualquier soflama y lección vital. Porque el tema de esta película es el de dos matrimonios con problemas irresolubles de muy distinta índole, de como el macho busca refugio insoportable en ser validado, de como cada perspectiva puede ser tan idiota o inteligente como nos plazca.

Claro que el personaje de Christoph Waltz, el descarnado y divertido y cínico, nos puede parecer el más simpático, al fin y al cabo, gana dinero, tiene un status y no miente sobre ello. Pero es en la desmedida histeria de Kate Winslet que observamos un poco su fracaso esencial, su desatención, su dependencia más absoluta de los elementos más ridículos. El marido más tolerante, el que encarna John C. Reilly, quiere evitar todo el conflicto, precisamente porque quizá lo que quiera es ocultar la desaprobación ante los trabajos solidarios de la esposa que encarna una histérica magnífica, Jodei Foster. El conflicto se puede volver más divertido, más irónico, pero la catarsis debe detenerse en su punto más absurdo, por supuesto.

Se mueve este Polanski en una dimensión muy distinta a la de ‘El escritor’ (The Ghost Writer, 2010) o a la del ‘Quimérico Inquilino’ (Le Locataire, 1976) que ya le probó tan experto en apartamentos como en su satánica aventura con Mia Farrow. Pero no está interesado aquí en el espacio, en la arquitectura, aunque uno se asombre de su agilidad compositiva, del sabor grácil y pequeño de esta película, que yo creo que podría haber sido rodada o pensada o imaginada en los setenta, aunque dice la inteligencia exquisita e incansable de Marta Peirano que Jasmina Reza no es Edward Albee. No lo es, claro.

Acabáramos.

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