'Un 32 août sur terre', la ópera prima de Denis Villeneuve

'Un 32 août sur terre', la ópera prima de Denis Villeneuve

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'Un 32 août sur terre', la ópera prima de Denis Villeneuve

‘Un 32 août sur terre’ (1998) es la ópera prima del cada vez más respetado Denis Villeneuve —se ha hecho con el favor de crítica y público a partir de ‘Incendies’ (id, 2010), y todos estamos pendientes de lo que hará con la secuela de ‘Blade Runner’ (id, Ridley Scott, 1982)—, director que va camino de convertirse en el nuevo ídolo de masas cinéfilas, al estilo de lo que le ha pasado a muchos en los últimos cinco años. No es para menos, y su obra desconocida, antes del film nominado al Oscar, ya contiene elementos de lo más interesantes para considerar a Villeneuve como un seguro para el futuro del cine adulto.

El film, que compitió en una de las secciones del Festival de Cannes de aquel año, no ha conocido estreno, como sus dos siguientes películas, por estos lares, acostumbrados a un cine mayoritario que entre mejor a la audiencia —o sea, mostrándoles lo que ellos realmente quieren—. Con guion del propio Villeneuve, en esta película ya queda claro que los personajes femeninos en la mayor parte de su cine contienen mayor relevancia, y profundidad, que los masculinos, sujetos a elementos más universales. Filmado en Canadá y USA, ‘Un 32 août sur terre’ propone una muy singular historia de amor entre un hombre y una mujer, muy buenos amigos desde siempre.

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Simone (Pascale Bussières) se duerme al volante de su coche, sobreviviendo a un accidente que en el fondo no ha sido más que un buen susto. El haber tenido la muerte tan cerca le han plantearse ciertas cosas y toma una muy determinante decisión: tener un hijo. Para ello recurrirá a su mejor amigo Philippe (Alexis Martin), que ha estado enamorado de Simone casi toda su vida. Ante la extraña y repentina petición, éste recurre a “encargar” al niño en un desierto, eligiendo Utah para realizar tan comprometido deseo. Comenzará así un viaje no sólo físico, sino emocional, entre los dos amigos, arrastrando Simone a Philippe a un forzoso replanteamiento de su vida y principales intereses.

Villenuve demuestra una capacidad de síntesis a través de una muy cuidada puesta en escena en la que sugiere mucho más de lo que sus escuetos diálogos dicen. De hecho ‘Un 32 août sur terre’ podría haber sido un film mudo, o con muchos menos diálogos de los que posee —sólo la lectura de un poema clave requiere del uso de sonido verbal—; Villeneuve viste a sus personajes con un escenario siempre en consonancia con sus pensamientos, mejor dicho, con su perdido estado mental. Porque a pesar de que Simone está decidida a hacer lo que quiere —ojo, tras sufrir un muy aparatoso accidente que pudo costarle la vida—, al transmitir su deseo a Philippe, lo que provoca es cierto caos.

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Hay que darle forma

Es precisamente Philippe el que, en un momento dado, dice que cada vez entiende menos el mundo, a partir de lo cual se suceden hechos que podrían ser considerados dentro de la famosa ley de Murphy, encontrando su razón de ser en el hecho de cuerpos enfrentados en la inmensidad de un mundo en el que pasa de todo. Así, episodios como los del taxista estadounidense que cada vez les pide más dinero, la licencia de conducir extraviada, o los jóvenes con los que se encuentra —chocar es el verbo adecuado para los hechos del film— Philippe al final del film, muestran a personaje que lejos de decidir sus actos, una especie de fuerza mayor parece decidir por ellos al estar en el lugar menos adecuado en el instante menos adecuado.

La historia de amor de ‘Un 32 août sur terre’ no es típica a pesar de establecerse entre los sempiternos “mejores amigos”; el inesperado periplo los muestra como diminutos seres en un mundo loco, perdido, que va hacia la deriva, y con él los aún más perdidos personajes. Ya en su ópera prima Villeneuve construye su laberíntico film a partir de una desgracia, ya sea un accidente, un asesinato o un secuestro —por poner ejemplos bien visibles en sus films más conocidos—, e invita al espectador, gracias a esa portentosa puesta en escena —en la que aquí existe un muy inteligente uso del contraste, entre colores claros y oscuros, o espacios grandes y reducidos—, a cerrar el viaje propuesto.

Puede que en su primer film en solitario Villenuve peque de demasiado trascendental, con cierto halo poético que a veces no le queda bien a la película, por excesivo, pero acierta de lleno con su poder de sugestión, sin necesidad de narrar, o explicar, algunos de los acontecimientos —no es necesario hacerlo con el cuerpo que encuentran al lado de la carretera, dos planos le llegan al director para que en nuestra mente se construya la historia—; y ya aquí muestra un gusto por los finales abiertos, o no terminados de forma convencional. Un último convite a utilizar el cerebro. A pensar.

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