'Tenebre', el canto de cisne del giallo

'Tenebre', el canto de cisne del giallo
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Cuando se ha eliminado lo imposible, aquello que queda, por improbable que sea, es la verdad.

-Sir Arthur Conan Doyle (en boca de uno de los personajes)

‘Tenebre’ (id, Darío Argento, 1982) está considerada por muchos como el acta de defunción de una de las corrientes más extrañas y sádicas que ha dado el cine de género: el giallo. Es éste un subgénero dentro del terror y el thriller que arrasó Italia en la década de los 70 y buena parte de los 80. Posteriormente se exportaría a otros países, entre ellos, España. Hereda su nombre de ciertas novelas de crímenes de la época cuya edición tenía la portada amarilla (“giallo” significan “amarillo” en italiano). Grosso modo, sus características son: títulos rimbombantes, asesinos fetichistas y con un trauma que se resolverá a lo largo del film, asesinatos barrocos e imaginativos, bellas víctimas en paños menores, ambiente mórbido, música electrónica ratonera o italo-disco y desprecio por el contenido —léase guión— y mimo por el continente —recursos formales—. Importa mucho menos el quién que el cómo.

El padre putativo fue, cómo no, Mario Bava, con su fundacional ‘La muchacha que sabía demasiado’ (‘La ragazza che sapeva troppo’, 1963) y su alumno más aplicado, Darío Argento. Otros nombres como Sergio Martino, Lucio Fulci o Pupi Avati también hicieron importantes aportes al movimiento. Los ecos del giallo pueden encontrarse en todos los slasher que vinieron después, así como en el ultimísimo torture porn. Para quien quiera profundizar en el tema, recomiendo el libro ‘El giallo italiano: la oscuridad y la sangre’, de Antonio José Navarro. Y para quien quiera conocer uno de sus títulos más barrocos y alucinados, recomiendo la siguiente crítica.

Sin ser un profundo estudioso del subgénero ni un fan irredento, sí que aprecio su gratificante tono entre el terror y el fantastique y la atmósfera malsana que recorre todas las películas que las hacen altamente disfrutables, amén de un punto de locura que les otorga una libertad formal y temática mayor que en otros subgéneros del cine de terror más convencionales. Y reconozco que entre las montañas de celuloide desechable que creó el movimiento, existen varias joyas medusinas que guardo como oro en paño en mi videoteca, como son ‘Torso, violencia carnal’ (‘I corpi presentano tracce di violenza carnale’, Sergio Martino, 1973), ‘¿Quién la ha visto morir?’ (‘Chi l’ha vista morire?’, Aldo Lado, 1972) o ‘Rojo oscuro’ (‘Profondo Rosso’, Darío Argento, 1975). Todo esto se resume en una máxima: el asesinato considerado como una de las bellas artes.. ‘Tenebre’ es suma, compendio y fin de lo mejor y lo peor que ha dado el giallo.

En los títulos de crédito, una mano enguantada lee una novela de crímenes titulada ‘Tenebre’ junto al fuego de una chimenea. La imagen tiene algo de ridícula, de exageración de los tópicos del género. Sobre las imágenes, la por momentos infame y por momentos sublime música del grupo de rock progresivo y abstracto “Goblin” —aunque aquí firman con sus apellidos—, autores también de la demencial banda sonora de ‘Zombi’ (‘Dawn Of The Dead’, George A. Romero). Los horrorosos sintetizadores asombrosamente funcionan como banda sonora de la sangre y el crimen, como forma de tensar los nervios hasta el límite de la resistencia.

Anthony Franciosa interpreta a un autor de novelas de crímenes que recala en Roma para promocionar su último libro junto a su agente, —John Saxon— y su secretaria —Daria Nicolodi, musa y mujer en la vida real del director—. Al poco, un sádico asesino comienza a actuar basándose en pasajes del libro del escritor y a amenazar a todo su entorno, especialmente a las féminas. Pero… ¿sabéis qué? Olvidaos del argumento. Pecata minuta. No importa. En serio. Es tan absurdo, idiota y aleatorio que si el film se sostuviera sobre él, se hundiría como el “Titanic” al cuarto de hora de proyección. Lo que importa es la imagen, la atmósfera, las sensaciones. Y éstas van desde la estupefacción por la torpeza con la que están dirigidas algunas secuencias o lo terrible de algunas actuaciones, hasta la rendición incondicional al clima pútrido y surrealista que nos propone Darío Argento, amén de algunas secuencias magistrales de puro disparatadas.

La película se define por un tono blanco enfermizo, la luz solar y unas localizaciones en viviendas retrofuturistas e impolutas y exteriores geométricos que favorecen la abstracción de las imágenes. Y las imágenes son un sinfín de abracadabrantes asesinatos de chicas sorprendidas en proceso de desnudarse o directamente sin ropa. Hay de todo: mujeres fatales, lesbianas perversas, jovencitas inocentes…todas pasan por la picadora del señor Argento. Y aquí no se escatima salvajismo, señores: miembros cercenados, hachazos en el cuero cabelludo, mujeres convertidas en surtidores de sangre.

La forma de presentar este tratado de misoginia es desconcertante: planos sin orden de continuidad, raccord en el límite, posiciones de cámara imposibles… hasta que llega la escena por la que será recordada esta película: un demencial plano-secuencia en el que la cámara adopta —o eso parece en un principio— el punto de vista del asesino en el exterior de una casa para volar por encima del tejado, meterse por una ventana, salir por otra y perderse en un laberinto arquitectónico y conceptual que deja al espectador —o a mí, al menos— preguntándose si acaba de ver la secuencia más estúpida o más brillante en años. Es un momento tan conseguido como la persecución de una de las jóvenes por un sobrenatural dobermann capaz de saltar vallas de varios metros de altura en pos de su presa. ¿De quién es el chucho? ¿Cómo es posible que la joven perseguida termine refugiándose precisamente en la casa del asesino? ¿Realmente importa? Adiós, lógica, aquí no eres bienvenida.

Para la antología del disparate quedan otras secuencias como los inenarrables flashbacks que explican —por decir algo— el trauma del asesino y un final de grand gignol donde las vueltas de tuerca se suceden unas a otras mientras la sangre inunda las inmaculadas estancias. Partiendo de las convenciones del género, Darío Argento las dinamita por la vía de la irrealidad y las guarda en formol como un objeto muerto y precioso. La sensación de tomadura de pelo es muy fuerte, pero lo es aún más la fascinación por la extraña propuesta de ‘Tenebre’. Os juro que yo aún no me he aclarado. De postre, aquí tenéis el delirante plano secuencia. Disfrutadlo (o sufridlo, a vuestro gusto):

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