Steven Spielberg: 'La terminal', jugando a ser otro

Steven Spielberg: 'La terminal', jugando a ser otro
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“Estoy hablando de bombas. Estoy hablando de dignidad humana. Estoy hablando de derechos humanos. Viktor, por favor, no tengas miedo de decirme que tienes miedo de Krakhozia”

- Frank Dixon”

Cuentan que a Steven Spielberg le impresionó tanto la historia de Mehran Karimi Nasseri (un ciudadano iraní que vivió refugiado en el Aeropuerto Charles de Gaulle de París cerca de 20 años) que se decidió a hacer la película a pesar de que no encontraba un aeropuerto en todo el mundo donde poder rodarla. Al final, se vio obligado a construir un enorme decorado (uno de los más grandes de la historia) en un aeropuerto regional de Los Angeles. Y para dar vida a su Viktor Novirski, llamó a su buen amigo Tom Hanks, a quien dirigiría por tercera vez. Todo esto podría haber dado de sí una película sumamente interesante, pero no olvidemos que la anterior película de Spielberg, ‘Atrápame si puedes’, fue una de las mejores de su carrera, y este cineasta está empeñado en dar una de cal y otra de arena.

Comedia romántica que repite la ligereza de aquella magnífica película nombrada (de hecho, repite guionista), pero que en ningún momento deja ver detrás de esa ligereza, como aquella, nada más que una cáscara deslumbrante, llena de buenas intenciones, de amabilidad y de sentimientos (falsos, porque el ser humano no es así), y que echa por tierra las magníficas posibilidades de que disponía, y que podía haber desarrollado aún tratándose de una comedia romántica, pues el tono no es óbice para hacer las cosas como Dios manda. Pero parece claro que una vez más, Spielberg quería tomarse unas buenas vacaciones de sí mismo.

El eterno emigrante

A Spielberg le gusta mirarse en el espejo de los clásicos. Sabedor de que a estas alturas, a pesar de los numerosos traspies, lugares comunes, facilidades, que se ha dado en su carrera, ésta es ya legendaria. Y también sabe que el grueso de filmografía ya se ha hecho realidad. Por eso creo que no deja de pensar en John Ford (su verdadero gurú), en Raoul Walsh, en Frank Capra. Posiblemente se pregunta a menudo si su legado puede ponerse al lado del de aquellos sin palidecer. Yo creo que no. En esta ocasión, da un paso más hacia atrás. Y en concreto intenta emular el espíritu de Capra. Ni que decir tiene que termina estrellándose, y a quien más se parece es a Robert Zemeckis.

De hecho, está película tiene más en común con dos de las películas más exitosas (y menos interesantes) de Zemeckis, que con la entera filmografía de Spielberg, actor protagonista incluido. La epopeya de Viktor, su indefensión, su corazón de oro (qué repelús me da escribir esas palabras), su peripecia para volver al hogar (tanto íntimo como físico) le emparentan con los protagonistas de ‘Forrest Gump’ y ‘Náufrago’ (que podría llamarse ‘Forrest Gump 2’). Pero sobre todo, un subsuelo ultra-conservador, no aparente ni obvio pero desde luego presente, que termina por inundar todo el relato de un inofensivo, pero no inocente, juego conceptual en el que se acaban cantando las bondades del piadoso, abierto, optimista, ejemplar pueblo norteamericano, mientras queda claro que todo lo exterior, lo vanguardista, lo no norteamericano, es muy inferior.

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Puede que algunos piensen que exagero, pero estoy bastante convencido de lo que se ve en la pantalla. La fauna entera que pasa por el aeropuerto son un rosario de angelitos de buen corazón, americanitos bondadosos que hacen el mundo mejor por su sola presencia. Ni siquiera el personaje de Stanley Tucci, que va de malo de la función, es convincente, pero al menos tiene algo. Porque los pobres Diego Luna y Catherine Zeta-Jones rozan el ridículo. Nunca Spielberg ha dirigido peor a los actores, con menos autoexigencia, más en plan colegueo que aquí. Un desperdicio de talento que el caso de Hanks, el único con un personaje más o menos interesante, es una buena interpretación que acaba salvando en parte los platos a Spielberg.

Cuando Frank Capra dirigía ‘Juan Nadie’ o ‘Qué bello es vivir’, en ellas había muchos personajes bondadosos y de gran corazón. Pero eran personajes de carne y hueso, es decir, con grandes defectos, y que sufrían o lo pasaban mal por las equivocaciones de sus actos. Sin embargo, esta disimulada oda al americanismo feroz es de cartón piedra en el perfil de sus caracteres, que están mucho menos trabajados que el portentoso juego escenográfico. Y, para rematarlo, no hay ni un solo rasgo de estilo, ni una sola secuencia destacable, ni siquiera un momento particularmente inspirado. Es todo un conjunto de secuencias sin el más mínimo vaivén emocional, sin interés, una mediocridad de lujo.

Esta es una película que debería haber dirigido el Robert Zemeckis más impersonal (es decir, el de los últimos tiempos), y no Steven Spielberg. Ni está a la altura de su talento, ni añade nada a su filmografía (más bien la devalúa un poco más), ni se ve mucho el sentido de una comedia romántica totalmente desangelada en la que un ruso (se inventan el nombre del país de procedencia, para no caer más en el ridículo, pero es ruso) que finalmente es aceptado en el país de las oportunidades (esto es irónico) que es lo que en un principio deseaba, aunque sin saberlo, el pobre. Es tan majete, tan tontorrón, que los americanitos bondadosos se apiadan de él y consigue ser uno de ellos. Nauseabundo mensaje político indigno de un hombre que firmará la valiente ‘Munich’.

Pero es lo que hay. La película fue masacrada por la mayoría de críticos, y obtuvo la indiferencia del público, que es justamente lo que se merecía. Aún hay quien la defiende. Spielberg, que puede permitirse hacer la película que le venga en gana, lleva a cabo caprichos que, precisamente, le impiden mirarse en el espejo de los clásicos.

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