Steven Spielberg: 'El mundo perdido: Parque jurásico II', lo que pudo ser y no fue

Steven Spielberg: 'El mundo perdido: Parque jurásico II', lo que pudo ser y no fue
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“Peter, si quiere que dirija su pequeño safari, hay dos condiciones: primero, aquí mando yo, y cuando no esté yo, manda Dieter. Todo lo que tiene que hacer es firmar cheques, decirnos lo buenos que somos y abrir su caja de whisky cuando tengamos un buen día. Segunda condición: ¿mi salario? Puede quedárselo. Todo lo que quiero como pago a mis servicios es el derecho a cazar uno de los Tyranosaurios. Un macho. Cómo y cuándo es asunto mío. Ahora, si no le gustan alguna de estas condiciones, le dejaré solo. Así que adelante, levante el campamento aquí mismo, o en una ciénaga, o en mitad del nido de un Rex, porque me da igual. Pero he estado en demasiados safaris con dentistas ricos para escuchar más ideas suicidas, ¿de acuerdo?”

-Roland Tembo

Cuatro años después de ganarse un prestigio que siempre se le había resistido, y de alzarse con el Oscar al mejor director y mejor película con la estupenda ‘La lista de Schindler’, Spielberg volvía al cine con la segunda parte de la película más taquillera (hasta que llegó ‘Titanic’) de la historia. Y lo cierto es que dice mucho del carácter artístico de Spielberg que se arriesgara con aquella incursión en el holocausto judío, para regresar a una aventura que era una de sus menos interesantes películas. Es decir, un cineasta que podía permitirse cualquier cosa, cambiar por fin de rumbo una filmografía que ya se dibujaba con irregulares aristas, reincide en un cine descaradamente comercial que, además, fracasa en su intento de ofrecer grandiosa aventura y que se queda en una aventura familiar muy endeble. Películas como estas dan que pensar sobre la importancia real de Spielberg como artista.

Regreso a la pesadilla…es decir, al cuento de hadas

Estaba claro que íbamos a conocer una segunda parte, y parecía sencillo superar los tonos edulcorados y el bajísimo listón que Spielberg se impuso en la primera aventura. Esta película responde a la fórmula del “más difícil todavía”, pues después de sorprender a todos con unos efectos digitales que recreaban dinosaurios con gran espectacularidad, había que encontrar la fórmula para volver a sorprenderles. El problema es que ya estaba todo inventado. Simplemente, pusieron muchos más saurios, un poco mejor hechos que la última vez. La solución pasaba, en realidad, por situar a personajes más interesantes en la vorágine de esta secuela. Pero ahí también fracasaron, salvo en un caso, del que hablaremos más adelante.

Ya el mismo comienzo avisa de que la cosa no va a discurrir por caminos muy diferentes a los de la primera aventura. ¿Dónde están los electrizantes prólogos de Indiana Jones? Desaparecidos. A continuación regresamos a la civilización con el personaje de Jeff Goldblum, que repite papel, pero que durante toda película va a suponer un ejemplo de desgana y de incapacidad. Por supuesto, ha de regresar a la segunda isla en busca de su ex-mujer, que resultará ser Julianne Moore. ¿Por qué Spielberg coloca a este personaje en el centro de la historia, cuando es evidente que hace falta algo más interesante que eso? No lo puedo entender. En mi opinión, es el primer error, y uno de los más grandes. Pero hay muchos más. Su personaje tiene una hija, en teoría adoptada, que es un completo pegote sin gracia, y es que Spielberg tiene que meter algún crío por eso de asegurarse esa dimensión en el relato. La hija viajará con Malcolm de polizón, como todos nos imaginábamos desde el principio, cuando en realidad nos importa muy poco que viva o muera.

Malcolm, con barba y pinta de estar en muy mala forma, viaja con un equipo de dos personas más, entre ellos Nick Van Owen (un digno Vince Vaughn), que luego descubriremos que es un naturalista infiltrado, y enseguida se encuentra con su ex-pareja, una insoportable Moore (que es una de mis actrices favoritas). Hasta aquí han transcurrido más de veinte minutos de película, y se pregunta uno cuándo va a empezar esa en teoría gran aventura filmada por el gran maestro, porque ni por asomo hay nada de eso. Eso sí, los estegosaurios muy bonitos, muy bien hechos. También tenemos algún momento cursi digno de la casa, como al que pertenece la fotografía de arriba del todo. En ese momento, sucede un atisbo de milagro, porque llega un segundo grupo a la isla, capitaneado por el único personaje que tiene algo, interpretado por el gran Pete Postlethwaite, al que pertenece el monólogo que abre este artículo.

De pronto, sucede un milagro. Y es que pasa algo en la historia. Tensión, conflicto. Se instala cierta incertidumbre. Por supuesto, los dinosuarios vuelven a mostrar que son ellos los que mandan, y dos Rex atacan al furgón de los “buenos”, matando a uno de ellos, en una secuencia ciertamente muy elaborada, aunque estropeada por los famosos chistes malos tan del gusto de Spielberg. Eso sí, una vez concluido ese bloque, comienza la que es para mí la verdadera película, con el grupo de supervivientes aislados del mundo exterior y obligados a viajar hasta otro punto de la isla. Y ahí toma el mando el personaje de Postlethwaite, que es el que debería haber protagonizado toda la película, si Spielberg hubiera tenido los redaños de llevar su deseo de hacer esta película más oscura hasta al final, y no la hubiera convertido, de nuevo, en otra insulsez familiar.

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Y es que, que me corrija el lector si ando errado, pero la aventura es algo más que cuatro personajes sin carisma correteando de un lado para otro perseguidos por dinosaurios generados por ordenador. Estoy seguro de que el adolescente amante de videojuegos (y yo soy un viciado, que no me interpreten mal) que en su vida ha visto una película de Raoul Walsh, de Howard Hawks o de John Huston, querrá corregirme y estará encantado con este despropósito, pero yo espero algo más, en realidad mucho más, de una historia de aventuras. No sólo pasar el rato, sino que me conmueva, porque creo que es uno de los géneros más poderosos que existen. Y como Spielberg demostró en ‘Tiburón’, por ejemplo, pues es de esperar, siempre, lo mejor de él.

La cosa se anima, ya digo, con ese viaje hacia el interior de la isla, pero las barbaridades se suceden sin desmayo (el tyrannosaurio o los raptores cazando siempre a uno de los “malos”, nunca de los “buenos”, la bochornosa escena de la hija haciendo equilibrismos sobre barras paralelas…), hasta que por fin tiene lugar el forzado tercer acto, ya en la ciudad, que pretende homenajear, con más pena que gloria, a clásicos como ‘King Kong’. Ya hablé, en su momento, de lo mal que se le dan a veces los finales a este hombre, llegando a estropear buenas películas (no es el caso). Aquí vuelve a demostrar que la coherencia no es lo suyo. Y si no, que alguien se digne a explicar cómo un Rex sorprende a toda la tripulación del barco (dado su tamaño y su ferocidad), los devora…¡y se vuelve a meter en su prisión marina! De locos.

Pero parece que ha comenzado una nueva película. Sorprende, además, la poca imaginación visual que demuestra Spielberg durante toda la película, la escasa calidad de la fotografía de Kaminski, y la plena incapacidad de todos los responsables por elaborar una aventura que pudo ser intensa y que se queda en muy sosa.

Conclusión

Películas como esta, y bastantes más, le hacen a uno replantearse la altura estética de su director, capaz de entregar una maravilla, primero, y dos o tres productos más que discutibles, después. Quizá le puede la desgana, o quizá es que le importa poco abaratar su filmografía (eso sí, llenándose bien los bolsillos del dinero de los espectadores, muchos de ellos encantados con algunos de sus despropósitos). A estas alturas, en 1997, queda claro que hay dos Spielberg. Uno es el de ‘Tiburón’, ‘E.T’, las aventuras de Indiana Jones, ‘La lista de Schindler’, ‘Encuentros en la tercera fase’, ‘El color púrpura’. Otro, muy diferente, es el de ‘The sugarland express’, ‘1941’, ‘Always’, ‘Hook’, ‘Parque Jurásico’, ‘El mundo perdido’...

Las diferencias son notables. Yo me quedo con el primero, claro está.

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