Steven Spielberg: '1941', una comedieta sin la menor gracia

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Ese es el hijo de puta más loco que he conocido jamás…

-Gral. Stillwell

En ocasiones, cuando el público castiga, lo hace a conciencia, y además con buenas razones (aunque no este no fue un fracaso económico absoluto, como erróneamente se suele creer). En 1979 Spielberg decidió emular a algunos de sus directores favoritos (después de codearse, en las poderosas narrativas de ‘Tiburón’ o ‘Encuentros en la tercera fase’, con los Walsh, Ford y Lean de su infancia), pero esta vez en el terreno de la resbaladiza comedia. Sus gurús eran, esta vez, Capra, Hawks o Kramer. Pero en esta ocasión no logró los resultados previstos.

Y es que no creo que Spielberg sea un director dotado para la comedia, ni siquiera con ese punto de maravillosa ironía de un Hitchcock o un Wilder. Simplemente, carece de ello. No tendría mayor importancia si no intentase, de cuando en cuando, demostrar un sentido del humor de brocha gorda, de escasa elegancia y profundidad, más basado en chascarrillos y exageraciones que en verdadero talento para este tipo de cine. No es que ‘1941’ sea una mala película, sencillamente es una bobada sin el menor interés.

Aun recuerdo a Spielberg declarando que ‘La vida es bella’, la entrañable aunque balbuciente película de Roberto Benigni sobre la segunda guerra mundial, era una comedia injustificable por hablar de temas tan importantes desde un punto de vista jocoso. Quizá a él se le había borrado de la memoria que había ejecutado una jugada parecida, y con mucha menor gracia, pues esta especie de historia sobre un ataque japonés contra Los Ángeles, pocos días después de la masacre de Pearl Harbor, pretende ser lo que no es: una locura disparatada.

En lugar de ese estilo de comedias locas a las que intenta parecerse, ‘1941’ se acerca más al tipo de películas de los ZAZ, como la venidera ‘Aterriza como puedas’, o simplemente a un sketch alargado del ‘Saturday Night Live’, varios de cuyos cómicos aparecen en esta película, y es que el regusto que termina dejando es más de comedieta televisiva que otra cosa. Eso sí, Spielberg filma con su habitual pericia, ayudado por William A. Fraker, un gran profesional que dota a las imágenes de una luz blanquísima y diáfana, aunque mi opinión muy poco acorde con la historia contada.

¿Dónde está la gracia?

Comenzamos con una secuencia de homenajea de manera obvia ‘Tiburón’, en una secuencia bellamente filmada, con una bruma muy conseguida, y terminamos con un destrozo absoluto que confunde frivolidad con desmelene. No en vano, Spielberg no ha vuelto a repetir en la comedia, y las pocas imágenes con sentido del humor de sus películas son chistes que dan vergüenza ajena.

La cosa es aún más grave cuando es la primera película de Steven Spielberg con el trasfondo de la segunda guerra mundial, conflicto que él ha dicho muchas veces considera el más importante del siglo XX. Sobre un guión de su gran amigo y posterior protegido y delfín Robert Zemeckis, que junto a Bob Gale (pareja responsable de las historias de ‘Regreso al futuro’) propusieron un gran fresco de la sociedad estadounidense de la época, que pretendía parodiar el ejército de ese país, a su gobierno, a la guerra, y a un montón de cosas más.

Pero, y esto es sintomático, en ese intento de parodiar, de hacer un esperpento, finalmente Spielberg (con el siempre sospechoso Zemeckis) termina por caer en el conservadurismo más absoluto, haciendo apología de la forma de vida norteamericana de forma evidente. Y, para acabar de rematar, en una película que ha envejecido terriblemente mal. Aún hay un sector de la cinefilia que la defiende a muerte, pero desde luego, y como ha podido comprobar el lector, no es mi caso.

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