'Spring Breakers', viejos pecados nuevos

'Spring Breakers', viejos pecados nuevos
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Un grupo de desmadradas jóvenes (Vanessa Hutchens, Selena Gómez, Ashley Benson y Rachel Korine) se meterá en líos y terminará en la cárcel tras una fiesta con exceso de drogas. Un traficante de armas y estupefacientes (James Franco) las liberará al ver su potencial como aliadas en sus intereses criminales y sus más inmediatas empresas. Empezará para las chicas un viaje cargado de autodestrucción.

La primera vez que leí el nombre de Harmony Korine fue al ver una película de 1995 que todos mis compañeros de instituto ritualizaban a los quince años. Se llamaba 'Kids' (id, 1995) y la había dirigido un fotógrafo, Larry Clark, causando un gran escándalo en la sociedad estadounidense de su tiempo por ser, al parecer, amoral. Me pasa, como a muchas otras personas, que cuando leo amoral entiendo que quieren decir moralista pero explícita y siempre termino riéndome.

La película de Clark era una de aquellas idioteces que fascinan tanto a los adolescentes, con aciertos nada idiotas, como la interpretación de Chlöe Sevigny, actriz magnífica que al menos ha tenido una interesante (y algo desaprovechada) carrera posterior demostrando su versatilidad y talento. Pero, en fin, una dosis de muchachos que se drogan y fornican y terminan con Sida no es, a mi parecer, amoral sino que retrata, perfectamente, la pesadilla de todo padre o madre de adolescentes con el lógico temor por las venéreas y las sustancias ilegales.

Volví a ver el nombre de Korine en otra película de Clark, se llamaba 'Ken Park'(id, 2002) que supongo que escandalizó a algún miembro de las Nuevas Juventudes del Partido Popular de Castellón. Alguno. El argumento de la película era jóvenes teniendo sexo todo el rato: entre ellos, con maduritas libidinosas y hasta con alguien de razas no blancas. El sonrojo es que esto sea un escándalo.

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En general, nada nuevo bajo el sol. Después de ver 'Trash Humpers' (id, 2009) provocación de museo más o menos irrelevante, más o menos decorativa, he visto ahora su primera película comercial en la que su esposa (Rachel Korine) y un grupo de actrices asociadas a Disney Channel aparecen en bikini y juegan a ser malotas. Una de ellas, la que encarna Selena Gomez, es una americana del medio oeste de una família religiosa y ahí está toda la provocación de la película, que la presenta como una mujer que, evidentemente, va de un orden social restrictivo a un mundo sin límites. Los términos medios se olvidaron pero ¿qué sería de los moralistas sin la hipérbole o la insensatez?

Porque, al margen de la estupenda secuencia del atraco, la película es una sobredosis de Cliff Martinez y Skrillez de quien glamouriza lo que está criticando. Por eso mismo, Korine no es un crítico, ni un sátiro, ni alguien demasiado inteligente. Es un cínico, que cuenta tres o cuatro mentiras que escandalizaran y serán del agrado precisamente de todos los padres y las madres devotas que crean todavía que la represión es un buen remedio contra "la enfermedad" del pecado. Las religiones sin teología o cultura son grandes torturas para el cuerpo y vaciados de mente: ¡casi que mejor darse al vicio!

Muy divertido es que en plena era de Internet estas cosas sean consideradas escándalos. Está a un click ver a la señorita Sasha Grey acompañada de un nutrido grupo de personas de varias razas eyaculando en su rostro, y ver a un par de mujeres que salieron en Disney Channel llevando un bikini es un escándalo y una cosa perversa. ¡Y luego los bienpensantes son los otros! Se drogan los jóvenes. Toman farlopa, que lejos de la corte de franceses es, como era de esperar, más insalubre y hecha en condiciones de bajo coste para rentabilizarla. Incluso, pontifica Korine con ingenuidad juvenil, los jóvenes son promiscuos con su sexualidad. Atrevidas y atrevidos.

En una escena de 'Southland Tales' (id, 2007), la olvidada y extraña película de Richard Kelly, una actriz porno (encarnada por Sasha Michelle Gellar) dictaba un monólogo divertidísimo en el que aseguraba que todos queremos ser estrellas del porno y las envidiamos y quien no llega a serlo es porque no puede y es un perdedor.

Era un monólogo divertido, por supuesto, y pegadizo. Por las patologías que retrata, muy ligadas a este tostón que firma Korine. El culto a la fama se basa en imponer modelos de vida y roles como deseos colectivos. He dicho imponer porque todo lo que se suponga es una imposición.

Y el deseo de ser su propia estrella está ligado a las tecnologías del yo narcisistas que abundan, como Facebook o Instagram. La película se divide en dos mitades.: en la primera, se peca y en la segunda, se nos explica que, lógicamente, el pecado solamente trae más pecado y ya no se peca, se delinque. Se hacían películas de este tipo en los momentos más casposos de la Transición: ahora son objetos de culto entre la chavalada. ¿No es viejuna esta juventud?

Pero, en realidad, Korine y el personaje de Gellar son idiotas, aunque idiotas útiles, por razones similares. La juventud, ciertamente, bebe y folla y algunos y algunas se exceden. Lleva años siendo así, lo que se ha ampliado es el consumo y la libertad plebeya pues han cambiado, un poco, la organización social del pueblo. Pero este tipo de películas simplifican la condición humana, desde el más estúpido de los cinismos.

El erotismo o la vida social (o nocturna) son formas de placer y el placer mantiene una relación especial con eso más ambicioso que llamamos felicidad. La vida privada de la gente nos es ajena y seguramente es muy difícil, cuando no imposible, saberlo todo de alguien que no seamos nosotros mismos y aún así nos restarán cosas por saber. Pensarse que uno quiere ser como otros es una evidencia de poca o ninguna imaginación: es por eso que los discursos más chabacanos son simples, porque carecen de imaginación e imaginar a los demás acostumbra a ser difícil y a llevar tiempo.

Las experiencias sexuales o festivas son más o menos profundas, más o menos importante dependiendo del momento y del lugar y de la persona. Es evidente, pero viendo estas homilías firmadas por cínicos pornógrafos en potencia venidos a menos uno lo recuerda, no fuere que haya lectores o lectoras que nos tomen por mentes chatas y cerriles.

La juventud peca sí, pero lo interesante no es el pecado, sino qué hace con sus deseos, como aprende a disfrutar de sus placeres sexuales y sociales y como lidia con la felicidad. Eso es lo profundo, ese es el tema, eso es lo que distingue al arte de la vulgar idiotez que provocará a los adolescentes que desconocen su realidad inmediata y necesitan, claro está, fetichizarla.

Por eso, excepto un divertido James Franco imitando al Gary Oldman de 'Amor a quemarropa' (True Romance, 1993), la película ofrece una dosis de aburrimiento puntuada por algún destello de inventiva visual. ¡Ah, cuando grandes moralistas como oliver Stone ejercían legítimas estafas sobre lo que resultaba provocador con cintas al menos más divertidas que esta! Los años noventa, hiper-televisivos e irónicos, ya ven.

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Nada más predecible ni más monótono que otra película de viejos pecados nuevos.

Con sus defensores y sermoneadores, gurúes que ven aquí un espejo de la juventud y lo dicen encima sin llevar sotana reconocible, tal es su grado de ridiculez, hablan de un mundo desmadrado y temible. Uno a veces se pregunta qué pasó cuando eran ellos juventud. Y sabe que a veces es mejor callarse.

Con gran prudencia, mi compañero Caviaro la recomienda en esta crítica, más simpática a sus virtudes. También Mikel fue prudente con sus aciertos estéticos y con sus pretensiones en su reseña.

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