Ridley Scott: 'Gladiator', la recuperación

Ridley Scott: 'Gladiator', la recuperación
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Al margen de otorgar la oportunidad de revisar al completo y en orden la filmografía de un director, actor, productora o "género", si para algo están sirviendo los especiales que hasta ahora ha puesto en marcha el que esto suscribe es para descubrir datos y curiosidades acerca de los títulos que semana a semana voy aireando que desconocía con anterioridad y que, en cierto modo, sirven —o al menos esa es mi opinión— para enriquecer estos artículos que, al menos a título personal, tantas satisfacciones han supuesto.

Y si he dedicido comenzar así la entrada dedicada al filme que, albricias, supuso la recuperación a nivel comercial de Ridley Scott tras casi una década en dique seco, es porque en el ínterin entre 'La teniente O'Neil' ('G.I.Jane', 1997) y 'Gladiator' (id, 2000), el cineasta británico estuvo a punto de convertirse en el responsable de la que hubiera sido tercera adaptación de la fabulosa novela de Richard Matheson, 'Soy leyenda'.

Interesado en una producción de marcado carácter comercial —algo que el director ha ido buscando casi siempre en su trayectoria— con guión de Mark Protosevich que le habría llevado a poner bajo sus órdenes a Arnold Schwarzenegger, diversas fueron las razones que finalmente impidieron la filmación de una cinta que retomaría, años más tarde, Francis Lawrence. Las dos principales, el encontronazo entre guionista y director acerca del final que debía tener la historia y el que, con el recuerdo aún cercano del fiasco de 'Waterworld' (id, Kevin Reynolds, 1995) el presupuesto de la producción se estuviera disparando antes de comenzarla.

"A mi señal, ira y fuego"

Gladiator 1

Así las cosas, llegaría a sus manos —recordemos que la principal labor de Scott es la de productor a través de Scott Free y que por su compañía pasan infinidad de proyectos al cabo del año— un libreto firmado por un tal David Franzoni que versaba sobre una historia de gladiadores en la Roma imperial y que la unión de fuerzas entre Dreamworks y Universal le había enviado con la esperanza de conseguir tentarlo lo suficiente como para provocar una decisión favorable por parte del cineasta británico. Huelga decir que así fue y que 'Gladiator' se convirtió en el úndecimo título de la filmografía de Ridley Scott.

Un título que, como comentaba más arriba, supondría la recuperación para la galería del nombre de Scott, convirtiéndose con sus 187 millones de recaudación en Estados Unidos —457 a nivel mundial— y sus cinco Oscars, que incluían los de Mejor Actor para Russell Crowe y Mejor Película —se le escaparon los de Mejor Director, Mejor Guión Original y Mejor Actor Secundario para Joaquin Phoenix—, en la cinta que mayores reconocimientos comerciales y artísticos le ha reportado al director hasta la fecha.

Un filme que, previo a cualquier otra disquisición de las muchas en las que ahora entraremos, es un producto que tiene grabado al rojo la marca registrada de Hollywood, mezcla precisa como es de todos esos factores que la industria estadounidense valora por encima de otros y que comprenden, por ejemplo, un acabado formal impoluto en todos los aspectos artísticos que quieran considerarse; cierto carácter aleccionador —o didáctico— y la capacidad para hacer llegar al público su mensaje sin hacer que éste tenga que esforzarse demasiado en su comprensión.

Panem et circenses

Gladiator 2

No habiendo ocultado Scott a lo largo de su carrera la afiliación al tipo de cine arriba descrito, es incuestionable que 'Gladiator' es epítome del cine espectáculo, ese que las voces más críticas siempre corren raudas en destrozar con su verbo más cáustico pero que, indudablemente, es el que mantiene a flote la industria del séptimo arte por encima de todas aquellas pequeñas producciones que sirven a otros propósitos más nobles desde el punto de vista artístico pero que generan pocos o inexistentes dividendos a los que vacían sus bolsillos para sacarlas a flote.

Cine de "pan y circo" llamado a acumular ingentes cantidades del vil metal en las taquillas de medio mundo y en el que Scott demuestra aquí saber moverse como pez en el agua, acompañado, ahora sí, de un guión milimétricamente construido para agradar a un amplio espectro de público por mor de la mezcla que de una parte echa mano de la épica que se derivan tanto de sus ampulosas batallas como de las resonancias de los discursos de algunos personajes mientras que, por la otra, plantea un discurso más íntimo centrado en la sencillez de los anhelos de su protagonista y en la sed de venganza que despierta la traición que enciende la mecha de la trama.

Gladiator 3

Una trama que, alterando a placer la historia real que se supone narra e incurriendo en numerosas licencias —que llegaron a provocar la airada salida del proyecto de uno de los asesores históricos contratados para dar veracidad al mismo— "homenajea" sin rubor y en mayor o menor medida, respectivamente, a las que pusieron en pie Anthony Mann y Stanley Kubrick con 'La caída del imperio romano' ('The Fall of the Roman Empire', 1964) y 'Espartaco' ('Spartacus', 1960), ejemplos ambos de ese peplum que 'Gladiator' rescataría para el cine y la televisión contemporáneos.

Y si para el espléndido filme de Kubrick lo que la cinta de Scott reserva es algo de su espíritu, las concomitancias cuando tenemos que referirnos a 'La caída del imperio romano' van mucho más allá, tomándose el cineasta británico licencias que trascienden el mero homenaje y caen en movimientos que oscilan entre el préstamo de las líneas generales del argumento o la copia descarada de atmósferas y escenas, siendo el comienzo de ambos filmes el más alarmante exponente en este sentido de los límites en los que 'Gladiator' plagia a la cinta de Mann.

'Gladiator', la épica de lo comercial

Gladiator 4

Por mucho que pudiéramos aducir en su contra sin necesidad de limitar dichas argumentaciones a los "prestamos" de las que hace gala el filme y aludiendo ya a su carácter culebrónico, ya a la esquemática definición en blancos y negros de sus personajes —la escala de grises es prácticamente inexistente—, es muy evidente que las intenciones de gran espectáculo bajo las que se ampara 'Gladiator' lo convierten en una producción que necesita ser visionada bajo un preciso prisma que, sobre todo, debería huir de prejuicios ante este tipo de cine "de palomitas".

Porque, no nos engañemos, bajo todo el relumbre y la parafernalia que Scott orquesta aquí, no hay sino la sana intención de hacer que el público vibre con las batallas y secuencias en el Coliseo —algo que el cineasta consigue sobradamente—, sufra con el destino de ese hombre más allá del bien y del mal que es el Máximo que encarna con convicción Crowe o guarde perpetuo rencor hacia el odioso Cómodo que interpreta Phoenix con eficacia suma —atención a éste y a la magnífica música de Hans Zimmer en la escena que comparte con Richard Harris, insuperable.

Si es vista así, prescindiendo de razonamientos que devengan en analizar con bisturí y precisión quirúrgica sus evidentes carencias, 'Gladiator' es una notable propuesta en la que el ritmo que la dirección de Scott y el montaje de Pietro Scalia imprimen al relato se une a la soberbia fotografía de John Matheson, a sus artificiosos —y espectaculares— efectos visuales, a la citada música de Zimmer en la que supone su partitura más aplaudida —que no la mejor— y a las correctas interpretaciones de todo el elenco para componer uno de esos títulos "más grandes que la vida" que, indudablemente, gusta consumir de cuando en cuando.

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