'Revólver', la obra maestra de Sergio Sollima

'Revólver', la obra maestra de Sergio Sollima

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'Revólver', la obra maestra de Sergio Sollima

La sociedad tiene muchos modos para defenderse, a veces usa métodos burocráticos, en ocasiones la cárcel y otras un revólver.

En ‘Cara a cara’ (‘Faccia a faccia’, 1967), uno de los grandes spaghetti western jamás realizados, Sergio Sollima establece una serie de lecturas políticas que no dejan indiferente a nadie. La diferencia entre el bien y el mal, entre la ley y la justicia, entre hacer lo correcto o no, no la marca más que una muy fina línea de separación, que tambalea sin piedad las tan queridas etiquetas que algunos necesitan para dormir tranquilos. En ‘Revólver’ (id, Sergio Sollima, 1973) todo ello se retuerce aún más y supone el punto álgido de una filmografía que ponía la mirada en el hombre.

Nos encontramos además con el precedente más claro de las llamadas “buddy movies”, que años más tarde cineastas como Walter Hill o Richard Donner hicieron populares. Unos muy compenetrados Oliver Reed y Fabio Testi protagonizan un thriller angustioso como pocos, un drama sobre la vida y los que la gobiernan, sin el más mínimo lugar para la esperanza, que asesta golpes de verdad tan dolorosos que convierten al film en uno de los más jodidos que puedan verse al respecto de la condición humana. Una obra maestra en todos y cada uno de sus elementos.

El film narra la odisea de un subdirector de prisión que recibe una misteriosa llamada obligándole a soltar a un determinado preso a cambio de liberar a su esposa que ha sido secuestrada. Una premisa que irá complicándose hasta límites insospechados y en cuya trama encontramos cuerpos irreconocibles, cantantes famosos vendidos al mejor postor, criminales con causas justas, amistades traicionadas y un enemigo invisible que representa el poder invencible que todo lo maneja a su antojo demostrando además que no hay absolutamente nadie imprescindible.

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La retorcida y cruel verdad

Una crítica sin cuartel al poder establecido que en pleno 1973 probablemente no interesó ver estrenada en nuestro país, y también en otros lugares, de ahí la condición de maldito que el film tiene, aunque a cineastas como Quentin Tarantino, ratón de videoclub, le interesaba lo suyo, puesto que el tema central del film, una absoluta maravilla titulada ‘Un amico’ forma parte de la banda sonora de una de sus mejores películas, ‘Malditos bastardos’ (‘Ingloirous Basterds, 2009), y es que ‘Revólver’ es también un canto a la amistad masculina como pocas veces se ha visto.

El trabajo de Sollima es la demostración palpable, otra más, de la importancia de la puesta en escena, que aquí pone en imágenes un argumento muy retorcido e hiriente, obra del propio director con Massimo De Rita y Arduino Maiuri. La presentación de personajes no puede ser más explícita, sobre todo la de Vito (Reed) y su esposa, papel a cargo de la bella, como todas las italianas, Agostina Belli. Ella montada sobre los pies de su marido mientras avanzan de espaldas hacia la cámara, ésta a ras de suelo, y sin cortar plano mientras vemos cómo van cayendo prendas de ropa y permanecen unos sugerentes calcetines amarillos en las piernas de ella. Todo un contraste con la presentación de Milo Ruiz (Testi), llena de violencia y muerte.

Se marca así el más que evidente antagonismo de dos personajes que inesperadamente estarán condenados a entenderse si quieren sobrevivir en un mundo cruel que no duda en prescindir de todo aquel que no entra en el juego marcado por los poderosos, amenaza invisible durante todo el film y que tiene su discurso “moral” cerca del final del film con el impresionante discurso que un abogado hace a Vito, antes de que la película se atreva a poner los huevos sobre la mesa –el cine del citado Walter Hill tiene también esa característica, aunque sin el atrevimiento de Sollima− en uno de los finales más osados, y tristes, que el cine recuerda.

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Una obra maestra sobre la manipulación

Milo, que descubrirá en cierto momento que todo lo que se está planeando a sus espaldas es simple y llanamente para matarle, ayudará sin miramientos a Vito a encontrar a su esposa, demostrando así la amistad que surge entre ambos y que tendrá las más dolorosas consecuencias que se puedan imaginar. Es el precio a pagar en un mundo que Sollima describe con una planificación asombrosa, en la que el puesto que ocupan los personajes en el plano no es algo a la ligera o por motivos estéticos, sino ético/estéticos, prodigio de alegoría. Otro ejemplo sería el plano subjetivo del revólver en el suelo y que recoge Vito, en el que la empatía con el personaje ya es total, prefacio de un desenlace inevitable.

Oliver Reed y Fabio Testi demuestran la más que necesaria compenetración en un film en el que nada es lo que parece. El primero estuvo la mayor parte del tiempo borracho, y su interpretación es increíblemente superior a la de muchos actores, de antes y de hoy, serenos. Capaz de pasar de la tranquilidad a la rabia violenta con una facilidad que asusta, algo que le queda como un guante al personaje, maravilloso contraste con la nostálgica composición de Fabio Testi. El careo final entre los dos es algo que no se olvida, y queda grabado a fuego en nuestra retina mientras apretamos el puño de la misma forma que lo hace Vito en la secuencia final, que aún depara una sorpresa.

“Yo sólo quiero a mi esposa” dice una y otra vez a lo largo del film el personaje de Reed, como grito desesperado de ayuda en lo que parece un callejón con la única salida de la decepción más absoluta, lleno de una rabia impotente que además vira hacia un gesto inesperado, el de la mujer, asustada del fracaso del que le ha salvado la vida. Un plano congelado que muestra más sobre el amor que muchas películas, en la que es una de las más dolorosas que se han visto, violenta como pocas –extraordinarias secuencias de acción en las que el punto de vista es vital− y llena de un lirismo arrebatador, como la portentosa banda sonora de Morricone que juega con los acordes de ‘Para Elisa’ de Beethoven, y en algún tema antecede lo que años más tarde realizaría para Brian De Palma en 1987.

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