'Oz, un mundo de fantasía', tengo el corazón contento

'Oz, un mundo de fantasía', tengo el corazón contento
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Oscar Diggs (James Franco) es un mago de un circo ambulante de Kansas. Cuando se acerca una peligrosa tormenta, Oscar huye por culpa de flirtear con la pareja del Hombre Fuerte del Circo (Tim Holmes) y pronto se ve atrapado en un mundo lejano y extrañísimo. Allí conoce a la frágil y sensible Theodora (Mila Kunis) una bruja que cree que él es el enviado para destruir a la malvada Bruja Malvada.

Walt Disney Pictures monta un elefante igual de gigantesco e inestable que el mismo que organizaron para revivir, en clave descafeinada y muy espectacular, a Lewis Carroll hace ya tres años. El tiempo ha pasado, pero la operación fue muy rentable y valía la pena volver a intentarlo. Con un guión firmado por Mitchell Kape y David Lindsay-Abaire, este mamotreto que dirige Sam Raimi es, al mismo tiempo, sintomático de los defectos del cine actual.

El asunto es que 'Oz, un mundo de fantasía' (Oz, the great and Powerful, 2013) no es, ni mucho menos, el más desestimable de todas las mega-producciones recientes del Hollywood contemporáneo. Au contraire, la película tiene un magnífico y precioso inicio, lleno de toda la imaginación visual de la que un día, cada vez más lejano, Raimi fue maestro y gran ensanchador.

Pero esos días ya han pasado, así que no vale la pena detenerse en lloriqueos nostálgicos. Basta con recordar que Raimi firmó la magnífica 'Arrástrame al infierno' (Drag me to hell, 2008) y que aquí puede sacar partido de un actor al que conoce muy bien, como es James Franco, quien sostiene toda la función con un gran esfuerzo interpretativo absolutamente raro en estos días y que derrocha carisma en las peores escenas.

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Pero no seamos cínicos: la película está dirigida a los niños. La imaginería que tiene es abusiva, ciertamente, pero también lo es en un buen sentido. Los que tengan la suerte de verla en su versión original encontrarán hilarantes las intervenciones del mono al que pone voz un entregado y extraño Zach Braff, siempre más habitual en pelis de bajona post-adolescente, y los más desconfiados encontrarán sorpresas muy gratas en las interpretaciones de Mila Kunis y Rachel Weisz.

Sin embargo, aquellos ya creciditos esperando una de las costumbres más nobles del estudio en sus últimos tiempos, pueden verse algo defraudados. Para empezar, la película pierde todo el interés del espectador más o menos adulto en cuanto se pisa el suelo del mundo encantado y uno adivina los giros, sin encontrar recovecos turbadores o demás. Pero también puede desconfiar con gran salud del subtexto de la película, una celebración de la mentira y de la ilusión como fuerzas centrífugas del cambio.

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Lo que en realidad está diciendo esta ruidosa superproducción es que la ilusión produce cambios en el escenario social, pero no cuales. Lo cual no deja de ser bastante inquietante. Porque todo cambio guiado por algún tipo de encanto no suele terminar muy bien. En todo caso, nos queda poco más para esta película y bien está que así sea, pasto de infantes sedientos de espectáculo de magia, sin mayores reparos.

Más de acuerdo conmigo están Sergio y Caviaro. Mikel, en cambio, es más partidario de la propuesta.

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