'Let's Get Lost', dejarnos llevar por la música

'Let's Get Lost', dejarnos llevar por la música
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“Siempre estoy buscando mi encendedor”

-Chet Baker

Relegado a la cuneta de la producción audiovisual mundial, el género documental es despachado por muchos como un tipo de cine ilustrativo, informativo, o meramente testimonial, cuando no directamente un relleno de las pantallas, consumo de mentes desocupadas. Para estos espectadores, o incluso cinéfilos, no es un género interesante desde un punto de vista estético, técnico o visual. Simplemente es producto televisivo.

Pero deberían saber que en ningún otro género avanza tanto la técnica (las cámaras, el montaje) como en el documental, y que ningún otro ofrece tanta libertad a los cineastas como el documental. Y un título libérrimo, arrollador en ingenio y humanidad, como ‘Let’s Get Lost’, es la prueba palpable de ello. Estrenado en Estados Unidos en 1988, conoció una restauración en 2007 que fue presentada en Cannes en 2008, con lo cual llegó por fin a los cines españoles en 2009. Y por eso no dudé en incluirla en mi lista de las más importantes películas del pasado año.

El renacer de ‘Let’s Get Lost’

Considerado por muchos como el más bello documental jamás filmado sobre una figura musical, o sobre música en sí misma, ‘Let’s Get Lost’ es un pedazo de arte y un pedazo de vida, y su bocado fue un acontecimiento cuando por fin se pudo paladear en las salas de este país, tan propenso a estrenar las cosas tarde, mal y nunca. Su director, Bruce Weber, empezó a interesarse por la figura de Chet Baker cuando vio una fotografía suya (pues Weber es también un reputado fotógrafo), aunque le conoció bastante más tarde. Hicieron buenas migas en una sesión de fotos, y a Weber le vino la idea de rodar un cortometraje. Pero la cosa fue creciendo hasta convertirse en un largometraje documental.

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Weber, que tuvo que poner hasta un millón de dólares de su bolsillo a lo largo del rodaje para que la película se terminara, recuerda que en la época en que se hizo el documental, Baker era un anciano prematuro, un yonqui adicto a la heroína incapaz muchas veces de concentrarse en lo que decía. Pero había que mostrarle tal cual. El trabajo de archivo, de recopilación de entrevistas, de ordenación de los sucesos, así como la representación de un hombre en el ocaso de su vida, es de primerísimo nivel, y está armado sobre un guión formidable, que es, en sí mismo, un laberinto de espejos.

Tanto es así que los veinte años transcurridos desde su creación hasta el reestreno en 2007/08, en lugar de restarle vigencia o de pasarle factura, han obrado el milagro de hacer aún más joven, más vital a este trabajo, que ha influenciado a muchísimos directores del género para afrontar sus trabajos, ya que ha abierto ventanas estéticas y estructurales que permiten a otros auparse y lanzarse por ellas.

Baker, Chet Baker

Con su extraordinario blanco y negro (firmado por el gran Jeff Preiss, y es que este documental “debía” ser en blanco y negro), ‘Let’s Get Lost’ es música hecha cine, y es cine sobre música. Comienza indagando en la juventud de Baker, como una promesa (luego cumplida) del jazz de la west coast, luego llamado jazz cool. Y en esa juventud podemos ver a un Baker apuesto y fotogénico, que en su interior se sabía ya una leyenda comparable a Charlie Parker. Pero en lugar de recrearse en eso, Weber corta continuamente hacia otra época, la última de su vida, donde Baker aparece demacrado, una sombra de lo que fue.

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De esta manera, con confesiones de gente que le conoció y le admiró, pero también de otra gente que le sufrió y acabó harta de él, vamos hilando una personalidad compleja y contradictoria, casi el alma de un sujeto en eterno peregrinaje de sí mismo, en la búsqueda de llenar un vacío que la música puede apenas atisbar. Trompetista excepcional, vocalista lírico, Baker fracasó en todas las facetas de su vida menos en la creativa, aunque su carrera sufrío altibajos notables debido a sus adicciones, y a su personalidad contradictoria, que le acarreó graves problemas, e incluso una paliza por causa de drogas que le deformó la mandíbula.

Weber lo que hace es mitificarle hasta extremos imposibles…para luego deconstruirle hasta el infinito. Y todo esto sin dejar de admirarle. ¿Qué queda de la leyenda Chet Baker en el proceso? Queda adentrarnos, aunque sólo seas levemente, en la herida íntima de un hombre que fue un icono de la autodestrucción, pero que también es metáfora y reflejo de su tiempo, artista incomparable y maestro de la mentira. La cámara de Weber lo recoge todo con el amor infinito de un cineasta apasionado, pero crítico con lo que muestra.

Y en los roces de la imagen con la música jazz, podemos percibir la creación de genio, y la delicadeza del talento, mientras nos hablan de temas terribles como la soledad, el hambre, la desesperación, la libertad absoluta.

Palabras mayores.

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