Lawrence Kasdan: 'Grand Canyon', la cumbre

Lawrence Kasdan: 'Grand Canyon', la cumbre

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Lawrence Kasdan: 'Grand Canyon', la cumbre

Tras codearse con la comedia pura y dura en ‘Te amaré hasta que te mate’ (‘I Love You to Death’, 1990), Lawrence Kasdan vuelve a terrenos más intimistas en la línea de su ópera prima. Para ello cuenta, por primera vez, con su hermana Meg, en la escritura de un guion que obtuvo una nominación al Oscar aquel año. Meg Kasdan había aparecido en cuatro de las películas de su hermano, en papeles muy pequeños, y ahora ambos se enfrentaban al guion más complejo de sus carreras, con una historia coral, muy en la línea de películas que más tarde harían Robert Altman, Paul Thomas Anderson o Paul Haggis.

‘Grand Canyon’ (id, 1991) supone la cima de su director. Una historia de redención y encuentros fortuitos, en la gran urbe de la ciudad de Los Ángeles. A Kasdan le interesaba mostrar una realidad palpable en aquellos momentos en una ciudad que no era todo lo perfecta que aparentaba ser. De hecho, en algunos aspectos, el film fue considerado profético, tal y como demostraron los hechos acaecidos en abril de 1992, cuando la gran urbe estadounidense fue un campo de batalla racial. El racismo forma parte del subtexto del film, aunque no incide en él, el director va más allá, mucho más allá.

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Con una cámara siempre en movimiento, Kasdan se mete en las vidas de varios grupos de personas que se encuentran accidentalmente, y ese encuentro marcará, en cierta medida, su existencia. Un estupendo Kevin Kline —como estupendos están todos en un, de nuevo en el cine de Kasdan, elenco espectacular muy bien dirigido— da vida a un oficinista que una noche, al averiársele el coche, conoce a Simon (Danny Glover), quien prácticamente le salva la vida de un grupo de chicos de color que estaban dispuestos a hacer pasar un mal rato a Mack (Kline), quien se sentirá eternamente agradecido.

A ello hay que sumar el mal momento por el que el matrimonio de Mack con Claire (Mary McDonnell) está pasando; el encuentro por parte de Claire de un bebé abandonado tras unos matorrales, cuando ella hacía footing; el disparo que recibe en una pierna el personaje de Steve Martin, un productor de películas llenas de violencia; la tristeza en la que se suma Dee (Mary Louise Parker) al comprobar que está perdidamente enamorada de su jefe, Mack; el peligro que suponen la banda callejera a la que pertenece el sobrino de Simon; y así un montón de historias que se entrelazan y pondrán a prueba a sus personajes.

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Un mundo violento

Prueba que pasará por pensar que todo sucede por alguna razón, como si hablásemos del destino, o incluso de la decisión de un ser superior, poniendo sobre la mesa las espinosas creencias religiosas —el aspecto menos lúcido del film, al estar sujetos a razonamientos muy débiles—, pero que Kasdan evita con habilidad e inteligencia, componiendo un mosaico de personajes perdidos en algo muy grande, el resquebrajamiento de una sociedad que creían perfecta. Una sociedad llena de violencia, que debe aprender a aceptar que dicha violencia forma parte intrínseca del ser humano. Es la ciudad de los ángeles el infierno particular de los personajes, que no se cansan de repetir esa frase. Parece ‘Grand Canyon’ más profética de lo que pensamos al inicio, hay en el subtexto un mensaje que bien puede advertir sobre un futuro no tecnológico, sino emocional. Emociones arrasadas por la cada vez mayor violencia, del ser humano.

Al respecto es muy importante, y eso que no lo parece, el personaje al que encarna un Steve Martin alejado de lo que normalmente vemos en él. Un productor de cine que al sufrir un atraco y casi perder una pierna por culpa de un disparo. Dicho personaje no se cansa de repetir que el ser humano posee mucha violencia en su interior, y que el cine es un buen modo de exorcizarla. Si en las imágenes de ‘Grand Canyon’ podemos intuir a Joseph L. Mankiewicz y Otto Preminger —en cuanto al manejo de muchos personajes—, Kasdan pone en boca del director de cine la referencia al clásico de Preston Sturges ‘Los viajes de Sullivan’ (‘Sullivan’s Travels, 1941) para justificar el tipo de películas que hace, ya que la gente las necesita.

Es precisamente Davis (Martin) quien también asegura que en las películas están las respuestas a todas las grandes películas de la vida; es el personaje que más claras tienes las cosas, a pesar de la experiencia sufrida y que parecen convertirle en alguien generoso y amable, pero al que le basta salir del hospital, volver a su mundo —los grandes estudios cinematográficos— para recuperar el cinismo perdido. Quizá sea el personaje más coherente de todos al aceptar de lleno el basurero en el que vive, y la perdición hacia la que camina el ser humano.

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Un mundo inmenso

Una perdición y un resquebrajamiento sugeridos en la alegórica presencia del gran cañón del Colorado que da título al film, y que compara esa maravilla de la naturaleza con el ser humano, no sólo porque en comparación el ser humano no es más que un grano de arena en una inmensa playa, por así decirlo, sino porque ambas grietas —las del cañón y las de la llamada sociedad humana— quedarán de alguna forma impresas en la historia, unas más bellas que otras, unas más recordable y visibles que otras. Estamos ante el film más alegórico de Kasdan, y ante el que mejor muestra sus capacidades como director con su más que sutil puesta en escena.

Aunque en algunos instantes echa mano de ralentíes no demasiado subrayado, se mueve con pericia entre sus personajes incluso cuando están dormidos. Una de las secuencias más famosas de ‘Grand Canyon’ es el sueño de Mack —tanto que los hermanos Coen lo homenajearon en la popular ‘El gran Lebowski’ (‘The Big Lebowski’, 1994)— sobrevolando la ciudad, un sueño con el que cualquiera puede sentirse identificado, incluida la caída final, que devuelve no al personaje, sino al espectador, a la realidad, para acto seguido realizar un pequeño travelling hacia el rostro de Claire (McDonnell) y mostrar su sueño, algo que nunca suele comentarse. Hay una marcada diferencia de sueños, como si Kasdan hablase además de las diferencias entre hombres y mujeres —imagino que recurrir a su hermana para el guion tiene algo de eso—, en la que los primeros no quedamos demasiado bien parados. Con razón.

Todos los enlaces que hace Kasdan de una secuencia a otra son mediante leves travellings laterales hacia uno u otro lado, dependiendo de dónde ha concluido el plano anterior. Como si de un baile cadencioso se tratase, en clara armonía con sus personajes, perdidos en un mundo que avanza sin freno, sin cuartel, y en el que tal vez todo no sea malo, tal y como muestra ese impresionante y catártico vuelo final de la cámara acariciando, casi, las paredes del gran cañón, hablándonos de hace millones de años cuando el ser humano no era más que una posibilidad, y ahí seguirá cuando no seamos más que un mal sueño.

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