'Lady Macbeth' muestra los claroscuros de una antiheroína rabiosamente feminista

'Lady Macbeth' muestra los claroscuros de una antiheroína rabiosamente feminista

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'Lady Macbeth' muestra los claroscuros de una antiheroína rabiosamente feminista

Sin duda, el título de esta joyita malvada y venenosa de William Oldroyd juega con el equívoco. Esta no es la Lady Macbeth shakesperiana, esa perversa dama que tienta a su ambicioso marido para que siembre muerte y desgracia a su alrededor, para que escale socialmente apoyándose en cadáveres y traiciones. Esta Lady Macbeth de 17 años está lejos de la experimentada lianta a la que han dado vida actrices como Marion Cotillard en la extraordinaria versión de 2015 de la obra de Shakespeare.

De hecho, lo primero que recibe esta joven, Katherine (Florence Pugh), desposada en 1865 con un hombre mayor que ella, Alexander Lester (Paul Hilton), es una grotesca humillación en su misma noche de bodas. Su marido, que en ningún momento de su relación mostrará el menor interés físico en ella, la obliga a permanecer fuera del lecho y mirando a la pared. Será el primero de muchos desplantes por parte de él y de su suegro, Boris (Christopher Fairbank), que la obligan a permanecer todo el día en casa sin más actividad que leer su libro de oraciones.

Reprimida y asfixiada por la cotidianeidad, encuentra una vávula de escape cuando su marido y su suegro se ausentan de la mansión unos meses e inicia una apasionada relación con un criado. Lo que podría haberse convertido en una versión imprudente de 'El amante de Lady Chatterley' se transforma en poco tiempo en un reflejo oscuro del típico drama de época, donde la represión sexual y los tabúes impronunciables son la semilla de putrefacción en el interior de un personaje fascinante.

Y todo gracias a un sutil guion de Alice Birch que adapta la novela corta de Nikolai Leskov 'Lady Macbeth del distrito de Mtsensk' de 1865, que ya inspiró la película de Andrzej Wajda 'Siberian Lady Macbeth'.

Así, cuando primero suegro y más tarde marido vuelven para poner orden en el sindiós moral que hay en esa casa, también destapan la caja de los truenos. La víctima se convierte en verdugo, en una historia de empoderamiento femenino tan brutal y excesiva como una película de rape & vengeance de los setenta. Solo que esto no es una exploitation: la violencia que despliega 'Lady Macbeth', sorda y soterrada, permanece fiel a esa estética y códigos del cine de época, y por ello resulta aún más sorprendente y terrible.

Pese a su temática digna de película exploit, la estética y ritmo que abraza 'Lady Macbeth' la comunican con una especie de perversión malsana del cine de época.

Una puesta en escena fría y perfecta, estudiadísima, es el contrapunto perfecto para los terribles hechos que narra la película: planos largos y tranquilos, que muestran a, sencillamente, una mujer sentada en el alféizar de una ventana en el más absoluto de los silencios, o en un sofá sin nada que hacer. La composición es exquisita y demuestra que el debutante William Oldroyd ha estudiado cómo plasmar en pantalla la asfixiante atmósfera de siglos de opresión silenciosa a la mujer. Y cómo la más mínima rebeldía es la chispa que hace prender un escenario empapado en gasolina.

Los actores son el perfecto refuerzo para esa puesta en escena. Destaca, por supuesto, la sensacional Florence Pugh, cuyo rostro de esfinge inexpresiva es ideal para apuntalar la enigmática e imprevisible personalidad de la protagonista. Pero destaca también Naomi Ackie como el otro personaje femenino de la función, la criada Anna, que parece que va a trazar una especie de entendimiento con su ama, y que tiene algunas de las escenas más devastadoras del film, como cuando tiene que llorar a gritos y a la vez en silencio al contemplar las crueldades de Katherine.

Lady Macbeth: ¿una antiheroína feminista?

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Es arriesgado buscar un subtexto feminista en la película de Oldroyd teniendo en cuenta que se han visto últimamente pocos retratos de una psicópata desbocada tan oscuros, pero lo cierto es que el retrato que hace de los hombres con poder en ese siglo XIX de la Inglaterra rural es auténtico cáncer patriarcal. Consideran a Katherine un objeto, y así se lo hacen saber: no es más que un apaño que venía emparejada a unas tierras, a una transacción económica. Y como no es capaz de dar descendencia al señor (la película no llega a aclarar si por culpa de ella o por mera molicie y dejadez del marido), no tiene ningún valor real.

Katherine, pues, se revela con lo que tiene a mano. Y primero es con su cuerpo, deshaciéndose del corsé que la oprime, soltándose el pelo (poca broma: más allá de la simbología visual, en esa época una mujer con el pelo largo y suelto era vista como todo lo opuesto a una señora), paseando en ropa cómoda por el campo y, finalmente, cayendo en brazos del rufián más sucio y desagradable que campa por los alrededores. Un juego psicosexual en el que también acaba implicando a la desdichada Anna, demasiado bondadosa para semejante ama.

Lo que convierte a 'Lady Macbeth' en una pieza tan turbia es su forma de manipular la empatía del espectador: es inevitable sentir pena por una Katherine despreciada, maltratada psicológicamente y ninguneada sin cesar en los primeros compases de la película. Cuando inicia su relación prohibida con el criado, parece una reafirmación positiva de su identidad. Hasta que se tuerce, solo porque ha llegado un momento en el que ella no está dispuesta a renunciar a ningún placer. Cuando el castillo de naipes que meticulosamente ha ido construyendo la película se derrumba finalmente, el espectador aún conservará la duda de si está ante una víctima o ante una demoledora fuerza de la naturaleza.

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