'La vida de Pi', el triunfo de la fantasía

'La vida de Pi', el triunfo de la fantasía

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'La vida de Pi', el triunfo de la fantasía

Algo que destaca Ang Lee en la mayoría de las entrevistas que ha concedido con motivo del estreno de su último film, ‘La vida de Pi’ (‘Life of Pi’, 2012), es lo difícil que ha sido trasladar la novela de Yann Martel a la gran pantalla.

Puede causar sorpresa tratándose de un best seller pero el objetivo era adaptar una historia cargada de filosofía que narra cómo un chico indio sobrevive a un naufragio y debe compartir una balsa con una cebra, un orangután, una hiena y un tigre. No es la clase de relato que se financia fácilmente y arrasa en taquilla. Directores de renombre como M. Night Shyamalan intentaron hacer la película y fracasaron. Lee tuvo más suerte, o quizá fue más valiente, y desde el pasado 30 de noviembre podemos ver su trabajo, el primero que ha filmado en 3D.

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‘La vida de Pi’ arranca con una serie de planos en un parque zoológico; la cámara se detiene a observar a los animales mientras se suceden los créditos, invitando al espectador a fijarse en las maravillosas criaturas que habitan este (maltratado) planeta, un gesto que es toda una declaración de intenciones. Pi (Irrfan Khan) ha recibido la visita de un escritor en crisis (Rafe Spall), interesado en escuchar la extraordinaria historia de cómo Pi cruzó el océano pacífico. A través de flashbacks descubrimos el origen del nombre del protagonista (Piscine), su singular relación con la fe y diferentes dioses (pretende ser hindú, cristiano y musulmán al mismo tiempo), los esfuerzos de su padre por alejarlo de la religión, la chica de la que se enamora tras un exótico baile y cómo la familia debe viajar a América para vender los animales del zoo, que ya no pueden mantener.

Rafe Spall e Irrfan Khan en La Vida de Pi

Este primer tramo de la película es un tanto irregular, se interrumpe demasiado la narración de Pi y se alternan momentos de escaso interés con otros divertidos e inspirados, quizá por la necesidad de incluir pasajes del libro sin extender demasiado el metraje. Lee titubea y tarda en encontrar el tono con el guion de David Magee pero la naturalidad que desprenden los actores y el talento del realizador para captar la belleza y transmitir emociones le mantienen a uno pendiente de cada fotograma, ansioso por saber más sobre el viaje de Pi —que es un viaje de búsqueda y de madurez—. Desde la noche del naufragio, Lee se muestra más seguro, más inspirado, y el relato empieza a desplegar toda su magia. La secuencia de la tormenta es un prodigio, una de las más espectaculares de los últimos años.

Casi puedes sentir la lluvia y el viento, la experiencia, la emoción del momento, traspasa la pantalla. La imagen de Pi sumergido en el agua, mirando el hundimiento de esa inmensa tumba, eriza la piel. El muchacho ha esquivado el desastre pero lo ha perdido todo, está solo en medio del océano. Bueno, se encuentra solo en cierto sentido. Pi —interpretado en esta fase de su vida por el debutante Suraj Sharma (elegido por Lee entre tres mil candidatos)— comparte un bote con cuatro animales del zoo, que en poco tiempo se reducen a uno solo, un tigre de Bengala llamado Richard Parker. Para tener alguna oportunidad de sobrevivir, el joven debe encontrar la manera de domesticar a la fiera, y alimentarlos a ambos. Con el paso de los días, Pi descubre que necesita algo más que coraje, destreza, agua y comida para seguir adelante, necesita tener fe, confiar en que “alguien” allá arriba le vigila y le prestará ayuda cuando más desesperado esté, cuando todo parezca perdido…

Richard Parker

Se ha dicho que ‘La vida de Pi’ tiene un profundo mensaje religioso. Yo no lo veo así. Es una lectura que me parece que queda totalmente desmontada con la revelación final ante los japoneses que intentan averiguar la verdad sobre el naufragio. Puedes creer en Dios, Dioses, Papá Noel o el Ratoncito Pérez, si así eres más feliz, pero… no dejan de ser cuentos. Como el cine. Fantasías con las que aprender, emocionarse, alegrarse, olvidar o soportar los sinsabores, las decepciones y las amarguras de la vida, donde todo es más desagradable, doloroso, cruel y absurdo. Donde mueres y no hay nada más, donde el amor es solo una palabra, donde los fuertes abusan de los débiles, donde el azar puede hundir un barco y los hombres se matan entre ellos por miedo, desesperación o un poco de agua. Para mí, el mensaje de la película está en la conclusión del informe que lee el escritor; necesitamos creer en lo extraordinario, en la fantasía, aun cuando somos conscientes de que no es más que eso, para seguir adelante con la realidad.

Sigo recordando escenas de ‘La vida de Pi’ una semana después de haberla visto, y cuanto más hablo de ella y más la pienso, más me gusta. Es lo que diferencia a las buenas películas de las que solo sirven para pasar el rato. No creo que Ang Lee haya realizado un trabajo redondo, aparte de lo comentado sobre la parte de la India, no está del todo acertado cerrando la historia, me da la sensación de que necesita subrayar las emociones y la magnitud de la aventura para asegurarse de que el público lo ha captado. Son minucias, desde luego, valorando el excepcional conjunto, en el que destaca la labor del reparto, la puesta en escena del director taiwanés, la fotografía de Claudio Miranda, la música de Mychael Danna y unos formidables efectos visuales. En resumen, id a verla y disfrutad de dos horas de puro cine.

Una imagen de La Vida de Pi (Life of Pi)

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