'La guerra de las galaxias: La venganza de los sith' (y 2)

'La guerra de las galaxias: La venganza de los sith' (y 2)
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Nos habíamos quedado, en este último capítulo de la saga galáctica más famosa de todos los tiempos, con la revelación de Palpatine (un gran Ian McDiarmid, probablemente el actor más inspirado de esta película), que sin decirlo de manera directa se revela como el Lord Sith que los Jedi tanto tiempo andaban buscando, pidiéndole a Anakin que se una a él con la estratagema de salvar a Amidala. Hasta este momento, y salvo un arranque bastante potente (aunque tan irregular como casi toda la saga), esta ‘La venganza de los Sith’ lleva una hora de metraje un tanto insulsa, con poquísima aventura, poquísima tensión, la mediocre dirección de actores a la que, por desgracia, Lucas nos tiene acostumbrados, y en definitiva sesenta minutos muy por debajo de lo que cabría esperar de un épico capítulo final de unos personajes tan venerados. La segunda hora sube mucho el listón, aunque sin pasarse ni romperse los cuernos tampoco.

Una cosa sí que es cierta: por una vez en la trilogía, Lucas acierta con el tono (sinuoso y lúgubre) y no lo suelta hasta el final. Aunque sigue tomando decisiones extrañas, como ese diálogo mudo entre Amidala y Anakin (con un corte poco habitual de John Williams), situados en localizaciones muy distintos de Coruscant, y que precede a la decisión de Anakin de traicionar a los suyos y rendirse a Darth Sidious. Como señalaba Miguel A. Refoyo en Zonadvd, este tramo se percibe absolutamente endémico, opaco, pues Lucas es incapaz de describir la atormentada pulsión interior de Anakin, y todo queda sobreentendido. Pese a todo, un aspecto sumamente interesante, es que se cuestiona la (relativa) superioridad moral de los Jedi, y todo queda reducido a un mero punto de vista. Notable ramificación moral que, de haber sido desarrollada, hubiera dado quizá la obra maestra que tantos proclaman aquí, y que el que suscribe no encuentra por ninguna parte.

El combate entre Windu (un soso y mal dirigido Samuel L. Jackson) y Sidious es brutal, aunque le falta algo de chispa. Como falta tensión y suspense (pues lo tenemos todo masticado), en la decisión de Anakin de evitar en el último momento que el primero remate al segundo, cortándole la mano a su maestro. También carece de toda fuerza el momento en que Anakin se arrodilla y acepta su nuevo nombre. Nos habíamos imaginado todos que este momento estaba impregnado de una mítica muchísimo mayor. Pero es lo que hay. No todo está perdido, porque Lucas se muestra un narrador más inspirado en el ataque de Anakin al templo Jedi, y en las escenas en que los Jedi repartidos por la galaxia, en distintas misiones de pacificación, son emboscados por sus propios clones, y aniquilados sin piedad. Ayuda mucho, como no podía ser de otra manera, el fabuloso tema musical de Williams ‘Anakin Betrayal’, una sublime pieza de textura casi bíblica o sacra. Si Lucas se hubiera mostrado igual de imponente toda la película, hablaríamos de un título bastante más importante. Eso sí, queda un poco raro que Yoda se anticipe a sus enemigos y el resto de los Jedi no. La mejor imagen de este bloque, sin ninguna duda: los niños Jedi del templo pidiendo ayuda a Anakin, la mirada casi piadosa del nuevo Sith, y su apertura del sable Jedi, a punto de caer sobre ellos.

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Sin duda, en este momento el espectador tiene el corazón en un puño. Somos testigos de cómo la tiranía y la represón se adueñan de toda la galaxia. Este final es rápido, certero e implacable. Por una vez, la manía de Lucas de poner en paralelo dos acontecimientos de gran tensión funciona, gracias a un montaje soberbio, fundamentado en una decisión de guión. Me refiero al momento en que Anakin acude a Mustafar a asesinar a los líderes separatistas, que coincide con la sesión especial del senado en la que Palpatine disuelve la república y con la infiltración de Yoda y Kenobi en el templo Jedi. Al menos Lucas arma así una feroz y ejemplar parábola del ascenso de los tiranos al poder absoluto, de la manipulación de los políticos, y del aplauso ante la crueldad maquillada de seguridad y estabilidad. A partir de aquí, la película decae nuevamente. El descubrimiento de Kenobi de que Anakin es ahora un Sith carece de la mínima fuerza dramática, y no me parece válido el argumento de que, al ser un Jedi, Kenobi tiene horchata corriendo por las venas.

Sólo queda, por tanto, el doble duelo entre los Jedi y los Sith, con esa lamentable secuencia de puente en la que Kenobi acude a hablar con Padme. Es de risa que Obi-Wan o Padme no se dieran cuenta antes de que Anakin está bastante transtornado. Y como no nos creemos su incredulidad, nos salimos completamente de la película. Que Amidala viaje hasta Mustafar para comprobar cómo su amado se ha convertido en un genocida, es un truco de guión evidente para precipitar la muerte de ella (y zafio para precipitar el odio de Anakin contra su antiguo maestro). Todos nos damos cuenta de ello antes de que baje de la nave. Y he de confesar que, entre el combate Yoda/Sidious y el combate Kenobi/Skywalker, me quedo con el primero sin dudarlo un momento. El segundo es demasiado repetitivo y predecible, por mucho que Lucas tuviese como objetivo filmar el combate a espada más espectacular de la historia.

El combate entre la luz y la oscuridad es mucho más nítido y apasionante con el pequeño Yoda oponiéndose con todas sus fuerzas al salvaje Sidious. Hay algo muy hermoso en verles luchar en el mismo púlpito del senado galáctico, porque en realidad luchan por la democracia o por el absolutismo. Como también es muy expresivo que Sidious le lance con el poder de la fuerza varios palcos, que ya no representan la pluralidad de un gobierno libre, sino armas para estrangular aún más la libertad. En comparación, el soso, y carísimo, combate entre Anakin y Obi-Wan queda demasiado largo, y el recurso de la lava demasiado obvio, una vez más. Y todos sabemos quién va a vencer en este duelo (en el otro también, pero se llega a olvidar por un momento), además de esperar una épica más lograda. Ver a Obi-Wan gritar, casi entre lágrimas, “¡tú eras el elegido!” no creo que fuera precisamente lo que esperábamos.

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En la parodia de Star Wars llevada a cabo por el dibujante JMV (sus Epichodes…), daba en el clavo absolutamente con la conclusión de esta película. Que Obi-Wan decida “esconder” al hijo de Skywalker en el país natal de éste, y bajo el cuidado de sus mismos parientes, y que Obi-Wan Kenobi decida “cambiarse” el nombre por Ben Kenobi (para despistar, diría JMV), no tiene el menor sentido, por mucho que Lucas se esfuerce en “conectar” el episodio III con el IV. Entre eso, y el patético “¡Nooooo!” proferido por Vader, más propio de Seymour Skynner cabreado por alguna barrabasada de Bart, tenemos un final para olvidar. Los varios chispazos de talento (que los tiene, y los hemos señalado), de esta película, no enmascaran su irregular resultado final, y la ponen muy por debajo de la notable (en su mayor parte) ‘El ataque de los clones’.

Conclusión al estudio de ‘Star Wars’

Con la imagen de los dos soles de Tatooine, concluye una saga que por lo menos en tres de sus títulos (la mitad, que se dice pronto) se merecía mayor autoexigencia, mayor esfuerzo y mayor coherencia. La segunda trilogía, al menos en el aspecto visual, está más concebida como un todo, pero adolece de fuerza dramática y de un desarrollo endémico. La primera conoció una segunda parte (todo un hito) aún mejor que la memorable primera, pero se cerró de forma penosa con la recalcitrante ‘El retorno del Jedi’. No hay quien le dispute la fama, el éxito y la veneración a estas seis películas, pero espero haber ofrecido algo más que fanatismo y veneración (me lo paso como un enano con las seis, lo reconozco), y haber escrito un análisis que separe el grano de la paja, pues de ambos hay de sobra en ‘Star Wars’.

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Especial ‘La guerra de las galaxias’ en Blogdecine

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