'La gran evasión', quiero ser libre

'La gran evasión', quiero ser libre
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El tema que el lector puede oir haciendo play encima de estas líneas, compuesto por el legendario músico de cine Elmer Bernstein, es casi tan reconocible y célebre como el silbido de la Marcha del Coronel Bogey en ‘El puente sobre el río Kwai’ (‘The Bridge on the River Kwai’, David Lean, 1957), y pertenece así mismo a una de las películas norteamericanas más famosas de los años sesenta, cuando ya el cine clásico daba sus últimos coletazos de muerte y comenzaba su oscura andadura de la segunda mitad de los sesenta y setenta. ‘La gran evasión’ (‘The Great Escape’, John Sturgess, 1963) es también, quizá, la más famosa de las películas de evasión, algo así como un icono de este subgénero, que lleva hasta las últimas consecuencias el juego y la tensión de un grupo de personas que buscan la forma de escaparse de la prisión perfecta, mientras otro grupo trata de impedirlo. Yo, como supongo la mayoría de los lectores, la conocí en televisión con muy pocos años de edad, y ya por entonces me pareció apasionante. Como la han puesto un trillón de veces en la caja tonta, hay muy pocos que no la conozcan.

De la misma forma que habrá pocos que no la consideren una estupenda respuesta norteamericana a la magistral ‘La evasión’ (‘Le Trou’, Jacques Becker, 1960), que bebe además de algunos de los arquetipos del cine bélico, sobre todo en cuanto a la construcción de ciertos caracteres y de ciertos ambientes, aunque se enmarca en un cine de aventuras más amplio y menos grave que una producción bélica. Título ideal, probablemente, para una tarde lluviosa de fin de semana, cuando lo que más apetece es matar un par de horas frente al televisor. Echando mano de una de esas películas que jamás fallan para pasarlo en grande, a pesar de sus (no pocas) limitaciones. Y es que todavía no había llegado la decadencia más lamentable (la que comenzó en los ochenta y todavía se ha hecho peor con los años) al cine de entretenimiento de Hollywood, que cuando se proponía entretener al respetable lo hacía con un mínimo de inteligencia y de buen gusto. Puestos a hacer productos artesanales, y puestos a venderlos a medio mundo, está bien que sus responsables no nos tomen por bobos. Además…¿quién no ha visto ‘La gran evasión’?

John Sturges siempre fue lo suficientemente sensato como para no considerarse más que un director y productor eficaz, en cuya larga carrera lo cierto es que hubo hueco para casi cualquier género. Con todo, lo más famoso que ha hecho en su vida, a nivel mundial, es el remaje de ‘Los siete samuráis’ (‘Shichinin no samurai’, Akira Kurosawa, 1954), que como ya sabemos se llamó ‘Los siete magníficos’ (‘The Magnificent Seven’, 1960), y la película que hoy nos ocupa, que comparte algunas presencias estelares. Sin embargo, creo que nunca hizo nada tan redondo y tan intenso como ‘Conspiración de silencio’ (‘Bad Day at Black Rock’, 1955), probablemente su mejor película. En cuanto a ‘La gran evasión’, alterna momentos muy inspirados con otros descaradamente comerciales y hasta patrióticos, que bajan un poco la densidad de un conjunto irregular, que quizá precisó de mayor oscuridad y violencia. Y es que siempre he creído que la misma película, diez años más tarde, habría resultado mucho más potente y habría envejecido algo mejor.

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Adaptación del libro homónimo de Paul Brickhill (un libro de no ficción que contaba con todo detalle la fuga del Stalag Luft III), llevada a cabo por James Clavell y W. R. Burnett, el prolijo guión se dedica a presentarnos un par de docenas de presos, la mayoría británicos y unos pocos norteamericanos, y a construir la enésima figura del héroe bélico frente a los arteros y despreciables enemigos nazis. Menos de veinte años después del fin de la II Guerra Mundial, es completamente lógico que una producción de estas características cayera en algunos arquetipos que hoy, casi medio siglo más tarde, pueden haberse convertido en tópicos. Por otro lado, Sturges, que sabe usar bien la cámara y es un hábil director de actores, nunca pierde de vista que, sobre todo, se trata de una historia en la que el ratón (los aliados) ha de jugar de tú a tú con el gato (los alemanes), y aunque le dio más protagonismo a los norteamericanos del que tuvieron en la historia real, sabe dar a este relato un aroma épico que no alude lo realista y lo verosímil, salvo algunos detalles puntuales.

Supo rodearse, claro, de un grupo de actores y estrellas realmente notable, algo previsible en una historia coral de las ambiciones de esta. Ya hemos dicho muchas veces lo bien que tienen aprendida la lección los productores americanos, y aquí los actores británicos son muy sólidos y muy creíbles, con Richard Attenborough a la cabeza, pero sin olvidarnos de James Donald, Donald Pleasence o David McCallum. Ninguno de ellos goza del carisma, ni de la presencia, claro, de James Garner, Charles Bronson, James Coburn o de un Steve McQueen que es la gran estrella y que aquí se encuentra en su salsa. Parece que Garner, veterano de Corea, fue un proveedor (un ladrón…) como su personaje, mientras que otros Pleasence habían pertenecido a la Royal Air Force, sin ir más lejos. Pero esta es la película (como casi todas en las que aparecía él, por supuesto) de McQueen, cuyo capitán Hilts es uno de esos iconos del cine americano que todavía son capaces de fabricar.

McQueen, su Hilts, es casi un secundario, pero le basta una sonrisa, una frase, una broma, para hacer suya la pantalla. De su carisma bestial se contagian muchas secuencias inolvidables: la simpática de la celebración del 4 de julio, las fugas o enfrentamientos que le llevan directo al calabozo, el descubrimiento de que el túnel se ha quedado corto, y más que ninguna otra cosa su larga fuga pilotando una moto alemana, acosado por centenares de soldados. Estamos en el territorio de la aventura menos acomplejada, y asistimos encantados a esta fuga masiva, con los cautivos aprendiendo alemán, portando uniformes y documentación falsa, aferrándose a la posibilidad de coger un tren, un barco o, en caso extremo, una bicicleta, para irse lejos, quizá al hogar anhelado, o quizá a nuevas fronteras, aunque la mayoría terminan muertos o en la maraña de un alambre de espino. Pero mientras, es imposible aburrirse, con las gotas justas de suspense, humor y tragedia.

En conclusión

En conclusión, cine de entretenimiento de calidad más que aceptable, que ha envejecido bastante bien, aunque su vigencia ha quedado un poco erosionada, porque el cine, por suerte, sigue evolucionando y aquellos héroes y aquella forma de representar la II Guerra Mundial es ya algo del pasado. Pero eso no impide el completo disfrute de una aventura intensa y más que digna, que ya ha pasado a la historia del cine americano.

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