‘La espada del inmortal’: gore, comedia y tradición samurái en la película número 100 de Takashi Miike

‘La espada del inmortal’: gore, comedia y tradición samurái en la película número 100 de Takashi Miike

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‘La espada del inmortal’: gore, comedia y tradición samurái en la película número 100 de Takashi Miike

Nunca se puede hablar de la última película de Takashi Miike (tras ésta ha estrenado la adaptación de 'JoJo's Bizarre Adventure' y tiene en postproducción el tecno-thriller 'Laplace's Witch'), pero lo que sí resulta público y notorio es que esta adaptación del manga de Hiroaki Samura es la número cien de su trayectoria. Y que a diferencia de decenas de otras de su filmografía, relegadas al circuito de los festivales o quedando directamente inéditas en Occidente, ésta nos llega de forma más o menos accesible, vía Netflix.

El motivo es que 'La espada del inmortal' es más accesible y cómoda que muchas otras películas de un director que se permite saltar sin problemas de las producciones de presupuesto casi doméstico y rodadas en vídeo a películas más vistosas y de aire internacional como ésta. El hecho de que parta de una obra ajena conocida en Occidente (jugada muy habitual en el director: a la citada 'Jo-Jo's...' se suman adaptaciones de videojuegos como 'Yakuza' y 'Phoenix Right' o mangas como 'Crows Zero') también ayuda a hacerla especialmente accesible.

Takashi Miike abraza sin dificultad el argumento del manga original, del que obviamente tiene que recortar múltiples meandros argumentales y tramas secundarias, pero del que no se aparta demasiado en su historia nuclear y estructura. Miike no tiene demasiados problemas en hacer de la traición a la letra original casi una militancia, pero en este caso no lo necesita: el manga de ''La espada del inmortal' tiene humor socarrón, villanos exagerados, violencia a raudales, peleas interminables y un héroe solitario y arisco. Casi parece escrito para él.

Miike nos cuenta la historia de Manji (Takuya Kimura), un samurai experto en el uso de la espada que tiene una peculiaridad: no puede morir. Ni siquiera cuando es desmembrado o herido gravemente: unos extraños gusanos que habitan en su cuerpo se encargan de cicatrizar las heridas y unificar sus miembros cercenados. Como guardaespaldas acepta la misión de proteger a Rin (Hana Sugisaki), una joven que quiere vengarse de Anotsu (Sota Fukushi), diestro y despiadado asesino que ha aniquilado a toda su familia como parte de su propósito de unificar todas las escuelas marciales del pais.

Adaptar es apropiarse

Sin duda el gran acierto de 'La espada del inmortal' es entender qué tenía de peculiar y significativa la obra original, y llevarla a su propio terreno. Eso incluye cierta estética de la violencia que Miike reinterpreta muy bien, con peleas larguísimas pero que nunca llegan a saturar y que rueda experimentando con distintos tipos de planificación y montaje, como si cada rival de Manji mereciera su propio estilo visual distintivo.

Porque al final, 'La espada del inmortal' es una sucesión de peleas, una tras otra, contra enemigos cada vez más poderosos, al estilo de un videojuego de lucha o una película clásica de artes marciales. En la obra original esa estructura conforma solo el primer cuarto de la historia, pero Miike parece cómodo con ese esquema y lo exprime a fondo, disfrutando con el código tópico y repetitivo, pero al mismo tiempo innovando en las posibilidades que ofrece. Por ejemplo, en el diseño del armamento de cada luchador, distintivo y disparatado, completamente irreal, que propicia cierto humor paródico y que Miike no tiene más remedio que hacer creíble y táctil en la película. Es uno de los muchos desafíos de adaptar el nada realista manga original y de los que Miike sale airoso.

Bladeoftheinmortal2

Aunque Miike ha enhebrado en otras ocasiones películas de samuráis más sólidas (viene a la mente la sensacional '13 asesinos'), la adaptación de 'La espada del inmortal' no es una empresa fácil, y Miike sabe hacerla suya. No solo en el reflejo de la violencia, sino en la historia de cómo esta marca a un antihéroe sin un destino claro. O en los surtidores de sangre y desmembramientos, menos explícitos que en otras películas del director, pero igualmente satisfactorios y capaces de guiñar un ojo al cine de samuráis de toda la vida.

Miike cuple cien películas siendo, pese a partir de una obra ajena, indiscutiblemente Miike. No se le puede pedir más.

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