El Octubre Rojo es un poderoso submarino nuclear liderado por Marko Ramius (Sean Connery) cuyo extraño cambio de rumbo y planes empieza a inquietar tanto a la CIA como a la KGB. El asesor de la CIA Jack Ryan (Alec Baldwin) sostiene que el barco no va a provocar una guerra, tal y como ambos gobiernos sospechan, sino que se trata de una deserción y de él depende la seguridad de ambos países.
John McTiernan fue un enérgico cineasta que encadenó tantos peliculones-clásicos que hoy en día todavía me pregunto como no nos referimos a él con la misma reverencia que sí tienen otros, como Michael Curtiz o el primer Sergio Leone, previo a sus incursiones autorales y genuino hacedor de cine popular en estado casi esencial.
Ni siquiera tenía que ser una historia que funcionara. Las novelas de Tom Clancy son piezas adictivas de un puzzle sociopolítico basado esencialmente en reproducir una agenda y unos terrores desde un punto de vista lo más espectacular posible, pero con la sabrosa novedad de que el héroe ya no es una encarnación viril del gobierno (el macho superespía) sino una versión suave de su ala diplomática aunque contundente si hace falta (el analista de la CIA) lo que funciona como perfecta metáfora de una era que fue de Kennedy a Reagan.
'La caza del Octubre Rojo' (The Hunt for the Red October, 1990) es la primera de estas adaptaciones y entre sus virtudes tiene el usar la misma técnica de montaje paralelo para construir una narrativa burocrática y trepidante al mismo tiempo que una sátira política, 'Teléfono Rojo: Volamos Hacia Moscú' (Dr Strangelove or How I learned to stop worrying and love the bomb, 1964) en un sentido completamente opuesto, en las antípodas de la ironía devastadora de un Stanley Kubrick en reconocido y reconocible estado de gracia y que eso....funcione.
El final es trepidante y, como solía hacer McTiernan en esos tiempos, como hizo en 'Depredador' (Predator, 1987) y como hizo en 'La Jungla de Cristal' (Die Hard, 1988), de lo que se trata es de un hombre atrapado en el laberinto de un espacio, sea una jungla colombiana, un rascacielos o un submarino y entonces su cámara parece agradecida por todo el vigor de una feliz claustrofobia. Este pues es un buen ejemplo de cine ágil, vibrante y lleno de estilo, desde luego, cosas que se han venido perdiendo en pos del efectismo - del mal efectismo - en los últimos tiempos. Ciertamente, el guión es mucho menos interesante, y fracasa, desde el punto de vista de resolución de enigmas - no importa nunca al espectador quien es el tripulante que se amotina y traiciona y conspira - que como historia de los peligros bélicos de cualquier gesto que haya sido malinterpretado.
A mi compañero Abuín también le gustó, con más reservas.
Ver 10 comentarios