'Greenberg', vida de un gilipollas

'Greenberg', vida de un gilipollas
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Intento no hacer nada

-Roger Greenberg

En un largo plano, una chica joven de aspecto triste —pero no demasiado— y vestida como una mezcla de grunge y hippie —supongo que su atuendo se llamará posthippismo o algo así— conduce un coche por la ciudad de Los Ángeles. El tratamiento de la imagen y la luz da al film un aire setentero. Suena la Steve Miller Band y los títulos de crédito nos informan de que la banda sonora corre a cargo de James Murphy. No hay duda: ‘Greenberg’ es una película ‘indie’. Más tarde leo que no, que más bien forma parte de un —pequeño— movimiento llamado “mumblecore”, consistente en películas de bajo presupuesto, con actores improvisando sus textos y con guiones que versan sobre personajes cotidianos en situaciones cotidianas. O sea, que la diferencia con el cine “indie” es…bueno, dejémoslo. ‘Greenberg’ está considerada como la película mainstream del movimiento, por contar con un presupuesto holgado y tener como protagonista a un actor como Ben Stiller. Pero el que espere carcajadas, se ha equivocado de película. Y cómo.

Roger Greenberg, el protagonista de la película de Noah Baumbach, se mueve por el mundo como un pez fuera del agua. Quizá por eso pensaron en Ben Stiller para el papel: un cómico dentro de un drama. Es ésta una operación análoga a la realizada por Jim Carrey en films como ‘Olvídate de mí’ o ‘Man on the moon’ (id, Milos Forman, 1999), pero con quien guarda más concomitancias es con el Adam Sandler de la interesante ‘Punch-drunk love’ (id, Paul Thomas Anderson, 2002). Como aquél, el personaje tiene ciertos problemas mentales —nunca queda muy claro de qué tipo— que le provocan ciertos desajustes emocionales y un comportamiento cuanto menos errático. Hay una cierta tensión que se traslada a la pantalla porque uno espera ver en cualquier momento uno de los descacharrantes ataques de furia a los que nos tiene acostumbrados el actor.

Greenberg se va a pasar una temporada a la casa vacía de su hermano en Los Ángeles mientras éste está de vacaciones. Hace quince años que no iba por allí, desde que sufrió una crisis nerviosa que le afectó a la movilidad de las piernas y decidió marcharse a Nueva York. En aquella época, tenía un grupo con su amigo Ivan —Rhys Ifans, otro cómico reciclado para la causa— y una relación con una chica interpretada por Jennifer Jason Leigh, mujer en la vida real del director y productora del film. Ahora Greenberg es carpintero a ratos y el resto del tiempo se dedica a no hacer nada, aparte de escribir cartas de protesta a líneas aéreas, Starbuck’s o compañías de taxis —lo que recuerda a otro famoso judío: “Herzog”, del libro homónimo de Saul Bellow—.

Al tiempo que se reencuentra con su antigua vida, conoce a la encargada de cuidar la casa de su hermano —la rubia del principio, Greta Gerwig, musa del dichoso mumblecore—, con la que empezará una relación sentimental realmente complicada. Y esto es así porque hay algo importante que aún no he dicho, y es que Greenberg es un completo gilipollas. El cine está lleno de antihéroes, de personajes antipáticos con los que es imposible empatizar, y el de Ben Stiller podría ser uno más. Pero le falta una característica fundamental: que sea interesante. Y éste no lo es. Nada. Cero. Y si perdemos el factor interés, los bruscos cambios de humor del idiota protagonista, su incapacidad de relacionarse con la gente y la incoherencia con que se comporta con su pareja, nos la traen al pairo. Y ahí muere la película y se convierte en un plomo. Cierto es que existen personajes como el que describe el señor Baumbach, y no todos los protagonistas deben tener una rica vida interior o ser fascinantes hasta el delirio, pero debe existir un cierto cariño hacia ellos, y aquí no lo hay. Y es una pena, porque es una cinta que está bien rodada técnicamente, posee una espléndida fotografía, una curiosa banda sonora y buenas interpretaciones. El esfuerzo de Ben Stiller es loable, pero le pierde un poco el querer apartarse de su vis cómica habitual y su actuación peca de un excesivo hieratismo.

La película se contagia de la personalidad de su protagonista y todo está narrado como sin ganas, con una sucesión de momentos poco interesantes muy reales todo ellos, sí, pero cansinos, como un relato en low-fi. Esta técnica funciona mejor en el mundo del cómic, concretamente en los que son denominados como slice of life , de autores como Daniel Clowes, Chester Brown o Alison Bledchel. La intimidad que crea con el lector, que muchas veces se ve reflejado en sus páginas, no se consigue en ‘Greenberg’ en ningún momento. Cierto que hay escenas en que el espectador despierta un poco del sopor, como la fiesta que organiza la sobrina del protagonista y en la que éste comprende que debe comenzar a madurar, que no puede seguir siendo el eterno Peter Pan que se niega a tomar decisiones. Pero la sensación de hastío con la que viven las criaturas de Noah Baumbach —autor también del guión— se transmite como un virus al otro lado de la pantalla.

Una vez que termina el film, busco información y descubro que el señor Baumbach es guionista habitual de los films de Wes Anderson, y todo empieza a cuadrar. Reconozco mi total incapacidad de entrar en el mundo tan moderno del respetable Anderson, y por ende, el de ‘‘Greenberg’. Esto no es cine moderno por mucho que se empeñen, es celuloide rancio, nacido viejo y sin nada que decir. El prestigio no es esto, Ben Stiller. Hay más verdad y sabiduría fílmica en cualquier plano de ‘Zoolander’ (id, Ben Stiller, 2001), que en este pretencioso mamotreto.

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