'Grease', divertidísima mala película

'Grease', divertidísima mala película
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La reciente muerte de Jeff Conaway (a los sesenta y un años) es la razón que me impulsa a escribir, a modo de homenaje personal, acerca de una de las películas musicales más famosas de las últimas décadas, la proverbial ‘Grease’ (id, 1978). Conaway dio vida a uno de los personajes secundarios más importantes, el fantasmón de Kenickie, y probablemente este fue el papel más importante de su truncada carrera. Otros magníficos integrantes del reparto han conocido trayectorias más dispares todavía, y sólo uno, Travolta, ha llegado a disfrutar de más oportunidades para hundir y para reflotar su carrera. Como con tantas películas icónicas (más aún en aquellos tiempos), ‘Grease’ se mantiene en la memoria gracias a una mezcla de esa nostalgia cinéfila que todo lo maquilla, y al cariño que muchos podemos llegar a sentir por ese tipo de películas que, sin ser realmente importantes, ni gozar de demasiadas virtudes, son lo suficientemente sólidas a un nivel narrativo (pese a lo básico de su puesta en escena) y nunca se toman en serio a sí mismas.

Porque aún a riesgo de que se me echen encima las hordas de nostálgicos fanáticos (lo digo de buen rollo), ‘Grease’ es una bobada de película, pero pese a esto, o quizá precisamente por ello, se erige en un divertimento tan disfrutable, en un placer culpable similar a pasártelo en grande con ‘Tango y Cash’ (‘Tango & Cash’, Andrey Konchalovskiy/Albert Magnoli, 1989). Al igual que con aquella joya de ‘Golpe en la pequeña China’ (‘Big Trouble in Little China’, John Carpenter, 1986), se trata de cine mal hecho a propósito, o de una broma bien ejecutada, o de ambas cosas a la vez. Adaptación del musical de 1971 creado por Warren Casey y Jim Jacobs, de gran éxito en el momento de su estreno en cines, se trata de una de las películas que más veces hemos visto por televisión, gracias a sus infinitas reposiciones, de modo que por fuerza nos sabemos todas sus canciones, nos reímos al unísono de las mismas patochadas y la aceptamos como lo que es: un demencial sueño kitsch que comienza en la playa y termina en el cielo.

El director Randal Kleiser debutaría con esta película, después de muchos trabajos televisivos (y el carácter televisivo se nota en la puesta en escena de ‘Grease’), y luego su carrera no sería especialmente destacable, aunque sí que hizo esa entrañable adaptación de ‘Colmillo blanco’ (‘White Fang’, 1991). Aquí se limita a hacer fluido y dinámico un guión que adolece de muchas arritmias, por depender en exceso de las numerosas canciones (algunas de ellas muy buenas, otras simplemente olvidables) y porque los personajes quedan reducidos a un mero apunte, desterrada toda crítica social o descripción de una época para quedarse en lo más vistoso y superficial de los cincuenta, y en un revival más o menos potable de arquetipos y géneros musicales. Pasada ya la época de los grandes musicales, inmersos en un postmodernismo cada vez más en alza, a punto de llegar la en muchos aspectos terrible (para el cine industrial…) década de los ochenta, al menos obtenemos aquí una cierta artesania. Televisiva, pero artesanía.

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La pija y el gamberro

La cosa no puede ser más simple: chico conoce a chica, se termina el verano, chico y chica se separan, pero al empezar el instituto vuelven a encontrarse y descubren que pertenecen a mundos bastante diferentes. Este es el arranque y lo cierto es que no hay mucho más. Pese a la oposición general de sus amigos fanfarrones (todos con la misma chaqueta…) Danny Zuko sigue interesado en Sandy Olsen, y pese a que las chicas más rebeldes del instituto rechazan a Sandy, no tardan mucho en aceptarla. Es decir, que la tensión construida al principio de la historia pronto desaparece, y da lugar a riñas de adolescentes (adolescentes de casi treinta años, ejem…), a muchachos que no quieren crecer pero terminarán haciéndolo, a reprimidas que no quieren sexo antes del matrimonio pero que perderán sus prejuicios, y a ese tipo de cosas tan apasionantes, por lo que el drama pasa a ser secundario (muy secundario…) y nos quedamos con los números musicales, con algunos buenos chistes y con una energía juvenil desvergonzada y muy de agradecer.

Es decir, que es menos interesante hablar de la historia, y mucho más del diseño de producción, por ejemplo, obra del malogrado Philip M. Jefferies, con decorados de James L. Berkey, que crean ese aspecto exageradamente naif y colorista de los cincuenta, con decorados tan impresionantes como el de la canción “Greased Lightnin’”, en la que los amigos fantasean del cochazo que van a diseñar para ganar todas las carreras, o el de esa cafetería tan típica de aquellos años, luego convertida en la peluquería de los sueños de Frenchy (en un número musical de Frankie Avalon que rompe completamente el ritmo, o eso me parece a mí), entre otros decorados realmente conseguidos. Entre el grupo de actores, además de un casi paródico John Travolta, decir que Olivia Newton-John tiene planos en los que sale francamente horrible y otros en los que no está mal, aunque con esos carrillos poco podían hacer por mejorarla frente a la cámara. Eso sí, ambos gozan de una química excelente.

Personalmente, creo que la gran Stockard Channing es una presencia mucho más imponente que la de Newton-John y que la de cualquier otra supuesta adolescente que salga en pantalla, y su relación con Kenickie (un gran Jeff Conaway, en verdad) tan interesante como la de Danny y Sandy. Pero a fin de cuentas se trata de un divertimento exageradamente ligero, del que te olvidas una vez lo has visto. En pocas palabras: que te roba dos horas de tu vida cuando no tienes otra cosa mejor que hacer. Habiéndola visto unas cuantas veces ya, me sucede siempre lo mismo. Dejo de verla antes de que Sandy y Danny suban al cielo en su brillante coche y pongo ‘West Side Story’ (id, Robert Wise/Jerome Robbins, 1961) como si se tratara de un bálsamo, o de un antojo irreprimible. Pero hay que reconocer que ‘Grease’ ha envejecido bastante mejor de lo que muchos auguraban cuando vio la luz.

Lo mejor: El tono guasón de Travolta, la estimulante Stockard Channing, algunas canciones y algunos diseños, Jeff Conaway

Lo peor: Los carrillos de Olivia Newton-John, Frankie Avalon, el regusto conservador de la historia, su imagen excesivamente televisiva.

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