'Encuentros en Nueva York', lo viejo y lo nuevo

'Encuentros en Nueva York', lo viejo y lo nuevo
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Rebecca Hall, Amanda Peet, Oliver Platt y Catherine Keener son los protagonistas de ‘Encuentros en Nueva York’ (‘Please Give’, 2010), el cuarto largometraje de la directora televisiva Nicole Holofcener, en la que conoceremos a Kate y Alex, un matrimonio neoyorquino acomodado que tiene una hija adolescente y cuya relación no está pasando por el mejor momento. Esta pareja se dedica a la compra de antigüedades a los descendientes de personas fallecidas para revenderlas a precios astronómicos en su tienda retro. Además, han adquirido el apartamento contiguo al suyo con idea de ampliar sus estancias y para ello han de esperar a que muera la propietaria actual, una anciana que tiene dos nietas: Rebecca, una enfermera muy entregada que vive con la abuela, y Mary, una esteticienne a la que solo le importa ella misma.

Ya que me topé con ella durante un zapping y no se ha estrenado en salas en nuestro país, aventuré que ‘Encuentros en Nueva York’ sería una tv-movie. Algo se detecta en el estilo de esta directora, que ha firmado capítulos de ‘Iluminada (Enlightened)’, ‘A dos metros bajo tierra’ o ‘Sexo en Nueva York’ entre muchas otras series. Sin embargo, no se trata de su primer largometraje, sino del cuarto, tras ‘Walking and Talking (Nadie es perfecto)’ (1996), ‘Lovely & Amazing’ (2001) y ‘Amigos con dinero‘ (‘Friends with Money’, 2006), y sus aspiraciones eran cinematográficas, ya que se proyectó en prestigiosos festivales, donde pasó sin pena ni gloria. A la apariencia televisiva, se suma un aire teatral, pues todo se divide entre contados escenarios y se basa en diálogos por encima de cualquier otro elemento. Al comprobar si era la adaptación de alguna obra para el off Broadway, me sorprendió descubrir que está escrita, por la propia Holofcener, directamente para cine.

'Encuentros en Nueva York

‘Encuentros en Nueva York’ apenas presenta desarrollo argumental. En lugar de ello, estira una situación que ya está presentada desde el principio. Lo más curioso y lo único que emplea un recurso fílmico no existente en el teatro, el montaje, es esa colección de senos con la que empieza, que sienta las bases de algo que luego nunca está a la altura, ni en cuanto a la rareza ni en cuanto a las posibilidades que ahí se escondían. Lo más encomiable es un tono más o menos conseguido, basado en encuadres bonitos, que la realizadora sostiene largamente para dotarla de un talante indie de esforzada naturalidad. Cuestionaba hace nada una posible imitación a Woody Allen, cuando aquí queda patente que la directora quiere emularlo y la traducción del título ha tratado de aprovecharse de esta similitud sin tapujos.

El reparto de nombres célebres a la par que prestigiosos, que sin duda son excelentes actores, constituye la baza principal. Aunque todos desempeñan bien sus papeles, no tienen demasiado de lo que partir ya que los personajes están retratados con obviedad y de forma muy maniquea: Rebecca es tan buena y Mary tan mala… Bueno, pues quizá el personaje de Mary es más interesante, matizado y cercano a los seres humanos reales. La adolescente confusa es la única que no cae en lo evidente y, gracias a que sus inseguridades están bien retratadas, presenta la capacidad de ser un buen personaje, pero quizá para otra cosa –, una serie o quizá una película centrada en personas de estas edades– ya que en el cúmulo de cuestiones de la que nos ocupa, acaba por ser un detalle más que exaspera en lugar de aportar contenido.

La carroña

Sin demasiado disimulo, la autora introduce el tema de las antigüedades para plantear que sus burgueses personajes se comportan como buitres carroñeros y efectuar con ello una crítica social. Si ya la comparación es evidente, además, la expresan con total obviedad, remarcándola con los exabruptos de culpabilidad de ella, que el personaje reitera cada vez que se encuentra con su marido en una escena en la tienda, convirtiendo todas estas secuencias en idénticas entre sí. La intención de unirse a una ONG basta como demostración de sus remordimientos, sin necesidad de poner el mensaje en palabras textuales. Tanta insistencia se torna aún más molesta cuando llega el repentino final, que no ofrece ninguna conclusión, ningún cierre. Por otro lado, es lógico: como todo estaba planteado desde el inicio, ese final es solo un trámite que sabíamos que tenía que llegar.

'Encuentros en Nueva York

Más valiosa se me antoja la reflexión sobre lo viejo y lo nuevo. Por supuesto, las ancianas serían otro reflejo de la metáfora de los muebles que recobran valor. Antes que con eso me quedo con la denuncia del absurdo del arte moderno y de los entendidos como el mayor valor de la cinta, salvo porque quizá no hay intención de ofrecer tal denuncia por parte de la autora. En lugar de auténticas antigüedades, se trata de mobiliario y objetos de mediados del siglo pasado, que ahora podrían considerarse pasados de moda, rancios y, en definitiva, muy feos. En su lugar, se les da un valor económico desorbitado por tratarlos como piezas de colección. Si Holofcener ha querido demostrar la tontería de la moda, vaya mi admiración hacia ella, aunque mucho me temo que esto no estaba entre sus pretensiones.

Conclusión

‘Encuentros en Nueva York’ es fácil de ver, ya que no requiere mucha atención, pues todo lo que pregona lo repetirá hasta la saciedad y lo dejará bien clarito. Con un tono independiente, con algún momento de lograda fuerza dramática y con buenos actores, resulta amena, aunque al mismo tiempo, lenta, de intensidad general muy baja, carente de progresión y nada memorable. Para una sobremesa perezosa en el sofá quizá se revele idónea.

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