'Django desencadenado', Tarantino embriagado

'Django desencadenado', Tarantino embriagado
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Que Quentin Tarantino se acercarse de lleno al género del western era cuestión de tiempo. El mencionado género es el más utilizado por el realizador en sus films; baste comprobar sus homenajes al cine de Sergio Leone en concreto y la utilización de ciertos elementos del cine de vaqueros en su cine, al que casi podríamos ya considerar como un género en sí mismo, algo que jamás le he negado a un director que salvo excepciones no suele gustarme. Y a pesar de mis reticencias con un director cuyas películas se ven peligrosamente dañadas por el paso del tiempo, salvo quizá la muy entretenida ‘Malditos bastardos’ (‘Inglourious Basterds’, 2009) —eh, tú, el del fondo, no saques el cuchillo ni hables en un idioma inventado, es sólo mi opinión—, me acerqué a ‘Django desencadenado’ (‘Django Unchained’, 2012) con más ilusión que otras por el simple hecho de pertenecer al género de géneros.

Cabe decir que aunque la película lleve el nombre de Django en su título, poco o nada tiene que ver la película con el pequeño clásico de Sergio Corbucci de 1966, más allá de pertenecer al mismo género o de contar en una aparición especial con Franco Nero a modo de sentido homenaje al citado film. Ni siquiera sus tramas se parecen, así que ver el film italiano o no, más allá del disfrute que eso conlleva, no influye en el visionado de la nueva obra de Tarantino. No es un remake, y como el mismo director aclaró el nombre de Django se ha utilizado infinidad de veces en spaguetti westerns del montón que trataban de aprovecharse del tirón comercial del film de Corbucci. En el caso de Tarantino es simplemente un ejercicio de nostalgia.

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(From here to the end, Spoilers) ‘Django desencadenado’ no posee una complicada trama, hasta diría que es el film de su director más simple en ese aspecto. En base se trata de la misma línea narrativa que tantos y tantos westerns, la historia de una venganza. La unión entre el Dr. King Schultz (Christoph Waltz) y el esclavo Django (Jamie Foxx), primero por bienes comunes y más tarde como original sociedad de cazarrecompensas que culmina con la venganza personal de Django por haber sido separado de su mujer Broomhilda (Kerry Washington), también esclava. Una breve premisa que se alarga durante más de dos horas y media, el principal problema de la película. 168 minutos es algo exagerado, y en su tramo final Tarantino pierde totalmente los papeles, como si no supiera qué hacer con su película.

Una vez más el director, ganador de un inesperado Globo de Oro por el guión —hazaña que probablemente no repita en los Oscars— alarga inecesariamente muchas de las situaciones de la película. Señal inequívoca de su estilo dirán algunos, amor desmesurado por sus historias digo yo —en realidad ambas cosas—, pero nadie puede negar esta vez que Tarantino se ha excedido sin control y bajo mi punto de vista ha cometido un error muy grave en el clímax del film —en uno de los tres o cuatro que tiene—, no terminar la película en la parte protagonizada por un inmenso, brillante, espectacular, y no nominado, Leonardo DiCaprio, quien compone, sin miedo a exagerar, uno de los mejores personajes de su carrera y también uno de los mejores del universo Tarantino. Calvin Candie es un villano que eleva el film hasta lo más alto, como también lo hace Christoph Waltz.

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Pero a pesar de lo estirado que está el film en muchos de sus pasajes —todo el protagonizado por un entregado Don Johnson, y donde no pinta nada Jonah Hill, sobra por completo a pesar de la enorme burla que realiza sobre el Ku Klus Klan—, ‘Django desencadenado’ es muy disfrutable en sus puntos altos. Por ejemplo, tras el inicio en el que suena la mítica canción de Luis Bacalov, la presentación del personaje central y el Dr. King Schultz es un ejemplo claro de cómo dar inicio a un film y que este agarre al espectador. A partir de ese instante tan poderoso y divertido —y en el que el brillante trabajo de Robert Richardson se hace notar por encima del resto— el film va cuesta abajo hasta un desenlace muy, muy loco y descabellado que parece salido de la peor serie B. ¿Intencionado? de acuerdo, pero a mí me aburre sobremanera. Por no hablar de esos latigazos al cine de Peckinpah, e incluso el giallo, mixtura sorprendente por audaz. Demasiado audaz, demasiada pose.

Las referencias al género de géneros son inumerables como cabría esperar, pero más allá de que el film pertenezca al género cinematográfico por excelencia, es sobre todo “un film de Tarantino” con todo lo que ello supone. Diálogos infinitos, verborrea a veces sobrante, y estallidos de violencia a veces justificados, a veces no. Me sobra por completo todo lo relacionado con los luchadores mandingo —aunque lleve el eco de cierto film olvidado de Richard Fleischer, y curiosamente no uno de los mejores del brillante director—, y una media hora final, donde hace acto de presencia el mismo Tarantino demostrando que lo suyo no es interpretar —aunque está muy lejos de la memez cometida en la infumable ‘Sukiyaki Western Django’ (id, Takashi Miike, 2007)— y que a mi juicio estropea toda la tensión acumulada en la parte de DiCaprio. De nuevo Tarantino haciendo films por bloques, pero esta vez el equilibrio no lo encuentra por ningún lado.

De la banda sonora, algo que el director cuida mucho en sus trabajos, mejor ni hablar; y no lo digo por las lógicas incursiones de temas de Bacalov o Ennio Morricone, así como un tema de la gloriosa banda sonora de Jerry Goldsmith para ‘Bajo el fuego’ (‘Under Fire’, Roger Spottiswoode, 1983), sino más bien por ciertos temas anacrónicos hasta decir basta, en cuya utilización queda patente una realidad bien clara: Quentin Tarantino hace la película que le viene en gana.

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