Críticas a la carta: 'Amor a quemarropa' de Tony Scott

Críticas a la carta: 'Amor a quemarropa' de Tony Scott

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Críticas a la carta: 'Amor a quemarropa' de Tony Scott

Cuando en esta capciosa sección de crítica a la carta, salió elegida ‘Amor a quemarropa’ (‘True Romance’, Tony Scott, 1993), servidor se alegró, dentro de lo poco sorpresivo de la petición, porque durante años consideró el film como el mejor de toda la irregular filmografía de su director. Pero una vez más me ha tocado revisar un film que hacía tiempo no veía y del que siempre he guardado excelente recuerdos, para comprobar que el inexorable paso del tiempo no perdona absolutamente nada. Pero que no cunda el pánico entre los sufridos lectores, que mi percepción del trabajo de Scott no lo pone ahora como uno de esos bodrios que me encanta despreciar. Simplemente no me parece la maravilla que creí ver con 23 años. El guión del tan admirado —no por un servidor— Quentin Tarantino fue cambiado de forma radical por Tony Scott, tanto que el director de ‘Pulp Fiction’ (id, 1994) reniega en cierto modo de este film, del mismo modo que reniega de ‘Asesinos natos’ (‘Natural Born Killers’, Olvier Stone, 1994).

La razón de este rechazo se encuentra en el hecho de que las historias de ambos films formaban en principio un guión único firmado por el propio Tarantino y su amigo Roger Avary —extraño y desconcertante guionista que también tiene una olvidable filmografía como director—. El mismo estaba construido a base de saltos en el tiempo, al estilo de su obra más conocida, influenciado, cómo no, por la poderosa película de Sergio Leone ‘Érase una vez en América’ (‘Once Upon a Time in America’, 1984). Tony Scott optó por realizar una historia siguiendo el orden cronológico de los acontecimientos. Curiosamente no puede evitar el carácter segmentario del mismo, tal vez su mayor defecto.

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‘Amor a quemarropa’ narra la drástica historia de amor entre Clarence Worley (Christian Slater) y Alabama Whitman (Patricia Arquette), el dependiente de una tienda de cómics, enganchado a las películas de artes marciales y ferviente admirador de Elvis Presley, y una prostituta que es contratada para alegrar el día de cumpleaños de Clarence. Lo que empieza como un encuentro pactado termina siendo una ardiente relación amorosa, que deja a su paso un montón de muertos. Así pues en la más pura tradición de su guionista, Tony Scott nos ofrece todo un festival de excesos, a veces muy controlados por sus actores, y otras no tanto. A pesar de que Scott rueda con un mínimo de eficacia —otro tema es el poco control que tiene sobre el montaje en determinados instantes, en los que se deja llevar por la euforia, confundiendo dinamismo con efectismo—, son sus actores, aunque no todos, los que sostienen un film cuya historia está poblada de momentos intensos, pero cuyo entramado dramático es prácticamente inexistente.

Así pues la película parece una oportunidad para que unos cuantos actores de mayor y menor valía se luzcan delante de la cámara, apoyados en la típica verborrea vacía de Quentin Tarantino, solventada en ocasiones por la experiencia de los intérpretes. De esta forma ‘Amor a quemarropa’ es un conjunto de set pieces con el numerito estrella del actor correspondiente. Christian Slater ser queda pequeño ante una de las sorpresas de la película, y que a día de hoy sigue conservando toda su frescura: Patricia Arquette. La hermana de Rosana Arquette compone una Alabama frágil, juguetona, inocente, sensible y con un carisma arrollador. Es imposible no sentir deseo, simpatía y cariño por ella, todo lo contrario que Clarence que parece un gilipollas con suerte. Aunque Slater era un actor muy de moda aquellos años, su interpretación es de las peores de la película y la química con Arquette es extrañamente intermitente.

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De su extenso y espectacular reparto, el primero en hacerse notar es Gary Oldman, un año después de convertirse en el vampiro más famoso de todos los tiempos a las órdenes de Francis Ford Coppola. Oldman da vida a Drexl, el chulo de Alabama y al que Clarence visita para dejar claro que su chica le pertenece sólo a él y a nadie más. Antes de que este tramo termine violentamente, como todos, Oldman hará gala de su camaleonismo, dando vida a un blanco con acento de negro, algo que se pierde en el lamentable doblaje. Val Kilmer es Elvis, aunque jamás se le enfoca con claridad, uno de los grandes aciertos del film, y un primerizo Brad Pitt hace de fumao bocazas. Bronson Pinchot, famoso en nuestro país por ‘Primos lejanos’ (‘Perfect Strangers’) exagera su patético personaje hasta límites insospechados, al igual que Chris Penn y Tom Sizemore.

Pero si ‘Amor a quemarropa’ posee un momento verdaderamente intenso y que demuestra la importancia de los actores, ése es sin duda el diálogo entre Christopher Walken y Dennis Hopper. Una secuencia en la que el Scott más inspirado se revela como un perfecto controlador del tempo narrativo y la planificación. En ella somos testigos además de lo alto que pueden llegar dos actores de la talla de Walken y Hopper, en un duelo interpretativo único de una precisión y entendimiento mutuo envidiables. Scott acierta en la elección del tema musical ‘Sous le dôme épais où le blanc jasmin’ de Léo Delibes, ya utilizado por Scott en ‘El ansia’ (‘The Hunger’, 1983), perfecto marco para la fascinante historia de los sicilianos y los negros que Worley (Hopper) narra con satisfacción con la única esperanza de una muerte rápida.

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A ratos entretenida, a ratos insufrible —sobre todo esa parte final, una ensalada de tiros mareante y confusa—, ‘Amor a quemarropa’ es una de esas películas que no resisten bien el paso del tiempo —en realidad los que cambiamos somos nosotros—. Con todo, supone uno de los mejores trabajos del mediocre Tony Scott, y evidencia el penoso guionista que es el sobrevalorado Tarantino, que con cuatro frases chulas ya se cree que tiene una historia.

Por favor, sean ustedes más certeros a la hora de pedir películas en esta sección. Sorpréndanme, que aún no se han acercado ni un poquito.

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