Críticas a la carta | '12 monos'

Críticas a la carta | '12 monos'
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“Ahí está la televisión. ¡Todo está ahí, justo ahí! Mira, escucha, arrodíllate, reza. ¡Anuncios! Hemos dejado se ser productivos. No hacemos cosas nunca más. Todo está automatizado. ¿Para qué servimos entonces? Somos consumidores. Sí. Compras un montón de cosas, eres un buen ciudadano. Pero si no compras un montón de cosas, si no lo haces, ¿qué eres entonces?, te pregunto. ¿Qué? Enfermo mental”.

Jeffrey Goines (Brad Pitt)

Con la firma intención de convertir esta sección en algo semanal, aquí estamos con una nueva entrega de “críticas a la carta”. Lo hacemos con una película extraña, siniestra, turbadora, arriesgada, romántica… ‘12 monos’ (‘12 Monkeys’, 1995) es uno de esos milagros que de vez en cuando surgen en la casi siempre cobarde y conservadora industria norteamericana, un auténtico título de culto que contra todos los pronósticos fue un éxito de taquilla (recaudó más de 160 millones de dólares en todo el mundo). Y ello gracias especialmente al ingenio, el coraje y la pasión de un cineasta como Terry Gilliam, uno de esos profesionales que enseguida son etiquetados como “visionarios” (cuando en realidad desean decir “bichos raros”) por el mismo sistema que lo intenta coartar, transformar, reducir a un mero pelele sin personalidad que se limite a acatar las órdenes de los que ponen el dinero, que se limite a cumplir con una fórmula de éxito ya probada sin rechistar, sin ocasionar problemas de ninguna clase. Mientras que otros como Tim Burton pasan por el aro, y son calificados de genios hagan lo que hagan, Gilliam prefiere mantener la coherencia, aun a riesgo de hacer menos cine del que le (y nos) gustaría.

Parece ser que el nacimiento de ‘12 monos’ se debe al productor Robert Kosberg, quien fascinado por el cortometraje ‘La Jetée’ (1962) de Chris Marker, consiguió que Universal Pictures adquiriera los derechos para convertir la obra en un largometraje. El estudio puso a David y Janet Peoples (el primero había escrito la célebre adaptación de ‘Blade Runner’) a trabajar en el guion, que acabaría en manos de Terry Gilliam tanto por la temática fantástica de la historia como por el deseo de repetir la estética de ‘Brazil’ (1985). Curiosamente, tras sus conocidos conflictos sobre el montaje de sus películas (llegó a amenazar con quemar los negativos de ‘Time Bandits’, aquí titulada ‘Los viajeros del tiempo’), el director conservó el derecho a tener la última palabra sobre el metraje definitivo (el “final cut”), quizá porque su anterior trabajo, ‘El rey pescador’ (‘The Fisher King’, 1991), había resultado muy rentable (recaudó el doble de lo que costó), y por la escasa confianza del estudio en lo que habían comprado, suponiendo que las pérdidas no serían tan graves con un presupuesto de apenas 30 millones (ridículo en Hollywood). Para ello contaban con una estrella, Bruce Willis, y otra a punto de serlo, Brad Pitt, en unos papeles que Gilliam quiso dar a Nick Nolte y Jeff Bridges. El casting fue un gran acierto, y los dos intérpretes contribuyeron a convertir ‘12 monos’ en un triunfo para su director.

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La trama de ‘12 monos’ es prácticamente idéntica a la de ‘La Jetée’ (podéis ver esta joya pinchando aquí). Nos encontramos en un mundo devastado, post-apocalíptico, con los supervivientes viviendo bajo tierra; en la pieza de Marker la causa era una tercera guerra mundial, mientras que en la película de Gilliam se trata de un virus letal fabricado por una organización terrorista llamada “El ejército de los 12 monos” (un nombre sacado de un pasaje de la novela ‘El mago de Oz’ de L. Frank Baum). En esta sociedad subterránea del futuro, del año 2035, los prisioneros son tomados como conejillos de Indias, “voluntarios” forzados, con la promesa del perdón de sus condenas, en una serie de misiones y experimentos cuyo objetivo es descubrir la composición del virus que prácticamente ha acabado con la humanidad, para así poder encontrar una cura y volver a la superficie, que ha vuelto a ser un territorio salvaje poblado únicamente por animales. El experimento más importante consiste en elegir a un “voluntario”, fuerte, con buena memoria, y enviarlo al pasado, a una fecha anterior al desastre, ocurrido entre 1996 y 1997, pero solo para recoger pruebas, pues parten de la idea de que es imposible variar lo que ya ha ocurrido.

La cobaya humana de los científicos del futuro es James Cole (Bruce Willis), pero el viaje en el tiempo no está perfeccionado del todo y su primera visita al pasado sucede en 1990, demasiado pronto. Por supuesto, al contar su historia es tomado por un loco y enviado a un hospital psiquiátrico. Allí conoce al desequilibrado Jeffrey Goines (Brad Pitt), un interno que le expone sus ideas sobre la locura y la sociedad, y a la doctora Kathryn Railly (Madeleine Stowe), la única que parece querer ayudarle, aunque no pueda creer ni una sola palabra sobre la plaga del futuro. Por fortuna para James, es devuelto a su presente, donde se sienten decepcionados por el fracaso de la misión (siempre es más fácil enviar a alguien y criticarlo, que hacerlo uno mismo); sin embargo, al mostrarle fotos relacionadas con “los doce monos”, reconoce el chiflado rostro de Jeffrey. Y de vuelta al pasado. Tras una breve parada en unas trincheras, donde resulta herido, James llega a 1996 y encuentra a Kathryn, a la que obliga a llevarle en coche hasta Filadelfia, la ciudad donde ocurrirá todo. Allí volverá a ver a Jeffrey, ahora trajeado durante una fiesta organizada por su influyente padre (Christopher Plummer), quien revela que la idea de diseñar un virus asesino fue de James, durante su estancia en el manicomio. ¿Es eso posible, fue él quien originó el desastre?

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La pregunta contribuye a desestabilizar la mente del protagonista, que cada vez que viaja a los 90 es considerado un simple loco, alguien que ha construido un mundo de fantasía para esquivar la amargura de su existencia. ¿Viajes temporales?, ¿un ejército de monos?, ¿él convertido en un héroe que debe salvar a la humanidad? No puede ser verdad. Pero lo es, como descubrirá la psiquiatra interpretada por Stowe, tras el episodio del niño escondido en el granero o la bala en la pierna de James, que encaja con una fotografía de la I Guerra Mundial. Es quizá éste uno de los errores del guion de ‘12 monos’, no haber jugado más con la posibilidad de que efectivamente el protagonista estuviera delirando, en lugar de presentarnos desde el mismo principio que su versión de los hechos es la correcta. Lo que es un rotundo acierto es la manera en la que se van revelando detalles antes de que ocurran, cuando todavía no tienen sentido, o al menos no del todo, quedando el espectador en la misma situación que el protagonista, descubriendo al mismo tiempo que él que todo sigue su curso, que sus acciones lejos de alterar el pasado que desea evitar, parecen estar formándolo. En este sentido, es demoledor el momento en el cine (donde no por casualidad se proyecta ‘Vértigo’) donde aparece la Kathryn rubia que había visto en sueños. Ya solo falta el aeropuerto, los disparos, y el crío que lo ve todo…

Como parte de la fuerza de ‘12 monos’ reside en las sorpresas (en especial si uno no ha visto antes ‘La Jetée’), no se disfruta tanto la película en posteriores visionados, quedando en evidencia las costuras del guion para que la historia tenga un desarrollo cíclico (no parece lógico querer huir en avión en las circunstancias en las que se encuentran, o que James acepte la pistola sin darse cuenta de lo que eso supone), revelándose una estructura demasiado esquemática, con algunas soluciones repetitivas y aclaraciones que podrían haberse evitado (sobran las averiguaciones de Kathryn o recalcar lo majara que está Jeffrey); se entiende que todo forma parte de un plan para trasladar al espectador el mundo de pesadilla que sufre el protagonista, pero se resiente el ritmo de la película y cuesta seguirla con el máximo interés durante sus dos horas de metraje, algo que suele ser habitual en el cine de Gilliam, poco dado a la síntesis, enamorado de lo grotesco y lo caótico, de la ruina y la exageración, de la ironía y la locura, de los sueños imposibles. Lo que se mantiene intacto, y se puede disfrutar siempre que se vea la película, es el sensacional trabajo de ambientación, de dirección artística y fotografía (aunque ‘Brazil’ es superior en este aspecto), así como las estupendas interpretaciones de un elenco en el que destacan unos formidables Willis y Pitt, este último nominado por primera vez a un Oscar.

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“Oh, ¿no sería genial si yo estuviera loco? Entonces el mundo estaría bien”.

James Cole (Bruce Willis)

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