Cómic en cine: 'Camino a la perdición', de Sam Mendes

Cómic en cine: 'Camino a la perdición', de Sam Mendes
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Siempre atentos a la posibilidad de poder ampliar su mercado editorial, los grandes nombres del cómic estadounidense no han ahorrado esfuerzos a lo largo de las décadas para, en un momento dado, arriesgar con nuevas líneas de publicación con las que atraer a potenciales lectores que, a priori, no se sintieran aludidos por el tebeo de superhéroes. Y aunque los movimientos de Marvel en este sentido hayan sido limitados, no podríamos afirmar lo mismo de DC, una casa que a principios de los noventa, y para eludir el Comics Code, paría a ese sello llamado Vertigo que tantas alegrías nos ha dado a los lectores desde entonces.

Hogar de algunas de las mejores series que la Distinguida Competencia ha editado a lo largo de los veinte últimos años, el éxito de cabeceras como 'Predicador', '100 Balas', 'Fábulas', 'American Vampire', 'Y, el último hombre' o, por supuesto, 'Sandman', ha ido propiciando en estos cuatro lustros que la editorial intentara impulsar otros proyectos que, desafortunadamente, han fallado en encontrar la continuidad de la vertiente "adulta" de la empresa. En uno de esos proyectos, llamado Paradox Press, es donde aparecía allá por 1998 la novela gráfica que Sam Mendes convertiría, cuatro años más tarde, en su Obra Maestra indiscutible.

'Camino a la perdición', la novela gráfica

Camino a la perdicion comic

Antiguo escritor de las tiras de prensa de 'Dick Tracy' y de un buen puñado de novelas históricas de crímenes, Max Allan Collins se había fogueado de forma más que satisfactoria en el mundo que describe en 'Camino a la perdición' —una traducción del original 'Road to Perdition' que debería haber pedido el "la" para ajustarse mejor al título anglosajón— cuando decidió unir esfuerzos con Richard Pyers Rayner para concretar las casi trescientas páginas que narran la odisea de Michael O'Sullivan y su hijo mientras recorren la América de la depresión en busca de venganza.

Tejida de tal manera que la verosimilitud de lo que narra es incuestionable, 'Camino a la perdición' sirve además como homenaje nada velado, confesado sin arredros en más de una ocasión por el autor, a 'Lobo solitario y su cachorro', esa obra maestra del manga firmada por Kazuo Koike y Goseki Kojima, y el viaje —un viaje que se compone de muchos, y que es iniciático, de redención, de venganza y de descubrimiento— de los dos Michael por territorio estadounidense evoca en no pocas ocasiones a aquel en el que se ven inmersos el ronin imaginado por los autores nipones y su vástago de tres años.

Continuada tras la adaptación cinematográfica con tres pequeñas secuelas destinadas a abundar en detalles sobre lo que el título original narraba —y sobre las que cabe llamar la atención por lo espectacular del trabajo gráfico de nuestro compatriota José Luis García-López— huelga decir que 'Camino a la perdición' es una lectura obligatoria que trasciende las fronteras de ese país que habitamos aquellos que podríamos considerarnos amantes del noveno arte para intentar —y conseguir— aludir a un público mucho más amplio y menos inclinado a asomarse a la página aviñetada.

'Camino a la perdición', una obra maestra

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Desde el punto de vista de la atmósfera, el paisaje que dibuja 'Camino a la perdición' es un violento y magnífico lienzo en el que contar la mítica historia de un padre y un hijo en el último período sin ley de la historia de los Estados Unidos. Sam Mendes

Por más que sea de esas afirmaciones que uno suele guardarse para el último párrafo, ofreciendo así un brindis al sol de esos que tan bien quedan como conclusión de una entrada, el afirmar que 'Camino a la perdición' ('Road to Perdition', Sam Mendes, 2002) es una Obra Maestra del séptimo arte y, sin lugar a dudas, la mejor cinta de cuantas ha rodado su director hasta la fecha es una compulsión irrefrenable que, de forma inconsciente, ya se me ha colado en los dos párrafos introductorios y que habla, mucho y de forma directa, del asombroso nivel de genialidad cinematográfica que podemos encontrar en dos horas sublimes.

Tras ese oscarizado y soberbio debut que fue 'American Beauty' (id, 1999), Sam Mendes le tiró los tejos a otros filmes como 'Una mente maravillosa' ('A Beautiful Mind', Ron Howard, 2001) o 'Atando cabos' ('The Shipping News', Lasse Hallström, 2001) que finalmente fueron a caer en manos diferentes a las suyas ya que Dreamworks, la misma productora detrás del éxito de ese mordaz y caústico análisis de la sociedad estadounidense que fue la cinta protagonizada por Kevin Spacey, puso a su disposición el tratamiento inicial que se le había dado a la adaptación de la novela gráfica.

Camino a la perdicion 2

Cautivado inmediatamente por la "simpleza de su narrativa y la complejidad de su temática", Mendes no titubeó mucho antes de firmar por la que sería su segunda producción y, como decía, aquella en la que el talento y la asombrosa sensibilidad cinematográfica que el cineasta británico ha demostrado, si bien de forma intermitente, en posteriores empresas, ha encontrado mejor y máximo exponente. Un talento que en 'Camino a la perdición' se expone de muy diversas formas pero que, a todas luces, trasluce en cada fotograma de un filme visualmente perfecto.

Una perfección que, en conjunción con la espectacular fotografía de Conrad Hall —en el que fue el último trabajo del veterano cinematógrafo— y el no menos superlativo trabajo de Jill Bylcock en las labores de edición, encuentra numerosas estaciones a lo largo del metraje en las que poder detener nuestra mirada para deleitarnos con su indudable belleza plástica y en las que Mendes da sobradas muestras de ser un virtuoso del tempo narrativo, del manejo de las argumentaciones correspondientes a encuadres y angulaciones y de la planificación de una secuencia.

En virtud de esas competencias, encontramos a lo largo del camino hacia Perdición desde fugaces planos o momentos que no duran más que segundos hasta completos pasajes que ostentan una calidad superlativa y unas cualidades que ayudan, cómo no, en lo que de magistral podemos encontrar aquí. Y todas ellas pasan por hacerse fuerte en la cualidad que mejor desarrolla Mendes en este filme y que después seguirá explorando en 'Revolutionary Road' (id, 2008): el uso del sonido, y la ausencia del mismo, como trampolín desde el que la imagen sirva como principal elemento transmisor de mensaje.

La elocuencia de la ausencia sonora

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Conjugada con la partitura de un Thomas Newman que nunca ha sido santo de mi devoción pero que aquí está insuperable, la fuerza de los diversos mensajes que la ausencia puntual del sonido consigue transmitir se da cita aquí con una impresionante capacidad de Mendes para plantear puntuales secuencias en las que se prescinde de forma consciente de los diálogos para reforzar la búsqueda de la "simpleza no verbalizada" que al cineasta tanto le atraía de cintas como 'Érase una vez en América' ('Once Upon a Time in America', Sergio Leone, 1984) o 'Dos hombres y un destino' ('Butch Cassidy and the Sundance Kid', George Roy Hill, 1973).

En un discurso u otro, 'Camino a la perdición' nos ofrece, como decía antes, ejemplos mil que Mendes logra cargar de significado. Y aquí habría mucho que apuntar, desde el plano de la bicicleta de Michael tirada en la nieve que tantas resonancias guarda para con el trineo de Charles Foster Kane hasta la doble presentación del personaje de Jude Law —inexistente en el cómic—, primero con ese inquietante travelling invertido —cámara hacia atrás, zoom hacia delante— que tanto homenajea a Hitchcock o Kubrick, después con el paseo lateral por el sepelio y el gesto impasivo del asesino/fotógrafo encarnado por el actor inglés.

A esos puntuales ejemplos —los primeros que han acudido a mi memoria— se unen aquellos que más han sido celebrados en los innumerables análisis que se han hecho de la cinta: el momento en que Tom Hanks y Paul Newman se sientan al piano, una secuencia que, jugando con mostrar esa sonrisa cargada de significado de Daniel Craig, habla a la perfección de la relación paterno-filial entre ambos personajes y, por supuesto, la secuencia continuada en la que "el Ángel de la Muerte" se cobra su cruenta venganza. Imposible describir la belleza de ésta última. Aquí os la dejo:

Actores en estado de gracia

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Ahora bien, como siempre suelo afirmar, de poco o nada valdrían los muchos esfuerzos de Mendes y el talento visual que el cineasta demuestra si 'Camino a la perdición' no hubiera contado con un reparto a la altura capaz de captar la complejidad de las emociones que se ponen en juego, asimilarlas hasta llegar a hacerlas suyas y transmitirlas de tal manera que el público las termine creyendo a pie juntillas. Y si aquí no podríamos olvidar ni a Craig, lo breve de Cyaran Hinds o Stanley Tucci o el descubrimiento que supuso el joven Tyler Hoechlin, es en Law, Hanks y Newman donde más se apoya la cinta.

Desagradable, como decía, desde su presentación, la inclusión del personaje de Law como constante amenaza que persigue a los Sullivan es uno de esos afortunados cambios con respecto a la novela gráfica que agradecer a las mentes creativas de la cinta, ya que proporciona un empaque al avance de la trama al que las páginas de Collins no llegaban a tener pleno acceso. Ahora bien, si la labor de Law es merecedora de efusivos elogios, lo que Hanks y Newman ponen aquí en jaque juega directamente en otra liga, una de la que ambos son miembros selectos.

Y si por separado ambos dan sobradas muestras de esa categoría superlativa en la que se sientan o siempre estarán sentados, en el caso de Newman, y muchos y muy grandes momentos hay que refrendan esta afirmación —de Oscar tendría que haber sido la reprimenda de Newman a Craig—, es en las escenas compartidas donde los dos dan lo mejor de sí mismos: y si atención especial merecía antes la citada secuencia del piano, no podemos olvidar aquí la conversación en los sótanos de la iglesia y la honda carga de sentimientos que la misma conlleva.

Podríamos seguir, y podríamos hacerlo durante algunos párrafos más, desgranando las mil y una virtudes de 'Camino a la perdición', pero ninguna afirmación de las muchas que quedarían por plasmar serviría para evitar redundar en la categórica calificación otorgada al filme de Mendes y en todo lo que ya se ha comentado sobre él, y sólo resta lamentar el olvido por parte de la Academia de una de las tres mejores cintas que se estrenaron en 2002 —muy por delante de 'Chicago' (id, Rob Marshall), la galardonada con el Oscar—...para que luego se diga por ahí que hay que prestar atención a estos premios sin sentido.

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