Cine en el salón. 'Lifeforce', ¿vampiros espaciales? ¿en serio?

Cine en el salón. 'Lifeforce', ¿vampiros espaciales? ¿en serio?
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Su eslógan publicitario lo dejaba muy claro: "El evento cinematográfico de ciencia ficción de la década", ahí es nada. Las intenciones de Golan y Globus tampoco arrojaban sombra de duda, pretendiendo los productores conseguir para su compañía un éxito similar al que 'La guerra de las galaxias' ('Star wars', George Lucas, 1977) había logrado la década anterior. Pero, como pasaría una y otra vez con todo lo que puso en pie durante los ochenta —y no fue poco—, la Cannon se dejaba llevar por sus descomunales ínfulas, dando como resultado un filme de dispares resultados que, una vez más, demostraba el extraño y ecléctico gusto de los primos israelíes.

Éstos, habían descubierto en 1983 una novelucha de ciencia ficción llamada 'Los vampiros del espacio', un libro escrito por el británico Colin Wilson en 1976. Wilson era un autor que sirvió de vehículo para popularizar la corriente existencialista en Inglaterra gracias al éxito que veinte años antes había conseguido con 'The outsider', ensayo en el que analizaba la figura del marginado en obras seminales de Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway o Hermann Hesse entre otros. Pero 'Los vampiros del espacio' nada tenía que ver con su prematuro éxito —sólo contaba con 24 años cuando se publicó— y el libro no fue muy bien acogido por la crítica, otro indicativo más de que los responsables de la Cannon no tenían muy claro el concepto de calidad.

Lifeforce 1

Sea como fuere, con el plan de negocios de la compañía perfectamente afianzado —la Cannon fue una de las primeras productoras que vendía derechos de distribución a nivel mundial antes incluso de haber empezado a rodar— y el optimismo que de ello se derivaba, Golam y Globus se hicieron con los derechos de la novela y, tras barajar varios nombres de cara a la realización del filme, optaron por firmar un acuerdo de colaboración para tres producciones con Tobe Hooper. Éste, que acababa de salir esquilmado de sus encontronazos con Spielberg en 'Poltergeist' (id, 1982) era visto por los productores como el artífice directo del éxito que consiguió el filme de terror. Un error que el cineasta se encargaría de demostrar con creces en los tres títulos que filmaría bajo el amparo de la Cannon.

Pero seamos justos. Si, como veremos, Hooper tocaba fondo con 'Invasores de Marte' ('Invaders from Mars', 1986) y, de nuevo, con el equivocado tono cómico de 'La matanza de Texas 2' ('The Texas chainsaw massacre 2', 1986), en 'Lifeforce' todavía asoman algunos de los ramalazos de talento que el cineasta había demostrado poseer con 'La matanza de Texas' ('The Texas chainsaw massacre', 1974). Y si no incluyo aquí a 'Poltergeist' es porque siempre he formado parte de ese nutrido grupo que opina que la grandeza de la cinta se debe a la mucha mano que metió a Spielberg y a lo poco que éste dejo hacer a Hooper.

Lifeforce 2

Cambiando el título de 'Los vampiros del espacio' a 'Lifeforce' para que la cinta no fuera inmediatamente asociada con cualquiera de sus filmes exploitation, la Cannon invertiría en el filme la nada desdeñable cifra de 25 millones de dólares —tengamos en cuenta, por ejemplo, que tan sólo un año antes, 'Indiana Jones y el templo maldito' ('Indiana Jones and the temple of doom', Steven Spielberg, 1984) había contado con un presupuesto de 28 millones—, contratando a Dan O'Bannon, co-guionista de 'Alien, el 8º pasajero' ('Alien', Ridley Scott, 1979) para que adaptara el libro de Wilson. El tratamiento de O'Bannon, ayudado por otras seis manos, terminaría introduciendo considerables cambios en la novela —todo el final es completamente diferente al del libro— provocando que el escritor la criticara duramente en el momento de su estreno.

Para aquellos que nunca se han acercado al filme, sirvan las siguientes breves líneas de sinopsis para poder justificar los comentarios que iré vertiendo sobre la cinta a continuación: con el Halley en la parte visible de su trayectoria, una nave espacial británica encuentra un objeto de dimensiones imposibles —de 240 kilómetros de largo— en la cola del cometa. Al explorarla, encuentran unos sarcófagos que contienen a una mujer y dos hombres en hibernación que los astronautas trasladarán a su nave. Treinta días después, en órbita sobre la Tierra, se descubrirá que toda la tripulación de la Churchill ha fallecido en un terrible incendio que, curiosamente no ha afectado a los humanoides. Trasladados a Londres, el despertar de los mismos desencadenará una ola de muerte y destrucción.

Lifeforce 3

Como decía, 'Lifeforce' no es un error de principio a fin, al menos no en lo que a dirección respecta, algo que no se puede decir de innumerables filmes de la Cannon: demostrando buen pulso narrativo en la práctica totalidad de su desarrollo, cuestión a parte es su alocado final, Hooper consigue, en conjunción con el correcto hacer del equipo de efectos visuales liderado por el legendario John Dykstra —con el que volvería a colaborar en 'Invasores de Marte'—, plantear una cinta interesante desde el punto de vista visual, con aciertos varios que van desde las primeras secuencias, con el descubrimiento de la nave, hasta esos flashbacks que nos devuelven a la monumental elipsis inicial para desvelarnos lo que sucedió en la Churchill.

Ahora bien, los pocos aciertos que podemos encontrar en la realización, son tocados y hundidos tanto por el clímax de la acción como por el penoso montaje que se hizo del material rodado por Hooper, dando el trabajo de John Groover una nueva dimensión al término elipsis, algo que resulta especialmente doloroso en la secuencia en la que se explora la nave, resuelta toda ella a base de bruscos saltos en la acción que hacen de su visionado una experiencia como poco incómoda. En lo que al final respecta, el salto al vacío de O`Bannon y compañía por un lado y de Hooper por el otro resulta inexpicable, convirtiendo el último cuarto de hora en un festival sin coherencia de "zombis" que corren sin rumbo por las calles de Londres.

Con los pechos de Mathilda May acaparando todo el protagonismo en el terreno interpretativo; la regularidad caracterizando al resto de sus compañeros de reparto —de lado dejaremos, por no hacer sangre, las absurdas muecas de Aubrey Morris— por un lado; y la extraña partitura de Henry Mancini, que sorprende tanto por la fuerza del tema principal como por lo inane del resto de la banda sonora, las sensaciones últimas que deja 'Lifeforce' son la de haber asistido a un espectáculo grandilocuente y moderadamente vacío de contenido que, como tantas otras producciones de la Cannon, no lleva a ninguna parte.

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