Ciencia-ficción: 'El planeta salvaje', de René Laloux

Ciencia-ficción: 'El planeta salvaje', de René Laloux

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Ciencia-ficción: 'El planeta salvaje', de René Laloux

Poder señalar de forma precisa lo que de fascinante hay —y hay en abundancia— en 'El planeta salvaje' ('Le Planéte Sauvage', René Laloux, 1973) no es tarea sencilla. Filme de culto de la ciencia-ficción de los años setenta y sorprendente ganadora del Premio Especial del Jurado en la edición del Festival de Cannes del año de su estreno, sí que es relativamente fácil inferir que el funcionamiento de esta extraña y surrealista producción cinematográfica se debe a la suma de unas partes que, analizadas por sí solas, no hubieran venido en poder ser consideradas en los mismos términos que el todo.

No está en nuestra voluntad el hacerlo, pero no deja de ser cierto que, de así quererlo, la consideración separada de aspectos como la animación, la música o los diseños de todo lo que vemos pasearse por delante de nuestra mirada durante el breve pero intenso metraje de que se compone 'El planeta salvaje' nos devolvería una serie de conclusiones que se alejarían con mayor o menor intensidad de lo que puede ofrecer una mirada global a una cinta que, jugando dentro de los parámetros de la ciencia-ficción más lisérgica, no es capaz de ocultar su voluntad aleccionadora ni esconder las diversas reflexiones que de ella dimanan.

Una posición incómoda

El planeta salvaje 1

'El planeta salvaje' parte de colocar al público en una postura nada cómoda para luego, llevándolo a través de una sucesión de escenas que componen un metraje algo episódico, ir instilando ciertos mensajes que, aunque muy trillados dentro de los límites del género, se quedan lejos de perder la fuerza con la que René Laloux los trata. Así, la cinta arranca con una mujer que lleva a un niño en brazos y que corre despavorida huyendo de una amenaza en principio desconocida que resulta ser una mano gigante azul perteneciente a un Draag, una criatura alienígena de enorme tamaño.

Situada pues en el planeta de esta raza fantástica, la propuesta de 'El planeta salvaje' pasa inicialmente por que el espectador acepte la transgresión de roles de una cinta "normal": aquí los humanos somos los seres extraños, los animales, las mascotas a las que educar y con las que pasar el rato jugueteando o, en última instancia, las hormigas que pueden ser —y serán— exterminadas sin mayor remordimiento si llegan a convertirse en algo más que una pequeña molestia.

Bajo este planteamiento, las simpatías del espectador deberían haberse inclinado claramente en favor del personaje de Terr, el humano —el Om según la denominación que utilizan los Draagianos— que servirá de hilo conductor y voz en off de la narración, pero el tratamiento que Laloux y Roland Topor hacen de la historia original firmada por Stefan Wul consigue que nuestras empatías vayan por igual hacia unos y otros, llegando a identificarnos tanto con los sufridos humanos como con aquellos seres gigantes que no son más que una versión algo mutada de los que habitamos el planeta Tierra.

Con estos herrajes de partida, Laloux y Topor construyen una historia de narrativa bastante simple y directa en la que se tratan temas de imperecedera actualidad como la relación del hombre con la naturaleza y cómo sentimos que éste planeta que nos acoge es nuestro para hacer con él aquello que se nos antoje o, en un sentido más sociológico, la manera en que el choque de dos culturas diferentes sólo puede acabar en uno de dos extremos: o bien ambas están condenadas a terminar entendiéndose o, en el extremo opuesto, a aniquilarse mutuamente.

'El planeta salvaje', visualmente fascinante

El planeta salvaje 2

A lo efectivo del tratamiento de la historia —que, como decía, conjuga a la perfección la simpleza narrativa con la fuerza de sus mensajes— se añade una capa que es la que podría parecer que complejiza la lectura de 'El planeta salvaje' cuando en realidad se establece en una esfera paralela que discurre por senderos que no tienen porque coincidir de forma plena con lo que la trama va desgranando. Dicha capa, la visual, queda caracterizada en primera instancia por el tratamiento que Laloux decidió dar a la animación, convirtiendo a su producción en una rareza impresionante.

Utilizando una técnica similar a la que veremos años después en 'South Park' —y que viene en llamarse animación 'cut-out'—, el talante de stop-motion que ésta confiere al aspecto de la cinta se complementa con lo surrealista, psicodélico y, lo decía antes, lisérgico, de la totalidad de los diseños que conforman aquello que nos ofrece el filme y que parecen sacados de cualquier pesadilla de Dalí —en no pocos momentos parece que estamos viendo una variación de 'La persistencia de la memoria'— o El Bosco, pasados ambos por el tamiz del cómic de género de aquellos años.

Con la revista 'Heavy Metal' como mejor ejemplo de ésta última vertiente de la imagen, con un diseño de criaturas alucinante y con una banda sonora ecléctica que refleja a la perfección los gustos de la época —y supone, a la postre, el elemento más demodé del filme— las categorías de filme de culto y cita imprescindible de la ciencia-ficción de los setenta quedan más que justificadas con una cinta que, alejada por completo de lo que hoy entendemos por cine de animación, es una asombrosa propuesta a descubrir por aquellos que nunca se hayan atrevido a acercarse a ella.

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