'Cautivos', condenados

'Cautivos', condenados

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'Cautivos', condenados

Si en ‘Condenados’ (‘Devil’s Knot’, Atom Egoyan, 2013) toda la película giraba en torno al caso, real, de tres niños desaparecidos, más tarde asesinados, en ‘Cautivos’ (‘The Captive’, 2013), regreso de Egoyan a Canadá, toda la trama gira en torno al secuestro de una niña pequeña, y la posterior investigación durante ocho años, poniendo en jaque a un departamento de la policía que investiga crímenes de pedófilos, y sobre todo a los padres de la niña. Un thriller dramático en la misma línea, aunque igual de decepcionante.

Ryan Reynolds, como el afectado padre de la niña secuestrada, y Rosario Dawson, como la policía encargada de los terribles crímenes que cometen los pedófilos, son las dos bazas interpretativas del film, con una extensa galería de secundarios, para los que Egoyan echa mano de actores con los que ya ha trabajado, caso de Bruce Greenwood –actor capaz de meterse en la piel de un buenazo o del mayor cabrón bajo la estrellas−o Kevin Dunrad, todos con personajes con posibilidades, pero perdidos en trazos gruesos.

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Llaman poderosamente la atención en la película dos elementos, uno la fotografía de un habitual Paul Sorossy, y el otro, la narración a base de saltos en el tiempo. Ambos provocan cierto distanciamiento de lo narrado, cierta frialdad, que lejos de jugar a favor de un film que no emite juicios morales sobre las posibles atrocidades de sus “villanos”, confunde más de la cuenta, logrando la mayor de las indiferencias. Navegando entre el thriller y la denuncia social, ni una ni otra cosa termina de resultar convincente, por mucho que Reynolds, que carga con buena parte del film sobre sus espaldas, se entregue a su rol mucho más que otras veces, ofreciendo aquí una de sus mejores interpretaciones y así no permanecer su labor a las órdenes de Rodrigo Cortés como un oasis en su filmografía.

A medio camino

‘Cautivos’ no termina de desarrollar ninguno de sus planteamientos debido a esa frialdad, a esa falta de vísceras, muy presente en el anterior trabajo de su director. No hay interés en la parte de thriller, por cierto resuelto de forma poco creíble, y no hay drama, más allá del papel, provocado por “ese pequeño club” que tiene aficiones que harían retorcerse a cualquiera con un mínimo de humanidad. Para colmo la narración, a base de saltos, sin orden ni criterio, alejan al espectador en lugar de incomodarlo o provocar su inquietud. Es una película que comienza harto interesante y concluye en el olvido.

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Egoyan se arriesga al cambiar cada dos por tres el punto de vista en la película, llegando a ofrecer como mínimo tres diferentes, intercalados a diestro y siniestro, sin que ninguno termine de seducir, incluso aportar. El viaje emocional de Matthew (Reynolds), en su búsqueda de la verdad está lleno de momentos tan desconcertantes como el de los árboles colocados en forma de pista a seguir; y la parte de thriller con personajes tan poco matizados como el de Nicole (Dawson) o el de Jeffreey (Scott Speedman), policía experimentado pero metiendo la pata cada dos por tres y viendo culpables donde no los hay.

Si Egoyan no mete el dedo en la llaga en el minado matrimonio que pierde a su hija por culpa de un despiste del marido –detalle éste muy mal explicado−, cuando realmente se pone interesante en la relación entre uno de los secuestradores y la víctima, ya acostumbrada a su rol en una “empresa” más grande de lo que se sugiere, decide esquivar la polémica, sin mojarse ni lo más mínimo, concluyendo esa parte, que evoca a una de las últimas películas de William Wyler, por caminos del thiller más trillado. Una decepción que sólo se aguanta por sus actores.

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