'Calvary', el perdón

'Calvary', el perdón
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Con algo de retraso, temporal se entiende, nos ha llegado la segunda película del irlandés John Michael McDonagh, que junto a su hermano, Martin McDonagh, conforma parte de lo más interesante de los nuevos cineastas británicos. Films como ‘El irlandés’ (‘The Guard’, 2011), de John Michael, o ‘Escondidos en brujas’ (‘In Brugues’, 2008) y ‘Siete psicópatas’ (‘Seven Psychopaths’, 2012), de Martin, son buena prueba de ello, aunque luego la penosa distribución de nuestro país parezca relegarlas al olvido. ‘Calvary’ al menos está teniendo cierto eco en la red, debido a lo buena que es.

Efectivamente me sumo a esa opinión, más o menos generalizada, algunos más entusiasmados que otros, pero todos de acuerdo en lo poderoso que emana de un film que habla sobre el ser humano, la religión, la fe, los abandonos, los traumas de la infancia y demás desgracias personales, a partir de un hecho terrible: el abuso sexual de menores por parte de los llamados representantes de Dios en la tierra, a mi parecer el cargo más presuntuoso, por falso, que puede ejercer un ser humano. Milagrosamente McDonagh no emite juicios morales de ningún tipo.

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(From here to the end, Spoilers? ‘Calvary’ da comienzo con una confesión. No es un pecado cometido, es uno que se va a cometer. El primer plano de Brendan Gleeson, en la piel del cura, es todo lo que vemos mientras escuchamos una revelación espeluznante de una voz masculina que comienza con la frase “probé el semen por primera vez a los siete años”. A partir de ahí, una promesa, la de hacer pagar a un inocente, el propio cura, las vejaciones sufridas durante siete años. Pagar con la misma moneda. Inocencia por inocencia, vida destruida con vida arrancada.

Ese bien menospreciado

El silencio, resaltado con la bella música de Patrick Cassidy o esos paisajes que casi parecen celestiales por la paz que desprenden, baña el resto del film, en el que James (Gleeson) intentará adivinar quién le ha hecho dicha amenaza, a cumplir en una semana, al mismo tiempo que el espectador. Pero la sorpresa del relato no está en adivinar quién cometerá tan cobarde, cínico, el mayor mal para el padre James, y terrible acto, sino comprobar como los seres humanos podemos ser odiosos al rechazar y despreciar a alguien sólo por su forma de pensar. McDonagh logra una especie de milagro, no resultar dogmático.

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Esa especie de no posición en contra de la Iglesia resulta sorprendente, por cuanto sería terriblemente fácil caer en ello, pero además el director logra también no condenar los actos de los “ateos”, que casi siempre cuentan chistes a costa del párroco, o se burlan de la fe con enorme facilidad. Uno puede llegar a entender ambas formas de pensar, y actuar, en un film con un guión casi milimétrico y una puesta en escena que combina un paisaje celestial con la dureza, sarcasmo, cinismo y demás miserias humanas en los primeros planos de sus personajes. Cada rostro es un mundo, cada pecado un asunto sin resolver, una carga que llevar hasta la muerte en un lugar en el que todos deben convivir, sufrir, y morir.

‘Calvary’ también habla sobre la responsabilidad, sobre el hecho de no huir y enfrentarse a la adversidad más terrible. En el pequeño pueblecito irlandés se repite la historia de hace más de 2.000 años. Un inocente pagará por los pecados de otros, mientras el bien más menospreciado, según palabras del propio cura, el perdón, tendrá posibilidades de supervivencia en un encadenado final de imágenes mostrando a todos los “pecadores” hacia ese posible camino de entendimiento. Un subrayado final que quizá resta algún punto, y que puede verse como el contrapeso perfecto a la contundencia y nada tendenciosa escena en la playa, la cual quita la respiración.

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