'Cabaret', la música como refugio frente a la violencia

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¡No seas tan británico! -Sally Bowles

Decía Francis Ford Coppola, no recuerdo ahora mismo cuándo ni dónde, aunque sé que lo dijo, y estoy de acuerdo con él, más que nada porque las reglas están para algo, que el cine musical, en sentido estricto, es aquél cuya trama no puede comprenderse sin las canciones, ya que éstas cuentan la historia musicalizada. Ahora bien, también creo que las reglas están para romperse, con el necesario ingenio, y 'Cabaret' es buena prueba de ello, pues la historia podría entenderse perfectamente sin los números musicales que las chicas y el genial maestro de ceremonias llevan a cabo sobre el escenario del Kit Kat Klub, pero faltaría el punto de vista que esas mismas canciones aportan, esa ironía que complementa la historia, o sencillamente ese juego de contrastes servido con el prodigioso montaje de David Bretherton entre la cruda realidad exterior y el salvaje libertinaje del interior.

Y lo de sacar a colación a Coppola tiene otro sentido más, y es que ese montaje paralelo que podemos observar en el primer número musical de la película (arriba del todo lo tienen) lo plagió él descaradamente, con toda la desvergüenza del mundo, no solamente en varios momentos de su espectacular pero gélida 'Cotton Club', sino en cierta forma en el sublime final de su trilogía sobre los Corleone. Pero eso es lo de menos. 'Cabaret' se convertía en un hito en 1972, recuperando el esplendor, ya casi olvidado, de los grandes musicales, obteniendo un fabuloso éxito popular y ocho Oscar, aunque el de mejor película le fue arrebatado, sorpresivamente para muchos, por 'El Padrino', precisamente.

Fosse, música en las venas

Hace varios años hablábamos bastante de esta película en particular, y de Bob Fosse en general, en las cinéfilas conversaciones de la lamentable escuela de cine a la que acudía. Mi opinión entonces, que no era más que un crío, es que Fosse, que había podido firmar famosas películas en su carrera, no era un creador cinematográfico de primera magnitud. Pensaba eso entonces, y ahora sigo pensando exactamente igual. No fue un gran creador de formas cinematográficas, pero, como suelo decir, hay que ser un genio en esta vida para llegar a ser un mediocre (imaginemos, sólo por un instante, lo que se necesita para llegar a ser un genio). No me interprete mal el lector, Fosse no era en absoluto un mediocre. Era un artista febril y brillantísimo. Y 'Cabaret' es una magnífica película. Aunque suelo preferir 'All That Jazz' porque a la brillantez se une la sinceridad.

Fosse, sobre todo, era un creador de musicales. Por sus venas corría más serrín de espectáculos teatrales, y más música y danza, que cine, aunque amaba este arte con todo su corazón. Era un animal escénico, un gigantón adicto a los estimulantes y a la emoción de las representaciones. Un perfeccionista casi insensible al dolor físico y psicológico de sus bailarines. Un hombre profundamente apasionado y vital y atormentado, como todos los grandes artistas. Y principalmente era un coreógrafo superdotado, tal vez el más grande del siglo XX en Estados Unidos, que ganó nada menos que ocho premios Tony, toda una hazaña; y en su juventud fue un bailarín excepcional que vio frenada su carrera por su prematura e implacable calvicie. De modo que en lugar de deslumbrar con sus movimientos, deslumbró indicando a otros bailarines cómo moverse, y se hizo célebre por ello.

De las cinco películas que dirigió es lógico que la más célebre sea la segunda, este drama con el Berlín de entreguerras de fondo. Con ella pulió los números más ingeniosos, más creativos, de su carrera cinematográfica, y se lució con una magistral recreación de época, a cargo de Rolf Zehetbauer, estilizada pero al mismo tiempo muy realista, muy verosímil. Con esta película, Fosse se alejaba por fin de los escenarios y modelaba su más importante juguete cinematográfico...que finalmente era un musical, y a día de hoy uno de los más famosos de la historia. Y uno de los más singulares.

Sally Bowles y toda suerte de perdedores naturales

El personaje central, por supuesto, es esa cantante desprejuiciada y entrañable interpretada con enorme vitalidad y energía por la no siempre cabal Liza Minnelli, que de su madre Judy Garland heredó una voz inferior pero también poderosa, y de su padre Vicente Minnelli el sentido del espectáculo musical. Bowles es una norteamericana sin rumbo que igual que ha terminado en Berlín, podría haberlo hecho en Londres o París, y que ofrece su talento para espectáculos subidos de tono en los que ella, que aprovecha para conocer a ricachones abyectos que tal vez la retiren, se siente en su salsa.

Quiere ser actriz, por supuesto, y busca contactos en la UFA (que sería una de las más eficaces herramientas de propaganda bélica de la Alemania nazi), pero también es una mujer con el corazón roto, pues su padre, un diplomático siempre ausente, no le hace ni puñetero caso. Ambos rasgos de su carácter serán el timón que Minnelli empleará para la que quizá sea su mejor interpretación. A su lado Michael York, que nunca fue actor de mi devoción, está más que digno en su extraño papel de británico linguista Brian Roberts, y en su amistad con Sally está el corazón de la historia. Nosotros lo observamos todo con los ojos del británico. Pero, en comparación, es mucho más misterioso y fascinante el inigualable maestro de ceremonias de Joel Grey (justísimo Oscar al mejor actor de reparto), al que nunca veremos fuera del escenario, lo que acentúa su enigmática imagen.

Sally y Roberts intentan salir adelante en el Berlín más tumultuoso del siglo, ese en el que surgió el nazismo como supremo manipulador de las mentes deprimidas y los ánimos machacados de los alemanes, en un país arruinado y sin futuro. Pero en ese sentido y en otros, 'Cabaret' se antoja una película dramáticamente anémica, que se queda en la superficie del asunto por querer abarcar demasiado, porque la peripecia de sus personajes no está convenientemente fusionada con el entorno social, de modo que parece que hay varias películas dentro de ella, y casi se anulan unas a otras. Esto no llega a suceder, pero sin duda le hubiera beneficiado una mayor concisión argumental y menos dispersión.

Lo que está claro, es que el nivel que mejor funciona es el musical, donde Fosse da lo mejor de sí mismo, sobre todo narrativamente, porque fuera del Kit Kat Klub, aunque filma con gran profesionalidad, el contraste con la forma en que monta y visualiza los shows es muy sensible. De hecho, parece que la historia no es más que la excusa para las canciones, aunque gran número de estas fueron descartadas del libreto original de Joe Masteroff, para el que Fred Ebb escribió las letras de los temas, y John Kander la música. Ambos reescribieron y crearon muchas canciones, pero Fosse se quedó con unas pocas y, ayudado por el gran operador Geoffrey Unsworth (uno de los más grandes de su época), deslumbra con una imagen espectacular, densa y muy psicológica.

Con su factura impecable y su estilizado sentido musical, no sorprendió a nadie que la adaptación largamente esperada de 'Chicago' calcara punto por punto el toque Fosse. Aunque si ya de por sí, Fosse tenía algo de gélido, 'Chicago' mucho más, dirigida por el también coreógrafo Rob Marshall, un director con poquísima personalidad que entregó un producto muy espectacular y con buenos números musicales, pero que se queda en una película interesante, corriente, y poco más, que le arrebató de manera absurda el Oscar a la mejor película a 'El pianista'.

Imposible ver diez minutos de 'Chicago' sin desear quitarla y poner inmediatamente 'Cabaret', una brillante película imperfecta con algunos de los números musicales más singulares e inolvidables de la historia del cine.

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