'Big Fish', Burton Greatest Hits

'Big Fish', Burton Greatest Hits
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Tras el batacazo (de crítica, más que nada, porque en taquilla se llevaron un buen pellizco) de ‘El planeta de los simios’ (‘Planet of the Apes’, 2001), con la que Burton había filmado seguramente su peor película hasta entonces (aún las hizo peores en el futuro), al cineasta, uno de los más célebres y venerados del mundo, le picó el gusanillo de la autoría, el mismo que había descuidado desde la extraordinaria ‘Ed Wood’ (id, 1994), y decidió regresar a un cine bastante más pequeño en cuanto a presupuesto, pero que le aportara a él sensaciones más personales. El problema es que no basta con intentar algo para hacerlo realidad: hay que respaldarlo con hechos, y la película número diez de Burton como director, a pesar de la casi invulnerable aureola de magnificencia que la rodea, no me parece, bajo ningún concepto, la obra genial que tantos se empeñan en ver. Enésima confirmación, según muchos, del talento inigualable de su máximo responsable. Tampoco es, ni mucho menos, un filme pobre o desdeñable, pues parece que si algo no es sublime, ya es lamentable, y nada de eso.

‘Big Fish’ (id, 2003) (menos mal que los distribuidores españoles no se lanzaron a sus habituales fantasías a la hora de inventar títulos) vendría a ser el ejercicio que muchos compositores de música de cine terminan haciendo tarde o temprano: un homenaje a la obra pasada, un “nada nuevo bajo el sol”. Una especie de Greatest Hits en la que se repiten algunos de los hallazgos que han funcionado de maravilla en el pasado, pero que revisionados no poseen la misma fuerza. O peor aún: suenan a un desesperado intento por volver a unos orígenes, o por demostrar algo que debería darse por sentado. Ante otros comentarios míos sobre películas de Burton, algunos de los lectores de Blogdecine me han pedido con insistencia que explique las razones de mi rechazo a esta película. Más que rechazo, soy incapaz de entrar en la supuesta poesía, o incluso lirismo, que tantos espectadores (la mayoría, amantes acérrimos del cine de Burton) ven en ella y proclaman a los cuatro vientos desde que se estrenó. La he visto tres veces (la primera en el cine, la última hace muy poco), y las tres veces me he aburrido bastante.

Proyecto que inicialmente iba a llevar a cabo Steven Spielberg, pero que fue rechazado a última hora para ocuparse de la estupenda ‘Atrápame si puedes’ (‘Catch Me If You Can’, 2002). John August, un guionista que hasta entonces no había destacado demasiado, por decir algo suave, leyó la novela de Daniel Wallace y quedó cautivado por ella, convencido de que ahí había una gran película. Su adaptación cayó finalmente en manos de Burton, pero lo cierto es que parece una historia más adecuada a la sensibilidad de Spielberg, con una visión idílica y un tanto acaramelada del pasado de Estados Unidos, con el tema principal de la relación del padre y su hijo, con algunos ambientes en los que el director de ‘E.T., el extraterrestre’ (‘E.T.: The Extra-Terrestrial’, 1982) se habría sentido bien a gusto. Pero Burton cogió el proyecto con sumo interés, dado que sus padres habían muerto en 2000 y 2002, algo que le afectó más de lo que él habría esperado, y esta película le brindaba la oportunidad de realizar una especie de homenaje a su memoria. Muy loable, pero estamos ante una película que parece que no empieza nunca.

¿Quién es mi padre?

Edward Bloom padre es un hombre de una imaginación desbordante, que ha trabajado toda su vida como un negro, pero que ha embellecido los hechos hasta convertirlos en relatos de corte fantástico. Contando siempre las mismas historias, ha terminado por cansar a su hijo, Edward Bloom hijo Will, que está harto de no saber quién es realmente su padre, y de los relatos fantásticos que cuenta a todas horas. Cuando el padre cae enfermo y parece que se enfrenta a los últimos días de su vida, el hijo lleva a cabo un último intento de que su padre le cuente de una vez cosas de su verdadera vida. Sobre el papel, se trata de una premisa sumamente interesante, que hubiera dado pie a una más que estimulante reflexión sobre la pertinencia de la fantasía en una vida gris y solitaria, en la que una rutina tediosa sería embellecida por un realismo mágico sin complejos, como una grieta que espoleara el gusto por la imaginería gótica y tenebrosa del Burton de imaginación más febril. Pero todo queda en un relato bienintencionado de buenos sentimientos, atiborrado de un romanticismo dulzón y superfluo que nada aporta al espectador y de una desgana que desmiente la supuesta pasión de Burton por esta historia.

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El guión de ‘Big Fish’, y su puesta en imágenes, es el ejemplo perfecto de relato deslavazado, informe. Es algo buscado a propósito, por supuesto, en el rastreo de una, por así llamarla, “chapucería estilística”, que destruya la ortodoxia de una narración demasiado esquemática. Pero no termina de funcionar en ningún momento. Los episodios fantásticos nacen siempre de alguna narración del padre moribundo, de tal modo que el mundo real es el eje a partir del cual pivotan todas las fantasías. Pero en lugar de funcionar como eje, termina convirtiéndose en una excusa a partir de la cual Burton teje sus habituales momentos de anhelada poesía visual. Sin embargo, los mejores momentos, los que huelen a verdad y a auténtica emoción, son los de la historia real, que hubiera necesitado de muchos más minutos en pantalla para ganar en densidad y para que el vuelo estético de la película fuera mayor. Curiosamente, los momentos más “made in Burton”, son los menos interesantes, y tanto realidad como fantasía avanzan a trompicones, y son narrados por Burton sin el necesario “crescendo” dramático, como un valle sin cumbres, aséptico y autocomplaciente.

En mi opinión la verdadera película empieza, por increíble que parezca, a la hora y quince minutos de metraje, cuando por fin el hijo se enfrenta al padre y le pide que se deje de tonterías y le muestre de una vez quién es en realidad. Sin pretender que todas las historias se corten por el mismo patrón, creo que un acontecimiento como ese debía haber tenido lugar en algún momento entre el minuto 15 y el 30, a fin de emplazar convenientemente el tema de la película, y a partir de ahí tirar del hilo de esa relación. En lugar de eso tenemos una colección de episodios que enganchan arbitrariamente entre sí y que carecen de potencia emocional, en los que el tono de la historia se pierde continuamente. Algunos de esos episodios parecen filmados por otro director, por la torpeza o las soluciones visuales de que hacen gala. Me refiero, por ejemplo, al del hombre lobo interpretado por Danny DeVito, concluido con un chiste digno de los hermanos Abrahams y David Zucker, o al insulso episodio del pueblo Espectro, o una forzada búsqueda de un lirismo visual (con imágenes como la imagen congelada al ver al amor de su vida, o la sirena que nada cerca del coche bajo el agua) que parece impostado.

El Burton de ‘Eduardo Manostijeras’ (‘Edward Scissorhands’, 1990) emocionaba porque el relato emergía desde sus criaturas, y no al revés, porque seguía las andanzas de sus personajes con vehemencia y sensibilidad. Así, quedan ninguneadas las maravillosas aportaciones de un envejecido pero magnífico Albert Finney, o de una muy desaprovechada Jessica Lange. Ewan McGregor, como protagonista absoluto, vuelve a demostrar que es un actor bastante limitado cuando carece de un gran director de actores detrás (y Burton, siendo competente en esta disciplina, aún tiene mucho que aprender). La impresionante Marion Cotillard hace su personaje más interesante de lo que es en realidad, y Billy Crudup, un actor estupendo que parece condenado a ser siempre un segundón, es de lo mejor de la película. Él, creo yo, debería haber sido el protagonista a partir del cual pivotaran todas las emociones, porque él es, de alguna forma, el espectador de esta película, como lo somos nosotros, y al igual que él, obtenemos una película a medio gas.

Conclusión

La sentimental cabalgada final hacia el río, el robo al banco por parte de Steve Buscemi, algunos diálogos, quedan como chispazos de lo que esta película podría haber sido y que no es más que a ráfagas. Hasta la música del siempre vibrante Danny Elfman se parece demasiado a la que compusiera Alan Silvestri para ‘Forrest Gump’ (id, Robert Zemeckis, 1994). Pienso, una vez más, que Burton puede hacerlo bastante mejor. Sólo es cuestión de contar con un guión bien escrito y de ponerse las pilas a la hora de dirigir, dejando de lado una autocomplacencia que está terminando por adocenar una carrera que, en sus inicios, se adivinaba legendaria.

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