'¡Atraco!', sucesos reales y teorías de la conspiración

'¡Atraco!', sucesos reales y teorías de la conspiración
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La recreación de un suceso rocambolesco, la mezcla de comedia y drama, un actor de la talla de Francella… los avances y declaraciones de los responsables de '¡Atraco!' me habían despertado un gran interés. Por ello, aún sigo sorprendida por el fracaso artístico del resultado. Decisiones erróneas convierten una buena premisa en un film rancio y aburrido. Merece la pena analizar cómo se ha llegado a eso.

El tráiler promete una película entretenida y entrañable. Ante la historia real en la que se basa, cualquiera de nosotros diríamos eso de: "de ahí sale una peli". El suceso guarda reminiscencias con 'Los tres mosqueteros', de Alejandro Dumas. A lo largo de la excesiva duración de la cinta, existen momentos afortunados que dan una idea de lo que esta película podría haber sido. Como habréis podido notar en otras críticas firmadas por mí, siento mayor rabia ante un producto fallido que partía con posibilidades, que ante algo que sea directamente malo. Pero, al mismo tiempo, también me ofrece más elementos para comentar o analizar. Así que, vayamos a ello.

'¡Atraco!

El origen de la historia

Si algo caracteriza al productor Pedro Costa es su profundo conocimiento de la historia criminal de España. Su experiencia como periodista fue una carta que jugó con acierto en series ya míticas como 'La huella del crimen'.

De entre todas las historias que Costa conoció, hubo una que le llamó la atención: dos atracadores argentinos, que habían entrado en España con pasaporte falso, atracan una joyería llevándose principalmente bisutería, y son detenidos por acudir a un hospital. La operación estuvo rodeada de un silencio administrativo inédito incluso en tiempos del franquismo. A raíz de esa ocultación, el productor elaboró una teoría sobre lo que pudo haber ocurrido, y eso captó el interés de Eduard Cortés, que procedió a trabajar en el guion con Marcelo Figueras.

Sin embargo, el libreto obvia el interés principal de lo contado por Costa: tenemos un hecho inexplicable. Lo fascinante es resolver el puzzle. Hay que jugar magistralmente con la información y la estructura para ir "rellenando los huecos". El único juego estructural consiste en el trillado recurso de adelantar parte de la secuencia del atraco al principio de la película para, una vez vista, volver atrás en el tiempo. A partir de ahí, la película será perfectamente lineal y aséptica.

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Bla, bla, bla… queremos ver acciones

Una vez hemos visto la escena inicial del robo a la joyería, lo que la película nos depara son interminables minutos de parejas de personajes hablando sobre cómo se realizará el atraco. Hablando sobre cómo solventar los problemas. Hablando de su devoción por Evita Perón. Hablando sobre patriotismo. Hablando… El problema no es que haya diálogos pues estos, como comentábamos ayer, pueden ser un elemento importante y disfrutable. El problema es que los diálogos sustituyen las acciones, nos cuentan lo que tendríamos que estar viendo en imágenes.

Por supuesto, los responsables de '¡Atraco!' (2012) son conscientes de esta aridez expositiva, con lo que toman la decisión de añadir elementos externos que las puedan hacer más llevaderas: un detallito estrambótico por aquí, un chiste por allá… El resultado es alargar todavía más una presentación eterna sin lograr que la película se mueva.

El intento de Eduard Cortés de homenajear a cierto cine clásico se pasa hasta el otro extremo para devenir casi en parodia. Los encuadres se ven falsos, la puesta en escena resulta rígida, la imitación del Music Hall queda pobre y, cuando usa y abusa de secuencias de montaje para, en teoría, animar las explicaciones, el fruto es que su pésima edición logra que todo se alargue y reitere aún más. La banda sonora es un pastiche imposible que saca constantemente de la película o que refuerza de forma exagerada los momentos emocionantes. Es sintomático que el momento más conseguido en cuanto a intensidad dramática sea una escena en absoluto silencio.

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Los actores contra todo

No es una labor grata la que les ha tocado a los actores. Guillermo Francella es un gran intérprete, pero ni él es capaz de hacer interesante cada frase reiterativa que enuncia su personaje.

Nicolás Cabré también da muestras de calidad hacia el final, cuando revela, con eficaz fragilidad, su verdadera motivación para haber participado en el atraco. Pero es demasiado tarde para que tal revelación funcione: su personaje, caracterizado de una forma tan bufa desde el comienzo de la película, no tiene la posibilidad para hacer del todo creíble el cambio.

Amaia Salamanca, por su parte, no tiene mucho que hacer con un personaje de chica guapa cuyos minutos de presencia en el filme son inversamente proporcionales al tamaño de su foto en el cartel.

El policía que, por su parte, interpreta Óscar Jaenada es otro personaje al que se le dan características en teoría contradictorias para enriquecerlo (va a misa todos los días, tiene un padre chorizo), pero que en realidad no es más que otro vehículo para transmitir información. Con su boca perennemente apretada, casi produce más humor, de forma involuntaria, que cualquier chiste de la película.

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El juego de los idiotas

La motivación de los ladrones es tan difícil de asimilar –garantizar a Perón un retiro dorado– que su hazaña podría tener tintes tragicómicos. Al no ser capaz de captar esa ironía, Eduard Cortés se limita a convertir a sus personajes en absolutos idiotas para justificar sus actos.

Para más inri, esa apuesta por la idiotez no funciona ni como comedia bufa. Salvo un par de momentos –entre los que destaca la escena en cual Cabré practica el acento español y trata de añadir tacos–, el humor es escaso, arrítmico y muy poco eficaz. Lo cual es lógico: no hay humor de situación porque las situaciones no las vemos. La comicidad es añadida a posteriori para hacer digeribles, en vano, datos y más datos.

…Y al final

Cuando, en su último acto, el film apuesta por un tono dramático, la película experimenta una mejoría. Algunas de las más valiosas secuencias e imágenes están en este final. Las mejores son, en concreto, la fuga y la única vez que vemos al general Perón: una imagen fugaz, a través de una ventana, en la que le vemos con la nueva señorita de compañía a la cual quiere impresionar mostrándole las joyas de Evita. Esa levedad, contrapuesta a la tragedia de los protagonistas, es el delicado equilibrio que '¡Atraco!' debería haber buscado, pero al que no se ha acercado prácticamente nunca.

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