Añorando estrenos: 'La leyenda del pianista en el océano' de Giuseppe Tornatore

Añorando estrenos: 'La leyenda del pianista en el océano' de Giuseppe Tornatore
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‘La leyenda del pianista en el océano’ (‘La leggenda del pianista sull'oceano’, Giuseppe Tornatore, 1998) es la primera película del director italiano filmada en inglés, aquella con la que quiso, como si se tratara de un pasajero del barco que acoge a los personajes y llega a América intentando conquistar algún sueño, tras haberse ganado el corazón de los cinéfilos de medio mundo con la ya mítica ‘Cinema Paradiso’ (‘Nuevo Cinema Paradiso’, 1988) por la que recogió un Oscar a la mejor película extranjera.

Si el citado film era un acto de amor a la cinefilia pura y dura, aquella que nace en la infancia, ‘La leyenda del pianista en el océano’ realiza más o menos la misma operación con la música, vistiendo la historia, eso sí, de fábula, de cuento absoluto, aderezado, cómo no, con una portentosa banda sonora del sempiterno Ennio Morricone, realizando uno de esos juegos de complicidad con la imagen pocas veces visto en el cine actual. Evidentemente la historia lo requiere.

Narrada a modo de flasback por un trompetista que para seguir viviendo debe empeñar su querido instrumento, la historia que Max (Pruitt Taylor Vince) cuenta deberemos creerla o no, al igual que muchos de los personajes del film se prestan a escucharla. Un niño abandonado (nacido) en un barco es un impresionante virtuoso del piano que se dedica a tocar en todas las travesías del trasatlántico, convirtiéndose con el paso del tiempo en una leyenda, que muchos desean ver.

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Esa es, a grandes rasgos la simple premisa de una película que además de dejar bien claro su tono de fábula —algo para lo que los cineastas italianos están especialmente dotados—, llegando así a alcanzar más verdad que si estuviéramos ante una crónica, establece una muy inteligente mirada sobre el arte, en este caso la música, desde cualquier perspectiva. El disfrute como tal, el ego del genio, la tiranía de una partitura, la libertad que dan la combinación de siete notas con sus bemoles y sostenidos —posibilidades infinitas a través de 88 teclas—, y sobre todo la capacidad de emocionar y describir a las personas sólo con música.

Un cuento sobre la música y la vida

Música, el lenguaje más universal que existe, alrededor de la cual gira toda ‘La leyenda del pianista en el océano’, que además de estar contextualizada entre todos aquellos que a principios del siglo XX buscaban en América una nueva oportunidad para vivir dignamente, recoge la figura real de Jelly Roll Morton, considerado por sí mismo como el inventor del jazz, para introducirlo en medio del cuento como conexión con la realidad, y establecer de paso una muy inteligente teoría sobre el aprendizaje musical y la importancia de la humildad.

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Humildad que expresa muy bien Tim Roth en el que considero la mejor interpretación de su carrera. Por una vez, sus tics funcionan a la perfección con un personaje que tiene el don de la música, pero no sabe de la vida real, ni siquiera sabe expresar en palabras lo que siente, simple y llanamente por su falta de experiencia en la mejor universidad, la vida. Su mundo se reduce a un barco, que como todo morirá, en el que ser infinito con su don, emocionar con un lenguaje que todos conocen. Humildad que se vuelve egocentrismo cuando Roll le cabrea en el espectacular duelo de pianos de mitad del film, y sale a relucir la soberbia de todo genio.

Y como todo cuento, éste tiene un ogro, que no es otro que la vida misma, con su promesa de muerte y fatalidad, y también una princesa, vista y descrita en el mejor instante del relato, a través de una pequeña ventana del barco, en el que 1900 (Roth) da su primer paso para ser conocido más allá de las fronteras del barco, en la tan temida tierra firme. Una historia de amor imposible, como casi todas las grandes historias, y con el único final coherente, aquel en el que el barco que fue hogar y vida se convierte en muerte y olvido.

Y mientras la voz de Roger Waters, en otra inteligente decisión artística, suena en los títulos de crédito finales, pensamos, reflexionamos, sólo nos queda la música.

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