Añorando estrenos: 'El hombre sin rostro' de Mel Gibson

Añorando estrenos: 'El hombre sin rostro' de Mel Gibson

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Añorando estrenos: 'El hombre sin rostro' de Mel Gibson

Con la recién estrenada ‘Hasta el último hombre’ (‘Hacksaw Ridge’, 2016) Mel Gibson ha recuperado gran parte del prestigio perdido por tema extra-artísticos. El que es uno de los mejores narradores del cine actual ha demostrado su garra y fuerza expresiva, heredada de otros grandes narradores de lo visual, como podrían ser Raoul Walsh o Tod Browning, en film tan aplaudidos como ‘Braveheart’ (íd., 1995), ‘La pasión de Cristo’ (‘The Passion of the Christ’, 2004) o ‘Apocalypto’ (íd., 2006).

Pocas veces se habla de la que es su ópera prima, ‘El hombre sin rostro’ (‘The Man Without a Face’, 1993), film que dirigió e interpretó entre dos blockbusters, el ñoño ‘Eternamente joven’ (‘Forever Young’, Steve Miner, 1992) —con la que la presente tiene algún punto en común— y una de las peores películas de Richard Donner, ‘Maverick’ (íd., 1994). El resultado parece un borrador de lo que vendría después. El recibimiento más bien frío.

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La importancia de un guía moral

‘El hombre sin rostro’ navega por los ambientes de ‘Matar a un ruiseñor’ (‘To Kill a Mockingbird’, Robert Mulligan, 1962), con la enseñanza y la siempre necesaria educación como soportes vitales del crecimiento y formación, o los de incluso una nostálgica novela de Stephen King pero sin monstruo, al menos de cara al joven protagonista. Sí hay un monstruo, pero es a ojos de los demás, incapaces de evitar el juicio fácil, el chismorreo y creerse el primer rumor que la gente no informada cuenta. Gibson parece adelantarse a la época actual en cuanto al juicio proveniente de la masa no pensante.

Tiene el film algo más que una factura impecable, que en ciertos puntos la acerca al telefilm de forma peligrosa. Hay en sus imágenes y en la interpretación de Mel Gibson un interés por parte de su autor de trascender el material base de Isabelle Holland —en la única adaptación cinematográfica de una de sus obras—, de dejar huella, hurgando como pocos —esto es, con sencillez y sin ningún tipo de manipulación— en la nostalgia de aquellos años adolescentes por los que todos hemos pasado. En esos años, una buena educación es algo mucho más que importante.

Gibson se desenmascara aunque para ello haya tenido que jugar en contra de la imagen de sex symbol que tenía por aquellos años. Su profesor Justin McLeod —personaje para el que se pensó en actores como Kevin Costner, Michael Douglas, Jeff Bridges, Tom Hanks, Harrison Ford y Robin Williams— es uno de los personajes más ricos de todos cuantos ha interpretado el popular actor. Uno de sus aciertos es el jugar al misterio con el rol, vistiéndolo con dos o tres detalles, sin ahondar demasiado en su pasado. Un profesor que ama la enseñanza, convertido en un antisocial al que se le presenta una segunda oportunidad.

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Confianza

Dicha oportunidad está muy lejos de conseguir el aplauso y reconocimiento de los demás —algo que también navega en el subtexto del film—, sino algo a un nivel mucho más íntimo y personal. El éxito de tener esa extraña y satisfactoria sensación de haber hecho lo correcto, de conectar con alguien a un nivel no entendido por los demás. La difícil conexión entre profesor y alumno, entre padre e hijo, entre amigo y amigo. Una conexión que pasa por derrumbar el peor de los muros, la diferencia generacional.

Gibson juega a la alegoría en un par de ocasiones. No es casual que el joven protagonista —debut en el cine de Nick Stahl— lea en cierto momento un cómic en el que puede verse a Harvey Dent, el supervillano Dos Caras. En otro instante McLeod se enfrenta a la verdad del espejo, intentado con un sencillo truco —homenaje al cine en sí— reconstruir lo que fue su rostro hace tiempo. La cicatriz física frente a la emocional, dependiendo en gran parte una de la otra. La verdad frente a sí misma, deformada y alterada a conveniencia por la imaginación malsana de los demás.

Quizá con algo de tendencia al subrayado, Gibson se garantiza un buen trabajo de dirección gracias a esa arma de doble filo que es el no arriesgarse demasiado. Llega a acariciar un tema tan espinoso como el abuso sexual a menores; arriesgándose en su tramo final a señalar la verdadera base de toda comunicación y conexión emocional con alguien: la confianza. Curiosamente en sus siguientes film siguió explorando dicho elemento, y aunque son mejores obras que la presente, la fuerza emotiva del desenlace de ‘El hombre sin rostro’ es de la que hace mella en uno.

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