Animación | 'Pulgarcita', de Don Bluth y Gary Goldman

Animación | 'Pulgarcita', de Don Bluth y Gary Goldman

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Animación | 'Pulgarcita', de Don Bluth y Gary Goldman

La última ocasión en la que hablamos de Don Bluth en este ciclo de animación, lo hicimos en términos que se movieron entre lo decepcionante y lo esperado. Esperado porque sabía —casi a ciencia cierta—, que la calidad de las producciones firmadas por el artífice de aquellos tres grandes filmes de los ochenta descendía sobremanera toda vez dejábamos atrás 'En busca del valle encantado' ('The Land Before Time', 1988).

Decepcionante porque, en mi fuero interno, el niño que se dejó encandilar por la terna de producciones animadas y que sigue haciéndolo con sus casi cuarenta y un años, esperaba que algo salido de la factoría de Bluth mantuviera —aunque sólo fuera en parte— algo del encanto de antaño. Lamentablemente no era así, y 'Todos los perros van al cielo' ('All Dogs Go to Heaven', 1989) devenía en una propuesta de irregulares resultados.

Con todo, y a pesar de las pobres sensaciones que se desprendieron de su revisión, a la hora de acercarme por primera vez a 'Pulgarcita' ('Thumbelina', Don Bluth y Gary Goldman, 1994) —ya que no lo hice en el año de su estreno, ni en los que han transcurrido desde él— albergaba cierta esperanza acerca de esta adaptación del cuento de Hans Christian Andersen que se suponía bastante fidedigna a los patrones marcados por la popular obra del literato danés.

'Pulgarcita', canciones hasta aburrir

Pulgarcita 1

Se suponía y es, hasta cierto punto, fidedigna. Un punto que se arruina en el momento en que Bluth y Goldman deciden que la mejor forma de apostar fuerte para intentar garantizar el éxito de la empresa es hacerse eco de lo que por aquél entonces se movía en el mundo de la animación de mano de Disney y, elevándolo a la enésima potencia, plagar la función de canciones y hacer que los diversos animales que Pulgarcita se va encontrando en su periplo, sean del mismo talante cómico —y estúpido— que, por ejemplo, veríamos en 1995 en 'Pocahontas' (id, Mike Gabriel y Eric Goldberg).

Bajo la autoría de Barry Manilow, no es que las tonadillas de 'Pulgarcita' sean aborrecibles —de hecho, consideradas aisladas, un par de ellas son bastante buenas—, es que, al estar metidas con calzador en una cinta de escasa hora y media de duración que cada diez minutos —minuto arriba, minuto abajo— cuenta con una de ellas, terminan agotando al espectador hasta límites insoportables. Máxime cuando, asociadas a su aparición, tenemos las "licencias" que los cineastas se van tomando para con los citados animales.

De acuerdo, lo que hacen con el topo es bastante correcto, y tiene un amplio pase. Pero la cosa empieza a torcerse sensiblemente si de lo que tenemos que hablar es del escarabajo —y del número musical que lo acompaña— y se estropea de forma estridente cuando a quien hemos de referirnos es a los sapos que secuestran a la pequeña protagonista: haciéndolos de origen español y con voces en la versión original claramente latinoamericanas, el rápido hablar de los batracios y lo esperpéntico de su reinvención —canción incluida, claro—, se eleva de forma indiscutible como uno de los claros motivos para empezar a no tener en mucha estima lo que el filme propone.

Pulgarcita 2

Poco pueden hacer a ese respecto una dirección puntualmente brillante, un estilo de animación que es 100% Bluth y que, depurado con el paso de los años, encuentra en escenarios y personajes de apariencia humana sus mejores bazas y que, con el ocasional maridaje de tradición y tecnología, ofrece alguna secuencia como la que nos lleva desde el aire a casa de la protagonista, que preludia lo que aún estará por venir de mano de los dibujitos generados por ordenador.

Como digo, consideradas en comparación con las zancadillas que va interponiendo el transcurso de la narración, estas discretas ventajas son de todo punto insuficientes para que, uno, terminemos apreciándolas por encima de todo y, dos, consideremos que 'Pulgarcita' es un digno esfuerzo por parte de un cineasta del que, habiéndonos saltado una muy olvidable producción de 1991, volveremos a hablar en muy mejores términos cuando, dejando de lado su siguiente propuesta, nos acerquemos a la muy libre narración sobre cierta hija del último zar de las Rusias.

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