Vampiros de verdad: 'Dracula' de Tod Browning

Vampiros de verdad: 'Dracula' de Tod Browning
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En estos tiempos de resurrección vampírica —este viernes nos llega la floja ‘Daybreakers’ (The Spierig Brothers, 2009)— proseguimos con nuestra mirada atrás en busca de vampiros mejores que nos alegren nuestra sesión de cine diaria. Si ‘Nosferatu’ era una adaptación no oficial de la novela de Bram Stoker sobre el vampiro más famoso de todos los tiempos, hoy toca el turno a la primera adaptación legal de dicha obra. Aunque esto no es del todo exacto, pues la película adapta el material de la obra de teatro de Hamilton Deane y John L. Balderston que sí se basa en la obra original de Stoker, que años más tarde también sería utilizada para la versión de John Badham.

La idea inicial era reunir al equipo Tod Browning/Lon Chaney para realizar un ciclo de películas de terror en la Universal. Ambos ya habían mantenido una estrecha colaboración en la época del cine mudo con cintas del calibre de ‘El trío fantástico’ (‘The Unholy Three’, 1925), ‘Garras humanas’ (‘The Unknown’, 1927) o ‘Los pantanos de Zanzibar’ (‘West of Zanzibar, 1928). Con la revolución que supuso el cine sonoro, Browning y Chaney quisieron repetir la operación adaptando los mitos de terror más conocidos de la Literatura, pero la repentina muerte de Chaney en 1930 lo impidió. Bela Lugosi, que había interpretado al personaje en la obra teatral, salió enormemente beneficiado con un personaje que ya no le abandonaría jamás.

La historia de ‘Dracula’ nos transporta a los Cárpatos, en los que el castillo del conde Dracula se alza tenebroso sobre los temerosos habitantes que no osan acercarse. Hasta allí acude un hombre, de nombre Renfield —un cambio sustancial e inteligente con respecto a la obra, en la que es Jonathan Harker quien visita a Dracula en sus dominios— para venderle una mansión en Londres. Este tramo que dura aproximadamente unos quince minutos poseen una atmósfera irreal en la que se pone de manifiesto las enormes cualidades de Browning para los ambientes fantasmagóricos en los que realidad y ficción se dan la mano. El film goza de esta inquietante y enrarecida atmósfera en todo su prólogo y clímax final, siendo el resto quizá lo más encorsetado visualmente que ha filmado Browning.

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Al film se le puede reprochar su fidelidad a la obra teatral desde un punto de vista fílmico, pues Browning queda demasiado supeditado a esa fidelidad, y hay algún momento —la conversación entre Van Helsing y Dracula donde el primero le hace mirar un espejo al segundo— en el que parece que la película es teatro filmado. Afortunadamente, Browning logra sortear los límites creados por dicha influencia gracias a la labor de su operador de cámara, Karl Freund, director de fotografía importantísimo en el cine mudo —con títulos como ‘El último’ (‘Der Letzte Mann’, F.W. Muranu, 1924), ‘Variete’ (E.A. Dupont, 1925) o ‘Metrópolis’ (Fritz Lang, 1927)— y que también sería conocido como realizador, siendo el firmante de dos joyas del cine de terror: ‘la momia’ (‘The Mummy’, 1932) y ‘Las manos de Orlac’ (‘Mad Love’, 1935).

Freund logra elegantes movimientos de cámara jugueteando todo el rato con lo que dicen los personajes y ofreciéndonos muchos pequeños acontecimientos fuera de campo. Las salidas del ataúd de Dracula son realizadas así, primero un enfoque de la caja donde se despierta el conde, barrido de la cámara que vuelve al mismo punto donde ya vemos a Dracula de pie. Esta sencilla operación logra efectos impresionantes, como si Dracula apareciera de la nada. Llama la atención el virtuosismo de Freund en secuencias como en la que se nos mete en el manicomio en que Reinfield —loco y desquiciado desde que es un acólito de Dracula, se alimenta de insectos obsesionado por el poder de la sangre— está ingresado. Una puesta en escena que combina lo gótico con elementos del expresionismo alemán y que logra sobreponerse al tono teatral del relato.

Bela Lugosi

Todo lo que de inmortal tiene una película como ‘Dracula’ se debe en buena parte a la inolvidable interpretación de Bela Lugosi, que se hizo con el papel después de barajar los nombres de John Wray, Paul Muni o Conrad Veidt. El actor, natural de Transilvania, ya había protagonizado la versión teatral en Broadway por lo que ya estaba familiarizado con el personaje. La composición de Lugosi es totalmente opuesta, en cuanto a aspecto físico se refiere, a lo realizado por Max Schreck en la película de Murnau. Si en aquella el Rey de los vampiros era literalmente un ser monstruoso, en el film de Browning resulta ser un hombre apuesto, refinado y culto, pero no por ello menos temible; a penetrante mirada del actor basta para inferir temor.

Aunque parezca mentira Bela Lugosi sólo interpretaría una vez más a Dracula; sería en la comedia ‘Bud Abbott Lou Costello Meet Frankenstein’ (Charles Barton, 1945), aunque papeles similares hizo en ‘La marca del vampiro’ (‘Mark of Vampire’, Tod Browning, 1935) o ‘The Return of the Vampire’ (Lew Landers, 1944). El actor ha pasado a la historia sólo por haber dado vida al más famoso vampiro que ha parido la imaginación, pero sería muy injusto no acordarse de sus contribuciones al género de terror en películas alejadas de la creación de Stoker. Films como ‘La legión de los hombres sin alma’ (‘White Zombie’, Victor Halperin, 1932), ‘Satanás’ (‘The Black Cat’, Edgar G. Ulmer, 1934) o ‘El cuervo’ (‘The Raven’, Lew Landers, 1935) colocan a Lugosi en la cima de un género que también le vio entrar en una decepcionante etapa de decadencia en la que dio su últimos coletazos de la mano de Ed Wood.

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En ‘Dracula’ también brilla con la misma intensidad que Lugosi el actor Dwight Frye, que da vida a Reinfield. Un personaje que pasa de ser la persona más tranquila del mundo a convertirse en un loco desquiciado de nerviosa risa que transmite una gran inquietud cuando sale en escena. Edward Van Sloan, en su primera incursión en el sonoro, da vida a un hermético Van Helsing menos protagonista que en otras versiones posteriores, y Helen Chandler da vida a la guapa Mina con la que Dracula se obsesiona.

Hipnótica y fascinante, ‘Dracula’ no ha perdido ni un ápice casi 80 años después de su realización, permaneciendo como una de las cumbres del fantástico y una obra maestra más en la filmografía de Browning, uno de esos grandes olvidados.

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