60º Festival de Berlín: una dura película rusa le devuelve la dignidad al festival

60º Festival de Berlín: una dura película rusa le devuelve la dignidad al festival
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No sabía yo que habían acudido miles de periodistas a la Berlinale a aplaudir películas convencionales, a emocionarse con chistes dignos de películas de sobremesa. Pero así están las cosas. Imagine el lector que vamos a la entrega del premio Cervantes, y los periodistas, críticos literarios, se ponen a defender libros best-seller claramente inferiores a buenas muestras de literatura. Pues eso es lo que está pasando, más o menos, en este gran certamen de cine. Como al contrario que otras webs que hablan de la Berlinale sin estar aquí (y que no citan sus fuentes), Blogdecine sí está presente, yo estoy aquí, y puedo contar lo que veo todos los días.

Y lo que veo es que los periodistas, que en principio se debe esperar que fueran expertos en cine y en arte, se contentan con poco, se ríen con lo primero que les dan, se hacen los dignos con un cine más exigente que no tienen el menor interés en profundizar, y pasan por aquí como si alguien les debiera algo, en muchos casos. Yo creo, corríjame el lector si me equivoco, que las condiciones que los programadores de la Berlinale (en sección oficial, el resto no puedo ir a verlas), deberían primar, son tres, y son las siguientes:

  • 1. Que los autores de las películas sean valientes. Es decir, que no hagan un cine convencional, si no que se arriesguen, que se mojen, que se expriman la creatividad.
  • 2. Que las películas tengan algún interés formal. O sea, que ofrezcan algo más que un “plano/contraplano” o la clásica presentación “plano general, planos cortos”.
  • 3. Que tengan algo de autoría. Pueden ser autores estrella, o autores desconocidos. Pero que tengan personalidad.

En algunas películas, no vemos ni rastro de estas tres condiciones indispensables. Y en las dos primeras películas de hoy, que han sido muy aplaudidas, tampoco.

‘Shahada’ y ‘The Kids Are All Right’, cine convencional, conservador, sin el menor interés

La Shahada es el tradicional rezo musulmán, uno de los cinco pilares del Islam, que dice: “No hay más dios que Dios, Muhammad es el mensajero de Dios”. Y es el título de la película alemana que vimos a primera hora de la mañana, dentro de la sección oficial a concurso. Es un intento de melodrama en el que varios personajes, pues es un filme coral, se enfrentan a su fe en oposición a sus deseos y su vida diaria. Dejando a un lado el poco respeto que merecen unos personajes que permiten que una secta (como la católica o la judía) les dicte absolutamente todo en el proceder de sus vidas, y que es imposible, por tanto, una conexión emocional, la peliculita no tiene el menor interés.

Al modo de un ‘Vidas cruzadas’, o un ‘Magnolia’, aunque con bastantes menos personajes y muchísimo menos talento que Robert Altman o Paul Thomas Anderson, el director Burhan Qurbani pretende ofrecer un mosaico que se antoja endémico a todas luces, forzado, muy poco creíble. Una muchacha que ha abortado, un chico con tensiones homosexuales, un hombre con una amante. Todos ellos se enfrentan en sus vidas a una situación que contradice sus creencias. El conflicto está ahí, y los actores están bastante decentes, pero no se sabe muy bien a dónde quiere llegar el cineasta, qué pretende contar, cuál es su punto de vista.

Todo parece un batiburrillo, una lata de sardinas en la que todo vale. Las relaciones entre los personajes son tan azarosas y rebuscadas que bien podría haber filmado tres cortos con cada uno de ellos por separado. Además, con una autocomplacencia evidente, separa su película en capítulos, al modo de una novela, que no ofrecen una correcta progresión, o al menos una adecuada presentación de los temas. Una película cuya rueda de prensa estaba abarratoda, por ser alemana posiblemente, y que fue bastante aplaudida, aunque es cine mediocre, muerto, sin vida, sin el menor interés.

Y la norteamericana ‘The Kids Are All Right’ es igualmente mediocre. Dirigida por una tal Lisa Cholodenko, cuenta la historia de un matrimonio de lesbianas con dos hijos, que un día conoce al dueño del esperma que dio lugar a sus vástagos. Las lesbianas son nada menos que Annette Benning y Julianne Moore, que están bastante bien en sus respectivos roles (más que nada, porque son excelentes actrices), y el dueño del esperma es un penoso Mark Ruffalo que después de su aparición en otra película fuera de concurso, la scorsesiana ‘Shutter Island’, vuelve a dejar bastante que desear en una interpretación.

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La cosa va de comedia dramática, de gente guay, estupenda, de esa norteamericana que tiene una cocina en la que cabe toda mi casa, con problemas muy apasionantes como “no me dejes, porque te amo”, o “necesito encontrar a mi padre biológico”. Temas vistos mil veces, y que no tendrían nada de malo si la directora encontrara la forma de tratarlo de una manera original y personal, y no como un telefilme de sobremesa. Eso sí, el respetable se rió muchísimo de los chistes (y de frases que no eran chistes, si no trágicas, a lo mejor es que los periodistas ya están aburridos y necesitan reirse de cualquier cosa), aunque no hay más que dos o tres realmente ingeniosos, y se lo pasó pipa con una historia aburguesada hasta decir basta.

Esta es la penúltima película fuera de concurso, y confirma que los programadores no se han tomado tan en serio esta mini-sección como la oficial a concurso. Con la secuencia de Mia Wasikowska (la Alicia de la venidera ‘Alicia en el país de las maravillas’) abrazando a sus dos madres llorando, nos pusimos hasta arriba de diabetes, aunque muchos encantados de la vida, con el frío que hace nada más salir del Palast. Y con la presencia de Julianne Moore en la conferencia de prensa, se llenó de nuevo hasta la bandera la sala. No es para menos, yo también estuve allí. Es una actriz maravillosa, pero la película añade muy poco a su carrera, más por el conjunto ultra-conservador (aunque cuente historias de lesbianas, esto es un América Happy Life) que por su aportación.

Vistas estas dos películas antes de comer, he de reconocer que me desanimé completamente, o mejor dicho me desmoralicé. No sé por qué tienen que traer a uno de los festivales más importantes del mundo películas que cualquier televisión puede comprar. Lo lógico serían películas con más difícil aceptación mayoritaria, pero yo no trabajo en el festival, simplemente relato lo que hay. No son una basura o un engendro, no son un escombro estético, narrativo, moral y visual como el de ‘Caterpillar’ o ‘Exit Through The Gift Shop’, pero cerca le andan. Ahora bien, hubo suerte con la tercera película del día.

‘How I Ended This Summer’, el coraje del cobarde

He aquí una buena película. Cuando parecía que íbamos a tener una jornada, la séptima hoy, desastrosa, llega el cine ruso, ausente del festival durante un lustro, y presenta una película grande, compleja, adulta. Supongo que es el precio que hay que pagar por estar aquí, aunque sea un precio muy alto: desesperarse, desmoralizarse con dos películas insulsas, y emocionarse con el cine de verdad. ‘How I Ended This Summer’, en cuyo pase de prensa había gente que se iba o se dormía (por el cansancio, y porque no es una película fácil de ver), es uno de los filmes más importantes presentados en este festival. Así de sencillo.

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Dirigida con mano de hierro, enguantada de seda, por el cineasta ruso Aleksei Popogrebsky, ‘Kak ya provyol etim letom’, cuenta una historia con solo dos personajes, dos seres antagónicos, en la más lejana estación meteorológica polar de Rusia, la de Chukotka, de impresionantes parajes helados. Ambos son los encargados de las mediciones meteorológicas que salvan las vidas de marineros, exploradores, soldados y mucha más gente del ártico. Y su trabajo tiene que ser exacto, métodico e incisivo. Como la maquinaria de un reloj. Sergei es un hombre maduro, enorme, primario, buena gente pero tosco, que enseña el oficio a un principiante Pavel (o Pasha), un chaval recién salido de la universidad que va a pasar allí el verano de prácticas.

Se respetan pero no se llevan excesivamente bien. Cuando le ocurre una desgracia a la familia de Sergei, Pavel no sabe como reaccionar, y eso desemboca en un relato de tensión psíquica progresiva, de suspense, de reacciones y emociones básicas que sorprende y asombra por la prontitud y rotundidad con que se hacen creíbles. El joven resulta ser un cobarde incapaz de comunicar una noticia grave, de ser un hombre al fin y al cabo, y sabe de las violentas consecuencias de sus actos, pero no puede evitarlas, por el miedo que siente. Sin embargo, cuando al final todo desemboque en tragedia, tendrá que aprender a ser un hombre en las condiciones físicas más insoportables que imaginar quepan.

Esto es una historia que toca asuntos graves, serios, no habla de dramas de salón entre gente bienintencionada, si no de supervivencia. No se centra en peleles burgueses, ni en chavales que eligen ser manipulados por religiones, si no en hombres, hombres muy imperfectos, pero hombres al fin y al cabo. Y en sus varios y muy ricos niveles narrativos encontramos compasión y dignidad, un choque generacional evidente entre la Rusia de antes y la Rusia de ahora, emociones primarias y universales, sencillez y verdad.

En la rueda de prensa, que estaba a medio llenar, el director ruso me comentó, a mi pregunta de cómo había hecho el prodigioso plano en el que mientras Pavel cruza la explanada la niebla se va levantando lentamente, que todo lo que tuvo que hacer fue esperar. Que no tenía un plan trazado, y que muchos planos le salieron por suerte. No tenía sentido hacer un guión cerrado, porque las condiciones atmosféricas eran tan variables que hubieran tirado al traste con muchos planos. Pero que supo aprovechar los inconvenientes para ponerlos a su favor. Eso es lo que hace un gran director.

Ambos actores están perfectos. No necesitamos más personajes en un duelo perfecto en el que ninguno sale vencedor, sólo el espectador. El joven protagonista Grigoriy Dobrygin, que precisamente hoy cumplía 24 años, está perfecto, pero no más que el maduro Sergei Puskepalis. No me extrañaría nada que ambos se llevaran el Oso de Plata a mejor actor, aún a expensas de otros. Eso sí, veo más difícil premios mayores, aunque se los merece. Se necesita cine más valiente, más arriesgado y exigente como este, que nos devolvió la sonrisa en la Berlinale.

Mañana la bosnia ‘Na Putu’, la alemana ‘Jud Suss’ y la argentina ‘Puzzle’.

Berlín, 17 de Febrero de 2010.

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