'Ponyo en el acantilado', el encanto de la niña pez

'Ponyo en el acantilado', el encanto de la niña pez
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Hayao Miyazaki dirige ‘Ponyo en el acantilado’ (‘Gake no ue no Ponyo’, 2008), un film de animación tradicional en el que Sosuke, un niño que vive con su madre en una casa de un acantilado, encuentra a un pez rojo, con cara de niña, a quien pone el nombre de Ponyo. Ponyo tiene poderes mágicos, así que las ancianas del asilo en el que trabaja la madre de Sosuke se alegran de verla, pero una de ellas teme que provoque un tsunami, pues eso presagia la tradición sobre los peces con cara. A pesar de la advertencia, Sosuke decide quedarse con ella.

A diferencia de otras películas del japonés, ‘Ponyo en el acantilado’ sólo tiene la intención de enternecernos y de hacernos disfrutar. Por ese motivo, no presenta conflictos graves, sino que, muy al contrario, el devenir de los hechos se desarrolla sin apenas importunar a los protagonistas, quienes rápidamente encuentran soluciones para lo que está ocurriendo. Todo esto que, en otros film sería una carencia, en la presente es perfectamente válido, pues lo único que queremos mientras vemos la película es ver a Ponyo y sentirnos bien con los maravillosos dibujos que estamos contemplando.

Por este motivo, se trata de una película que gustará a quienes tengan un espíritu capaz de emocionarse con las cosas lindas y de disfrutar como en la niñez. Cuando se dice que un film es infantil o juvenil, se suele hacer alusión a historias tontas, poco trabajadas y con contenido insuficiente, pero en este caso no es para exigir menos en cuanto al argumento para lo que tenemos que retrotraernos a la infancia, sino para ser capaces de vivir en una emoción constante, dejándonos llevar por la preciosidad de Ponyo. Pero esto también significa que es la película de Miyazaki que con más comodidad podrían ver los niños y niñas, pues es la que tiene una progresión de los acontecimientos más ordenada y más clara. Las intenciones del autor de crear nada más que ternura se demuestran sin disimulo en esa canción final semejante a los karaokes que incluyen todas las series de anime.

Eso no significa que no existan, como en todas las películas de Miyazaki padre, momentos que nos dejan con el ceño fruncido de extrañeza. Me refiero a esas escenas que de repente parecen inexplicables o que se ven como una salida de tono. Lo curioso es que la secuencia que más sorprende en este sentido –la escena sobre un bebé lactante y sus padres que aparece en la imagen superior— fue añadida a posteriori por el autor con la intención de hacer ver que la protagonista era capaz de comportarse en sociedad y de pensar en los demás.

Mantiene Miyazaki esa imaginación desbordada –y en este film el término se aplica incluso literalmente— que suele mostrar en otros films. Los componentes oníricos que siempre le acompañan están aquí presentes creando, de nuevo, sueños más bellos que los que nuestra mente jamás nos pueda proporcionar. Los juegos visuales que le permiten estos despliegues del subconsciente, como la diosa de los mares, las olas creadas con bancos de peces o las hermanitas de Ponyo, son increíblemente arrebatadores. El estilo del dibujo y la suavidad de la animación convencional completan el milagro.

Las mitologías que confluyen en la historia de Ponyo son varias, aunque la más clara es la de las sirenas y Poseidón. En el inicio de la película, la trama central presenta similitudes con el manga de Osamu Tezuka, ‘Tritón’, que también echa mano de la figura de las sirenas y los tritones y del antagonista rey de los mares, para crear una historia ecologista y llena de momentos apasionantes.

Ponyo presenta varios estados diferentes: pez con cara, anfibia y niña. En todos ellos, es un personaje con un inmenso encanto y una forma de comportarse simpática y traviesa. El personaje que más destaca por detrás de Ponyo es el de la madre de Sosuke, una mujer de armas tomar, que conduce su coche como Takuma Sato y que se comporta con toda la naturalidad cuando su hijo le dice lindezas como: “había una niña corriendo encima de las olas”. La escena en la que hace Morse a su marido, marino, para regañarle por no venir a pasar la noche es inmensa, así como aquella en la que le comunica por radio que están en casa “Sosuke, Ponyo y yo”, como si el hombre conociese de sobra a la pequeña invitada.

Ponyo niña

Como se ha podido apreciar, esta crítica es una visión encendida y muy poco objetiva sobre una película que me ha emocionado sobremanera. Es posible que los fans de Miyazaki más adultos e intelectuales consideren ‘Ponyo’ una obra inferior a otras más oscuras, pero si yo me quedo únicamente con los sentimientos que me ha producido, tendría que decir que es la mejor, aunque sepa que existen algunas más adultas, rompedoras y susceptibles de ser llamadas obras maestras.

Más información en Blogdecine sobre ‘Ponyo en el acantilado’

Mi puntuación:

5

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